jueves, octubre 22, 2020

«La cueca interminable», de Emilio Gordillo





Durante más de que quince años fantaseé con la explosión social chilena y, ahora que sucedió, ni vivo en ese país que debería sentir mío, ni entiendo bien qué está sucediendo allá. Siempre tuve una sola certeza: el modelo no va a aguantar. Lo repetía en cenas, reuniones, clases, fiestas, restaurants, bares y en cualquier conversación que pasara de los diez minutos. Me convertí en un tipo insufrible que insistía hasta el desquicio: «el país no va a aguantar. Tiene que irse todo a la mierda», y un largo y tedioso etcétera. Escribí libros sobre ello. No cejé. Asumí el rol del sujeto insoportable que se dedica a molestar y ante quien era necesario decir: «no, en Chile las cosas funcionan». «Eres muy exagerado». «El problema es que a ti nunca te han ofrecido nada». Tan ajeno me sentí, que acabé por alejarme poco a poco. Los años se acumularon y ya he pasado una década fuera del país donde nací. 

Chile me dolía y ya no. Más bien me duele ver a la gente maltratada por los militares, la policía y el estado, así como me duele México, así como me duele Ecuador y todos los países donde el neoliberalismo no permite la continuidad de la vida humana y no humana. Estos días sentí abismo y terror con cada balazo y agresión que circuló en videos y fotos, con los montajes del estado y la tragedia repetida como comedia oscura en la actuación de los militares. Mucha gente que quiero sigue allá. Todo se ha desenvuelto tan rápido y la magnitud es tal, que se abren caminos posibles de procesos más comunes, opciones a todo este delirio neoliberal en el que se vivió durante tantos años, y Chile de pronto se me aparece como una trampa, un lugar donde, tal vez, sea posible un giro a las costumbres neoliberales tan inscritas ya en nuestro ADN. 

Personalmente, soy escéptico, aunque espero ayudar en todo lo que pueda. Chile es para mí como una exesposa a la que se le desea todo el bien del mundo, con el corazón. Sí es necesario darse cuenta de que, si llegamos hasta acá, es porque todos hemos sido cómplices, pues todos creímos en esa promesa del modelo pinochetista: «cada quien puede llegar a ser millonario, solo basta esforzarse». Ahora sabemos que no era verdad. Mi temor, el miedo que Chile aún me da, es que esto solo explotó cuando las pruebas eran totalmente irrefutables. A muchos compatriotas ya se los había llevado la chingada hace rato, y una gran masa prefirió observar hacia otro lugar, no hacerse cargo de su prójimo. 

Chile es para mí como este video. Una cosa incomprensible, llamativa, a ratos asombrosa y difícil de asimilar: un militar bailando una cueca, mientras un ruedo de ciudadanos aplaude, y al militar le cuelga una metralleta, un poco más abajo del pañuelo que gira, gira, y gira. No muy lejos, alguien muere de hambre, de soledad, de cuentas o de pena, y un puñado de seres aplaude al compás del baile nacional de aquel país cuyo escudo reza: «Por la razón o la fuerza».



Ciudad de México, 14 de noviembre 2019




Vallejo & Co., noviembre 2019



















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