Sobre Diario Pinchado de Mercedes Halfon
Un día hablaba con un escritor sobre las series y películas donde se crean mundos fantásticos, reinos y ciudades inventadas, ambos coincidíamos en que, y tratando de meterse en la cabeza de estos creadores, ¿no les parecerá poco lo que pasa adentro de un departamento?, es más ¿no les parecerá poco lo que pasa estando sentada en una cama mirando el techo?, me cuesta entender el ímpetu de crear mundos sabiendo que el mundo personal no está ni en el comienzo del conocimiento. La misma narradora lleva días tratando de adaptarse a un espacio cerrado, que insisto, ya es un mundo demasiado grande: “Me levanto antes que vos y voy a la cocina, abro las ventanas. Me explicaste que las construían de esa manera para no perder el calor en invierno, cuando las temperaturas se vuelven heladas. Aunque por algún lado tiene que salir el aire viciado de la noche y entrar el del nuevo día. ¿Cómo lo hacen si no? Parecen casas diseñadas para que el pensamiento se reconcentre”.
El libro o el diario de Mercedes Halfon tiene dos viajes, uno medianamente obligado, como dice Pedro Mairal en la contratapa, “un desencuentro en Berlín”, un viaje turístico y supuestamente emotivo porque que la razón principal del viaje es estar con su novio que está ocupado haciendo su tesis. El otro viaje es más bien el camino de la desintegración de una relación amorosa; el camino interno que llega al fracaso, el transcurrir, el estar conciente de las horas que tiene un día. De hecho el diario está escrito desmenuzando el día; a veces escribe en la mañana, en la tarde, en la noche, en la madrugada, y así.
El segundo viaje al que me refiero, que en palabras simples, es interno, es similar a lo que dice William Hazlitt en este pasaje: “Caminamos principalmente para sentirnos libres de todos los impedimentos y de todos los inconvenientes; para dejarnos atrás a nosotros mismos, mucho más que para librarnos de otros”. Similar a lo que ella misma cita en su diario. “Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje”, cita a Benjamin. Su madre la llama por teléfono y escribe: “Entre las decenas de recomendaciones que me hizo la más insistente fue que saliera del departamento de una vez. No podía creer que más de diez días después de mi llegada a la ciudad no hubiera ido a un museo”. Pero para la narradora la contemplación no tiene que ver con dejar registros de museos, de pinturas o de lugares icónicos dignos de postales que venden al por mayor. Orientarse para ella es todo lo contrario, “ir a lo desconocido y saber volver después”.
Recuerdo que cuando era niña
mi abuelo me decía que elevar un volantín era muy fácil, que mientras más
altura tiene, más fácil era mantenerlo sin que caiga, el experto es el que
logra bajarlo hasta las manos con el hilo sin nudos.
Paseo Bulnes, noviembre 2020
No hay comentarios.:
Publicar un comentario