Villavicencio: Insistiré: Ajena la palabra del que dicta, del que escribe –la máquina o la hoja que no termina de caer–, la pregunta por el cuándo, el cómo o dónde inicia la rueda a girar. Por qué.
Cociña: Toda palabra construye sentido cuando a lo menos dos personas (o un escuchante) tienen un consenso mínimo respecto de su referencia. En ese aspecto construye realidad, que es siamesa de lo que pretende designar. Incluso su ausencia, en sonido o visual, puede consensuar un significado en relación a otras palabras presentes. La palabra emerge desde el cuerpo u otra materialidad, cargándose de matices que la definen en relación al sentido. En el uso cotidiano y práctico de las palabras, todas esas condiciones se tensionan, y en el caso del arte, es en esa tensión donde las palabras expanden su potencial. Su capacidad de referencia se vuelve su objetivo para hacer posible lo que no se puede nombrar. Es ponerse a sí misma en el lugar de lo innominable.
Villavicencio: Es una manera de entenderlo adecuadamente. Sin embargo, acá hay dos cosas que quedan en evidencia: Las diferentes maneras de aludir a la palabra, como vemos ya en estas dos visiones. Yo planteaba esto recurrente de enfrentarse a la obvia página en blanco, pero también a las preguntas acerca de dónde provendría el inicio del acto escritural (pensando en el relámpago de Gonzalo Rojas, por ejemplo); del cuándo de la escritura, en cuanto a uno como ejecutor en un medio social; del cómo en tanto a cuáles vendrían a ser los posibles detonantes y los acostumbrados. En fin, de distintos elementos para configurar esa palabra y luego el hilvanamiento de su discurso a través del tono, aquel en el que, sin ir más lejos, no coincidimos en el principio de este intercambio. Estamos ante un diálogo fallido, otra vez, Cociña.
Cociña: Lo fallido, la brecha, es posiblemente el impulso. Cierta incomodidad con lo que parece aceptado puede impulsar a buscar alguna forma de establecer una relación distinta, tanto desde la percepción, como de la forma de poner en evidencia dicha incomodidad. No es buscar el lugar más cómodo, sino el hacer evidente la perplejidad ante lo que parece dado, ahondando en su fragilidad. Cuando se trabaja desde la literatura, o se siente el impulso a hacerlo desde las palabras, la primera constatación es la imposibilidad de que ellas den cuenta cabal del impulso. Es quedar en blanco, en nada, pero una nada que es potencialidad que no cabe en las palabras mismas. Sin embargo el idioma mismo se entreteje para formar una tela en que se pueden atrapar alguna referencia a la sensación. Así se forma un objeto lingüístico que detona en espacios no lingüísticos, sigue siendo un aparato verbal, que en sí produce otra cosa.
Villavicencio: Ahí la claridad acerca de lo que es el necesario ars vitae, que da pie a la ruptura del silencio. O sea, desde ese diálogo fallido con la realidad o, al menos, con la realidad de otro. Y es en ese sentido que se hace llamativo el concepto de fragilidad: Aquello que no tiene que ver con la debilidad propia, existiese esta o no, claro, si no que con la calidad del vínculo que se tiene con la realidad que, por lo mismo, es una grieta que permite develar la oscuridad o la nada que la constituye. Son los pasos dados en la ceguera del atrevimiento, al trasladar esa oscuridad al mundo con la forma que toman las palabras. Tanto, entonces, la capacidad de capturar ese relámpago, como el impulso de grabar la antigua piedra, leer grafías en una pantalla, u oír el ritmo de los sueños, dan cuenta de ese diálogo. Sin embargo, más allá de la evidente frustración, está claro que logramos rasgar algunas muescas en la nada.
Cociña: Captar en un momento lo innominable es resultado de la relación que se establece a través de la palabra, aunando imaginarios, y por lo mismo, la historia personal inscrita en la lengua de la comunidad. Es personal porque es social. En el poema ocurre, pues lo descrito o relatado tiene que ver con cómo se escucha o lee, más que en su secuencia. El poema no relata, sino que es parte de un relato.
Villavicencio: Tiene que ver con la manera en que se da la relación con el otro. Una pieza más del puzzle, pues en lo social es que se despliega la posibilidad de lectura que tiene la poesía. Está eso arquetípico que nos constituye, pero también esa innegable soledad que se ve aplacada por la escritura. Aunque a veces la exacerba, no lo podemos negar. Esto de ser arrojado a la existencia. En fin, ese imaginario común es el que se da como punto de encuentro, incluso entre otros idiomas. La lengua sucede en el mundo como una rasgadura en la existencia, también, como la nada o la muerte. Lo innombrable, lo intangible. De ahí que la musicalidad propia de la poesía, ese misterio anterior, que es su forma a la vez, da cuenta del fondo que es el relato de lo humano desde siempre, pero también de lo desconocido, de lo que podría ser. De lo que vendrá.
Cociña: Cuando dices que el fondo del relato humano es la pregunta acerca de su propia existencia, lo que incluye lo desconocido, lo que podría ser, de lo que vendrá, estás hablando de una pregunta sin posible respuesta. Al utilizar la lengua, esta no contiene solamente los conceptos establecidos como significación de sus unidades y relaciones, sino que también están cargados de aquello que inconscientemente tiene quien los utiliza. Así la lengua dice mucho más que lo que pretende sea su significación más evidente, está traspasada tanto por el imaginario, consciente e inconsciente, de quien la utiliza, sea este el emisor o el receptor. Es más amplio el espectro de lo que no se sabe de lo que se está escribiendo, hablando, leyendo o escuchando. En un poema se está tratando de fijar la posibilidad de que el espectro se abra, pero su resultado será diametralmente distinto. Este fracaso se vuelve sobre el propio poema, y será esta característica la que le dé su potencia.
Villavicencio: Me acordé de esa desoladora trompeta de Charles Ives en la consabida pieza. Pienso que, pese a todo, estamos de acuerdo en cuanto a que, finalmente, de lo que hablamos es de los símbolos enraizados en nuestro paso por el mundo. Si bien lo simbólico guarda un marco de funcionamiento amplio en la existencia común del ser humano, también limita, si es que no lo enfrentamos a esa brecha que es todo lo que desconocemos. Es ahí donde se abre y se hace mayor. La lengua, por ende, es ese faro que es capaz de romper la oscuridad. El poema rastrea lo que puede dentro de lo innombrable, de lo que puede traer a nuestro tiempo. El fracaso, lo fallido, es lo que sólo la poesía puede mostrar de algo que no podía ser comunitario, pero lo será en cuanto peso que se incorpora a la existencia como un paso más en el abismo.
en Estrategia del poema (Armando Salgado y Octavio Gallardo eds.),
Bitácora de vuelos ediciones, 2020
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