martes, agosto 11, 2020

«Lenguas de humo transparente», de Sergio Muñoz Arriagada

Dos poemas




gusano

a enrique lihn


el gusano transita en el verso
y es verde como la hoja que estila sus esquilas numerosas

centinela en el 48 mostrando el futuro de esas alas fantasmales
indicando la dirección de su ruego pensando en él
san enrique adentro en el paisaje fascinante
de la noche y su derrumbe

su pudridero bendito a comienzos del 60
los muslos alzados tras la bruma
el vaso semilleno de su hartazgo
el vidrio aullante de su transformación
lente transfigurado por el que viera lo destartalado del sendero
el espectáculo sombrío por el que vamos desmayando
sin compasión encadenando las palabras
sin milagros ni ambigüedad ni pellejos con sangre
en este tiempo de derrota que es el único tiempo

de una costa a otra la especie lo avista
y es dura la verdadera desventura que arrastra su nombre


vicio tejido en la saturación de un paisaje que nos harta


gusano siempre gusano
gusano en la ventolera y el desierto
gusano en la muchedumbre y la soledad
gusano que baja por las piernas
como un veneno siempre maldito
como la marca de una justicia que no vemos

porque todo es lihn acá abajo
todo repta todo suda toda arde
como el simulacro malicioso de una mano que se hunde en la carne
y es errático su mínimo aleteo de pecho agujereado por la nada

todo está vacío en este tránsito maltrecho
donde escribimos el centelleo transparente que arrastra su reflejo
y su éxtasis y su remota mano dibujada






Dolor

A Ennio Moltedo


Estoy cavando en un dolor que no sé, vertical, como esas nubes que recuerdo, doblegadas por su obligación de dar lluvia, de ser esquemas del silencio.

Estoy cavando en un dolor que no sé, absuelto al fin de ser emblema de nada, de irradiar en la penumbra el destilado estrépito de un ser que se diluye en la carne.

Estoy cavando en un dolor que no sé, que existe, que es tuyo y mío, que nos tocó con mayor o menor grieta, de terciopelo a garra, no lo sé.

Estoy cavando en un dolor que está, que corre como la sangre, vertical, como ciertas nubes que recuerdo. Que nubla a veces la presencia de los bordes del sueño y se encarama pestilente en el sonido de unas sílabas simétricas, que no son lo que son. Que abre su luz consecutiva, esa aglomeración de carne aguda y natal. La fisura filosa del tiempo en sus manos, el delgado deshielo vaginal y mimético que es la púa del enigma benigno que nos ata a cada cosa. La luz que se derrama en la cúpula rótula del mar, que se empoza en su letargo de oxígeno y grieta desplegada a lo largo del día. Y el fluir de su ardid, que aletea longevidad y silencio. Y es tierra. Y es orbe en el amplio desamparo que cabe en el ojo.

Estoy cavando en un dolor que no sé, vertical, como esas nubes que recuerdo.



Ediciones Altazor, 2016




























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