jueves, febrero 04, 2021

“La inmovilidad, una mirada sobre “Toda la luz del mediodía” de Mauricio Wacquez”, de Cecilia Gajardo





En aquel árbol fui a buscar
otro verano, el corazón ése, mal grabado
sobre una playa de corteza tersa
con la hoja viva y rota de un cuchillo.
Gonzalo Millán


Las primeras páginas de esta novela me hicieron recordar rápidamente, una imagen flash, del Libro del desasosiego de Pessoa y de El paseo, de Walser. Razones vagas, logré observar una conducta del narrador ante un lugar determinado, una permanencia del ojo contemplativo y receptivo. Wacquez usa un par de veces el término “desasosiego” en ciertos pasajes de su novela y al mismo tiempo veo en las redes sociales una foto de Robert Walser muerto sobre la nieve tal como un personaje de Wacquez está tendido en la arena de una playa luminosa.

Esta novela, Toda la luz del mediodía, es la primera publicada de Mauricio Wacquez. Este es un texto que habla de la inmovilidad y de la quietud pero no como un estado de paz. Se trata de una permanencia que está sujeta a la incomodidad del exterior, a la contemplación obligatoria de los paisajes estacionarios. Es una historia sobre un verano que emana una luz que no es esperanzadora. Dentro de este historia hay otra historia, la de Max, Paulina y Marcelo: Paulina ama a Max, Max ama a Marcelo y Marcelo, hijo de Paulina, se regocija en su juventud y “abusa” de su condición de ser la persona amada. “Somos los personajes provisorios de una historia que tiene como único marco la presencia inmóvil de Santiago”.

En un estudio sobre la obra de Wacquez, la académica Claudia Molina observa: Toda la luz del mediodía inicia al amanecer de un día de verano, donde el narrador y protagonista comienza el relato de la historia con la frase: “Voy a contar algo” (1965:07). Mediante la utilización del pronombre indefinido “algo”, el narrador expresa lo indeterminado, lo innombrable de su historia, esto es, la disyuntiva entre Marcelo o Paulina y, al mismo tiempo, revela su intención de exteriorizar el conflicto en busca del resta­blecimiento del equilibrio necesario, por lo que hay una elección cuidadosa de las palabras que dan cuenta de los hechos, diferenciando los esenciales de los accesorios. Ese “algo” es a lo que me refiero al comienzo. En esta historia lo central no son los sucesos sino la forma en que esos sucesos se manifiestan.
 
Los personajes podrían no tener nombre. Marcelo, Paulina, Max nos interesan desde la perspectiva de la movilidad. ¿Cómo se mueven los personajes?, ¿cuál es el factor externo que los conmueve, los relaja, los tensa? Wacquez los describe a cada cual con su propia luz, a cada uno le pertenece un paisaje y una tonalidad. Marcelo representa una cierta tranquilidad que para el narrador es humillante, lo hace sentir “agredido” de cierta forma. Me recordó a la Lolita del libro de Nabokov y de la película de Kubrick, la risa de Dolores versus la angustia permanente de Humbert. Acá también somos espectadores de una relación asimétrica. Marcelo puede manejar todo sin expresarlo. La juventud y la ambigüedad de Marcelo lo deja convertido en ser superior. Max está a su merced. “Era a través de esos días que el rostro de Marcelo había adquirido una plenitud que me desconcertaba, una actitud insolente, que se le ponía en el rostro, en los ojos, y que siempre terminaba por humillarme”.
 
La relación Marcelo, Paulina y Max es confusa como los colores de un atardecer, como el horario en vacaciones a orillas de una playa. ¿Una relación amorosa?, ¿una atracción homosexual? Sí, es obvio, es concreto, pero Wacquez desarrolla una relación entre tres personas, una codependecia entre los tres que quizás recae más en Paulina, una mujer que, de manera solapada, guarda una excesiva e “inapropiada” preocupación por lo que pasa con los demás, en ella se esconde una mujer a la que aparentemente le es fácil conformarse con que el hombre que ella ama llegue a su lado por medio de la existencia de Marcelo, quien es el personaje “anzuelo”, cautivador en todos los sentidos.
 
