lunes, octubre 19, 2020

“Pequeñas dosis de propaganda siguen siendo malas para usted”, de Evgeny Morozov




Tanto si guían a la opinión pública creando un ejército de «Cincuenta Centavos»—que se hace pasar por las voces «reales» del pueblo, en una cruzada para desenmascarar las opiniones parciales e influidas por Occidente de quienes se oponen al gobierno— o dotando de poder a algunas personalidades carismáticas de internet, como Rykov o Sergeyeva, los gobiernos autoritarios han demostrado ser extraordinariamente hábiles a la hora de modelar la orientación, cuando no el resultado, de las conversaciones en la red más delicadas.

Por supuesto, no todos estos ardides funcionan. Algunos esfuerzos propagandísticos continúan siendo torpes. Otros no pueden difuminar por completo el descontento social, porque los esfuerzos de manipulación llegan tarde, o el problema es de tal envergadura que ninguna propaganda logra abortarlo. No obstante, ha llegado el momento de que abandonemos la ingenua creencia de que internet permite descubrir la verdad y evita la manipulación gubernamental de las noticias. El hecho de que el discurso público en la era de internet se haya descentralizado, permitiendo a todo el mundo producir y diseminar sus opiniones y puntos de vista casi sin costo alguno, no anuncia per se una era de transparencia y honestidad.

El desequilibrio de poder que existe entre las estructuras estatales y sus opositores implica que, desde el primer momento, el bando más poderoso (el Estado, casi siempre) está mejor situado para aprovechar este nuevo entorno descentralizado. La descentralización, como mucho, crea más puntos de influencia sobre el discurso público, que, en determinadas condiciones, puede facilitar y abaratar la implantación de las ideas deseadas en la conversación nacional.

Las sociedades libres y democráticas tampoco tienen de qué presumir en este apartado, pues es la cultura de internet la que ha permitido la persistencia de muchos mitos urbanos recientes, desde la idea de los «paneles de la muerte»[*] hasta la creencia de que el cambio climático es una patraña. Y estas ideas demenciales perduran incluso en ausencia de una oficina de propaganda bien financiada. La dinámica de la fe colectiva bajo condiciones autoritarias podría dificultar aún más el establecimiento de la verdad (por no hablar de su protección).

Quienes viven en regímenes autoritarios no toman como referencia el New York Times para contrastarlo con lo que leen en línea, sino el periódico Pravda, ese original baluarte de la información imparcial y equilibrada. Y, comparada con Pravda (que significa «verdad» en ruso) o Izvestiya (otro grandísimo periódico propagandístico del régimen comunista, cuyo nombre significa «noticias”), casi cualquier cosa publicada en la red, por anónima o irreverente que sea, parece más creíble. Un viejo chiste soviético lo expresaba mejor: «En la Verdad (Pravda) no hay noticias, y en las Noticias (Izvestiya) no hay verdad». En los Estados autoritarios, casi todo el mundo vive en un entorno mediático en que existe alguna verdad y algunas noticias, pero el equilibrio exacto es poco claro, y los juicios equivocados, inevitables.

No debe sorprendernos, pues, que las encuestas continúen revelando que los rusos confían más en lo que leen en la red que en lo que oyen en la televisión o leen en los periódicos (y no sólo los rusos: muchos estadounidenses todavía creen que Barak Obama nació en Kenia). La historia los ha familiarizado íntimamente con los métodos propagandísticos de Pravda, y se requiere cierta imaginación y experiencia con la cultura de internet para comprender cómo pueden aplicarse dichos métodos al entorno en línea. El mito de que internet es inadecuado para la propaganda gubernamental está tan arraigado entre sus destinatarios directos como entre sus simpatizantes occidentales.

No resulta difícil discernir qué tratan de conseguir los gobiernos inundando blogs y redes sociales con contenidos urdidos de manera artificial. En la mayoría de los casos, el objetivo es crear la impresión de que las posturas moderadas, prodemocráticas y prooccidentales son menos populares entre los «ciudadanos de la red» de lo que son en realidad, aunque también intentan convertir a su causa a más ciudadanos «indecisos». En un determinado momento, las economías de escala empiezan a obrar efecto: la presencia de comentaristas pagados aumentan de manera significativa el número de simpatizantes sinceros del régimen, y los nuevos conversos pueden dedicarse al proselitismo, sin ni siquiera solicitar sus cincuenta centavos. 

De este modo, lo único que han de hacer los gobiernos es «sembrar» un movimiento progubernamental en alguna fase temprana, infundirle la ideología correcta, los temas de conversación y quizá algo de dinero, para después retirarse con discreción a un segundo plano. Del trabajo duro se encargarán los creyentes convencidos de las virtudes de un régimen determinado (por desgracia, existen muchos de ellos, incluso en los regímenes más brutales)”. 

 


en El desengaño de Internet, 2011

  


[*] “Supuestos comités de expertos gubernamentales que en teoría debían decidir qué pacientes merecían las atenciones de la sanidad pública estadounidense y cuáles no. El término, utilizado por primera vez por la republicana Sarah Palin en 2009 para demonizar la propuesta de reforma sanitaria del gobierno de Barack Obama, del partido demócrata, se hizo viral pese a que en realidad en ningún momento se contempló la posibilidad de crear tales paneles”. (Nota del traductor)






 






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