Mi patria era un estero.
Mi patria flameaba entre ambos, dulce
y abisal. Mi patria era un látigo.
Y nacían
Con él las especies
fastas del cielo
y de la tierra.
En destellos alternados se mecían
la luz y las tinieblas.
En mí que, como las praderas,
en oleadas y en turba
nos mecíamos.
Yo iba hacia una estepa
rodeada de fuego.
Yo iba en columpio
en una escalera
en un trapecio
yo iba directo
hacia un sol religioso
hacia una orilla
hacia una fuente
yo iba hacia el Edén
en dos suaves y doradas naves ebrias.
Naves hay naves navegando en lontananza
en la llanura.
Yo sondeaba su cenit y bebía
la cicuta sentía y paladeaba
y la ceguera, los cuerpos, las cenizas.
¿Nunca más los anillos de este reino oscuro,
el hambre, la sed,
el júbilo de mis hermanos salvajes
oteando las lejanías,
el estremecimiento, el espasmo
de las noches estáticas
el esplendor de las cacerías sangrientas,
estruendo que había y tinieblas?
Y la loba feroz que en mis entrañas soñaba.
en Uranio, 1999
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