…y se sientan a
esperar la eternidad.
Carlos de Rokha
Aunque el frío imperante bajo el dintel impida
el temprano encuentro con las pieles convulsivas.
Tiemblo el cuerpo, tiemblo en sangre,
tiemblo entre temblores de maldad;
envanecidos cantos del sentido.
Un discurso envuelto en gasas negras
grita absurdos y pedanterías,
desde un raso metro de oquedad.
La bella arma, una fuente de ironías en la superficie,
todas ordenadas y dispuestas al azar.
Tal como un soldado viejo al estrenar un níveo delantal,
una armería, bandejas de oro, capellanes milenarios
que resuenan sin poder, ni comprender.
Una mínima abertura.
La puerta, herida, sangra.
Algunos escatiman el susurro.
La trinchera, escape, huida.
Representan otros, erguidos, más allá del puente.
No hay regreso, ahora lo sé.
Mis manos transparentes muestran huesos sin roer.
La arena corre por mis venas.
No hay oscuridad.
No es ceguera, de manera exacta.
El papel, aquí llamado texto, ha quedado atrás,
engarzado entre la niebla del cruce superior.
el conejo Logos, el perro Logos, el embustero Logos,
inquietos ellos por naturaleza;
gritos demenciales, blancos, de pelaje enhiesto, hirsuto.
Logos fuertes de carácter, como escuálidos felinos, imaginados.
Mansos como la madera expuesta tristemente al fuego;
cuando ya no existe el fuego.
Y, luego, la desconexión definitiva.
El vuelo al aire, la fusión autárquica de la inmortalidad.
2011,
inédito
Ilustración: “Árbol de la vida”, Estela nº 5, Izapa, México
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