una mañana
de invierno caminando rumbo al paradero de micros me topé con álvaro corbalán en
ese tiempo yo vivía en purísima con dominica en el barrio bellavista y el infame
colegio progresista a donde iba a recibir lecciones de cómo ser un miedoso cabroncete
individualista quedaba en la florida al otro lado de santiago así que para tomar
la yarur-sumar debía recorrer todo purísima cruzar el mapocho atravesar el forestal
meterme por estados unidos y doblar por namur hasta llegar a la alameda puta el
frío cuando empezaba a clarear en la vereda oriente de namur apareció corbalán venía
hacia mí caminando apurado sin lentes oscuros cosa extraña en un rati con toda
la pinta del típico oficinista que va llegando atrasado a la pega craneando alguna
chiva pensé en retroceder o pasarme piolita a la otra vereda pero cualquiera de
las dos alternativas me pareció demasiado obvia tal vez corbalán se daba cuenta
y me desaparecía por cobarde así que pucha ahí estábamos un famoso ceneí culiao
y yo solos en la calle frente a frente me dispuse entonces a seguir caminando lo
más naturalmente posible al pasar a mi lado corbalán me saludó inclinando cortésmente
la cabeza sus bigotes su corvo de oro y yo le respondí con el mismo gesto como si
fuésemos dos buenos vecinos que se encuentran en una calle de pueblo poco faltó
para preguntarle por la familia y maldecir el crudo invierno antes de llegar a
la alameda miré hacia atrás pero él ya había doblado su silueta pongamos se había
eclipsado por estados unidos hacia al norte y yo hacia el sur proseguí mi camino
rumbo al paradero de micros pensando en que si se lo contaba a mis compañeros o
no me creerían o me iban a tratar ellos también de cobarde así que mejor
preferí pasar de largo mandar a la chucha el colegio y seguir caminando derechito
hacia el parque bustamante puta el frío toda esa mañana de cimarra de principios
de los noventa echado en el pasto la dediqué a reflexionar sobre aquel encuentro
y a leer la sangre y la esperanza
en Temblor de párpado, 2020
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