Vivir en esta ciudad sería imposible
si no se descubre el respiradero que evacua
toda la mugre acumulada en los trasteros,
en las habitaciones donde durmieron los hijos que ahora bailan cada noche
en discotecas clandestinas hasta el amanecer,
la mugre de los dormitorios, de camas en las que ya no se concilia el sueño,
la de los pequeños cuartos de las azoteas
donde se guardaban los disfraces de carnaval
que cada año, con los remiendos oportunos,
volvían a brillar entre la multitud,
no habría, no, modo alguno
de sobrevivir en esta ciudad construida para los suicidios,
para que bajo los puentes de hormigón
aparezcan por la mañana, boca abajo, los cuerpos
de quienes la noche anterior conocieron las revelaciones minuciosas
que los poetas se apropian al escucharlas en los bares,
una ciudad malsana
atravesada por barrancos en los que el agua se estanca
cuando ha llovido a finales de noviembre
y salen a flote en pozas infectadas
las bandejas de plástico en que sirven
la comida que se encarga
en restaurantes de mala muerte
y toda la bisutería que no sobrevive a las parrandas de latas de cerveza
y crack adulterado,
las pozas en el fondo del barranco, infectas,
que sobrevuela, de pronto, una garza inmaculada
que parece surgida del sueño de un niño
educado en un colegio religioso,
una garza a la que persiguen las palomas
más sucias de la ciudad,
las que al volar desprenden el barro reseco entre las alas,
las mismas que vigilan desde las cornisas de los puentes
el resquebrajamiento de todas las costuras
que a lo largo de los siglos nos hemos ido procurando
para vivir aquí, en esta ciudad asfixiante y malnacida,
en la que, sin embargo, a veces puede encontrarse
el respiradero que evacua la mugre acumulada,
y entonces hay que sentarse
en ese lugar durante un rato,
ser parte de lo que la ciudad espira,
dejarse expulsar y expulsar nosotros mismos todo lo que nos sobra,
mirar detenidamente los restos de antiguas expiaciones
y luego continuar el camino
por las mismas calles, entrar en la iglesia
donde hicimos nuestra primera comunión
–que fue también prácticamente la última–
y salir de nuevo a la ciudad
con un día más de supervivencia a las espaldas
en Bajo los párpados de quien se aleja, 2020
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