miércoles, noviembre 18, 2020

“El gran espacio es diminuto”, de Cecilia Gajardo





Sobre Diario Pinchado de Mercedes Halfon


El texto tiene un epígrafe de Witold Gombrowicz que dice: “Este diario, a pesar de las apariencias, / tiene igual derecho a la existencia que un poema”. Quizá podríamos dejar esto acá y que el lector juegue con los miles de significantes que salgan de este contundente epígrafe. Pero no, leí Diario Pinchado y agradecí porque sin duda se agradece tener algo en común con alguien o con las palabras que escriba alguien en el formato que sea. No me gusta viajar, no me gusta que el viaje tenga una connotación de conocimiento, de cultura, de orientación. A veces pienso en lo absurdo que es subirse a una máquina voladora, llegar a un lugar imposibilitada de intercambiar códigos linguísticos, constatar hechos y huellas a través de una máquina fotográfica colgada al cuello, como diría Fabian Casas, “Pensá en los que se sacan fotos / con el agua hasta las rodillas, / alcanzando entre sus brazos / un pescado plateado e inmenso”. En fin, no me gusta viajar y la mujer que escribe este diario opina algo parecido.

Un día hablaba con un escritor sobre las series y películas donde se crean mundos fantásticos, reinos y ciudades inventadas, ambos coincidíamos en que, y tratando de meterse en la cabeza de estos creadores, ¿no les parecerá poco lo que pasa adentro de un departamento?, es más ¿no les parecerá poco lo que pasa estando sentada en una cama mirando el techo?, me cuesta entender el ímpetu de crear mundos sabiendo que el mundo personal no está ni en el comienzo del conocimiento. La misma narradora lleva días tratando de adaptarse a un espacio cerrado, que insisto, ya es un mundo demasiado grande: “Me levanto antes que vos y voy a la cocina, abro las ventanas. Me explicaste que las construían de esa manera para no perder el calor en invierno, cuando las temperaturas se vuelven heladas. Aunque por algún lado tiene que salir el aire viciado de la noche y entrar el del nuevo día. ¿Cómo lo hacen si no? Parecen casas diseñadas para que el pensamiento se reconcentre”.

El libro o el diario de Mercedes Halfon tiene dos viajes, uno medianamente obligado, como dice Pedro Mairal en la contratapa, “un desencuentro en Berlín”, un viaje turístico y supuestamente emotivo porque que la razón principal del viaje es estar con su novio que está ocupado haciendo su tesis. El otro viaje es más bien el camino de la desintegración de una relación amorosa; el camino interno que llega al fracaso, el transcurrir, el estar conciente de las horas que tiene un día. De hecho el diario está escrito desmenuzando el día; a veces escribe en la mañana, en la tarde, en la noche, en la madrugada, y así.

El segundo viaje al que me refiero, que en palabras simples, es interno, es similar a lo que dice William Hazlitt en este pasaje: “Caminamos principalmente para sentirnos libres de todos los impedimentos y de todos los inconvenientes; para dejarnos atrás a nosotros mismos, mucho más que para librarnos de otros”. Similar a lo que ella misma cita en su diario. “Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje”, cita a Benjamin. Su madre la llama por teléfono y escribe: “Entre las decenas de recomendaciones que me hizo la más insistente fue que saliera del departamento de una vez. No podía creer que más de diez días después de mi llegada a la ciudad no hubiera ido a un museo”. Pero para la narradora la contemplación no tiene que ver con dejar registros de museos, de pinturas o de lugares icónicos dignos de postales que venden al por mayor. Orientarse para ella es todo lo contrario, “ir a lo desconocido y saber volver después”.

Recuerdo que cuando era niña mi abuelo me decía que elevar un volantín era muy fácil, que mientras más altura tiene, más fácil era mantenerlo sin que caiga, el experto es el que logra bajarlo hasta las manos con el hilo sin nudos.

 

 

Paseo Bulnes, noviembre 2020












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