La energía de un joven consciente de la capacidad de luz que puede proyectar ante un hombre mayor que se conforma con las sobras de esa energía. Un hombre que no quiere verbalizar porque el decir algo podría significar la ausencia de esa luz. La única certeza de todo esto es que los tres personajes son un trazo de un color distinto, de una técnica distinta pero dentro de la misma pintura. Los roles se desparraman.
 
La presencia de lugares cerrados, un objeto indispensable para el desarrollo narrativo, la ventana y el reflejo de los colores, la observación de paisajes. Una novela de colores. Los estados emocionales de los personajes dependen de la intensidad luminosa, de los factores externos, de lo que no se puede controlar. “Soy sincero; pretendo ajustar mi relato al rostro de la ciudad. Ella dirá finalmente la última palabra”, escribe Wacquez en su novela. La energía de un joven consciente de la capacidad de luz que puede proyectar ante un hombre mayor que se conforma con las sobras de esa energía. Un hombre que no quiere verbalizar porque decir algo podría significar la ausencia de esa luz.
 
Lo otro concreto y palpable en esta novela son los espacios cerrados, son tan reconocibles, Max se pasea por su departamento en bata de dormir para asegurarse de que los espacios están quietos, que todo lo que está ahí es de él, en contraposición a lo difuso de las relaciones humanas y de la luminosidad de las cosas.
 
En contraposición, precisamente, a ese concretismo, aparece una imagen nocturna cuando los tres personajes se juntan a comer. “La noche llena de luna” es en sí una construcción gramatical extraña, una imagen avasalladora. No es una noche con luna, sino una noche llena de luna. Nuevamente se acerca más a una imagen que a la acción explícita de los personajes. En la novela no hay muchos diálogos, pero los que hay están sujetos a un estado de ánimo que se modifica a partir de los atardeceres, de la intensidad de luz, de calor, de brisa. “Tengo la boca llena de ti, de tu boca”, escribe Rulfo en Pedro Páramo, así como el personaje principal de Wacquez está lleno de verano, está lleno de su obra.
 
 “Yo sentía que todo el verano latía en nosotros”, podría ser el título de una pintura, así como muchas construcciones e imágenes que contiene esta novela. Un texto que podría leerse rápido porque Wacquez logra que el lector se adecúe a la atmósfera que nos está presentando desde un comienzo, desde el título de la obra, también podríamos detenernos en cada pintura, cada fotografía que contiene este texto y detenernos ahí, así como la imagen se detiene en sí misma. “Sentir la piel como una corteza de madera, independiente de mí, de mi naturaleza”.
 
Aquí sobresale la contemplación, quizás es el motor de los personajes, se relacionan observándose. Max conjetura sobre el estado de Marcelo, sus estados, determina lo que está diciendo, lo que piensa a través de pistas corporales, los ojos, la forma de caminar, cómo toma un vaso, un cigarrillo.
 
Casi terminando la primera parte de la novela, Marcelo y Max se van a la playa por un mes. En el texto se manifiesta la alegría de Max, estar con su amado sin interrupciones, sin invitaciones a cenar, sin almuerzos en la casa de Paulina, tener a Marcelo todos los días, tomar sol y adquirir una piel tostada al unísono. Aun así la presencia de Marcelo, por muy tangible que haya sido, era una presencia difusa, su juventud hacía que su mente estuviera en varios lugares al mismo tiempo. Max disfrutaba a Marcelo con angustia. “Peso, hombro cuello, la última sensación de una cabeza que se demora durmiendo, una imagen entre opaca y viva. Es curioso. Veo el momento de aquella mañana como una fotografía negativa, con los valores permutados…”.

La única forma de acercarse a una idea concreta sobre el “estar juntos”, no era insistir con Marcelo, sino estar con su madre, con Paulina, estar con ella y hacer panoramas con ella para luego llegar en la noche, abrir el dormitorio de Marcelo y verlo dormir durante horas. Paulina iba, en ese caso, a permitir todos esos episodios de contemplación. “Marcelo se volvía inmaterial, y ella, tan sola, adquiría una presencia abismante”. Robert Walser escribió alguna vez algo muy similar: “Surgió ante mí una gran figura femenina que hasta entonces había permanecido oculta por la densa maleza”.
 
 
 
Paseo Bulnes
Febrero, 2021











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