Al principio toda era unidad y quietud hasta que
sopló un viento. Al girar, las cosas se convirtieron en ellas mismas, y cada
una contuvo algo de todas las demás, y eso es el mundo. Y, por supuesto, a eso
se deben nuestras vicisitudes en el mundo: a lo mucho que nos confunde que cada
cosa contenga algo de las demás. Por eso dicen los yoguis que chitta es mente en reposo y vritta significa viento de la mente, es
decir pensamiento. El yoga detiene los vientos de la mente. Quizá era por eso
que el viejo Chuang Tzu decía que todo marcha bien cuando está quieto (uno de
esos koan zen perfectos: marcha y está quieto, el sonido del aplauso de una
sola mano). Aunque ya sabemos que Chuang Tzu no tenía claro ni siquiera si
había soñado que era una mariposa o en realidad era una mariposa que soñaba ser
Chuang Tzu.
Me fui un poco por las ramas. A ver si logro
retomar. El gran Hiroshige pintaba árboles usando al mismo tiempo uno de sus
dedos y un pincel con las cerdas enteramente desgastadas: el dedo para la
materia viva, el pincel romo para las ramas secas y las hojas caídas. Los
mandeos, que se definen como mitad hombre y mitad libro, y no son ni judíos ni
musulmanes ni cristianos (y por eso están por extinguirse, si es que no se
extinguieron ya) no beben agua de tanque ni de botella, porque sólo el agua que
fluye está viva. En los códices nahuatl, la misma palabra significa dar vueltas
y dar vida. Los derviches de Gurdjieff en la cima del Ararat entraban en trance
dando vueltas sobre sí mismos con la palma de una mano vuelta hacia arriba para
recibir del cielo y la palma de la otra mano vuelta hacia abajo para transmitir
a la tierra. ¿Transmitir qué? Lo que no se puede nombrar.
El chino Liu Hsieh, en su libro La razón de la literatura y los dragones, dice que para expresar
las emociones se necesita viento y para organizar las palabras se debe tener
hueso. Veintidós generaciones de chinos desde entonces no han logrado ponerse
de acuerdo en qué significa exactamente viento y qué quiere decir hueso en la
ilustre frase. No es forma y contenido, no es apolíneo y dionisíaco, o quizá lo
sea y no lo sea al mismo tiempo. Lo que todos los chinos entienden sin el menor
inconveniente es que la combinación o equilibrio perfecto de viento y hueso (es
decir, la metáfora del poema ideal) es un pájaro. Y, como bien se sabe, los
chinos se comen a los pájaros.
En otoño, antes de que el mar se congele, en
Groenlandia soplan unos vientos desde el polo que producen el pibloktoq, o histeria ártica. Para
esquivar los efectos del pibloktoq,
tres amigos decidieron partir con rumbo sur en un kayak, navegaron hasta que se
toparon con un gran iglú cuyo interior parecía no tener fin. Se adentraron en
él y caminaron durante semanas, que se fueron haciendo meses. Llegó el momento
en que dos de ellos no pudieron más y se dejaron caer y murieron. El tercero
siguió, encontró la salida, afuera vio el kayak, en el preciso lugar donde lo
había dejado. Volvió a su pueblo y le dijo a su gente: «El mundo no es más que
un enorme iglú». Su gente lo arropó y le dio aguardiente de beber hasta recuperarlo
del pibloktoq.
El día en que nació Mahoma todos los reyes del mundo
descubrieron que sus tronos habían amanecido apuntando para atrás. De Mahoma se
decía que caminaba como si fuera siempre por una pendiente: llevaba el viento
adentro, el mismo viento que había dado vuelta los tronos de todos los reinos
del mundo el día en que nació. Según Mahoma, cuando Dios ordenó al espíritu de
Adán que entrara en el cuerpo que le había dado, el espíritu se quejó de que la
entrada era demasiado estrecha, así que Dios decretó que el hombre siempre
entraría y saldría con aversión de su morada mortal.
El escocés Bruce Chatwin se hizo nómade porque se
estaba quedando ciego de mirar de cerca: era marchand en la casa central de
Sotheby’s en Londres. El médico le dijo: «Lo que usted necesita son horizontes
abiertos donde perder su mirada. Quizás así recupere la vista». Chatwin dijo
que un nómade es aquel que va adonde lo lleva el viento y reemplazó la pregunta
«quién soy» por la perplejidad del «qué hago yo aquí». Según Chatwin, regresar
equivale a encontrar lo más importante que se haya perdido o dejado en el
camino. «El regreso ofrece una plenitud de sentido que la ida sola no tiene,
pero no siempre se tienen ganas de regresar», dijo.
El revolucionario francés Louis Auguste Blanqui,
durante uno de sus muchos encarcelamientos, se sentó a escribir sus reflexiones
sobre la eternidad. Su idea era hablar científicamente, pero cuando se quiso
dar cuenta estaba en honduras que superaban todo materialismo dialéctico.
Escribió famosamente Blanqui: «Cada ser humano es eterno cada segundo de su
existencia. El universo se repite a sí mismo sin cesar para volver a tocar el
mismo sitio». El mundo era plano hasta que se curvó: cuando se curvó, pasó a
ser un relato. En un buen relato, el final se toca con el principio. Si nuestra
vista fuera lo suficientemente buena, podríamos alcanzar a vernos la nuca
cuando miramos a la distancia, y sospecho que eso era lo que veía Blanqui
cuando miraba los muros de su calabozo.
Quizá por eso, un poeta árabe del año mil escribió:
«Las flores deben tener mariposas. Las montañas, arroyos. Las rocas, musgo. El
océano, algas. Los árboles viejos, enredaderas. Y la gente, obsesiones». El
viejo Empédocles dijo que todo hombre está convencido únicamente de lo que ha
aprendido por casualidad: ésa es la clave de su felicidad y el consuelo en su
desdicha. Las cosas aprendidas por casualidad nos entran tal como se
transmitían en la antigüedad los nombres secretos de Dios: se los escribía en
la arena y después se esperaba hasta que los borrara el viento.
¿Qué sabemos del viento? Que trae la lluvia y la
sequía, el polvo y la langosta, el frío y el calor, y que también se los lleva.
Que impulsa los barcos y crea las olas que los hunden. Como dice Eliot
Weinberger en un glorioso libro llamado Algo
elemental, el viento sopla y las generaciones son sus hojas. Su brisa nos
alivia, su aullido nos da pavor. Las enfermedades entran por las ochenta y
cuatro mil cavidades del cuerpo humano, correspondientes a cada uno de los puntos
de la acupuntura, tal como el viento cuela polvo por todas las hendijas de una
casa. Viento en chino se dice feng,
que también significa canción. Como el gobierno mandarín se enteraba a través
de las canciones de lo que pensaba el pueblo, feng pasó a significar también «estado de ánimo». De ahí el gran
refrán milenario: escucha al viento y conocerás al viento. De ahí que para los
chinos no haya mayor elogio que el que se dijo de Confucio: él sabe de dónde
viene el viento. Pero yo sigo prefiriendo lo que dijo Mano de Piedra Durán
cuando le preguntaron si no estaba muy viejo para volver al ring: «Viejo es el
viento y todavía sopla».
en El hombre que fue viernes, 2011
Originalmente
publicado el 6 de mayo de 2011 en Página/12
No hay comentarios.:
Publicar un comentario