El único que está despierto, con la casa en silencio, las calles oscuras y el frío penetrando a través de las mantas, no quiere molestar a sus anfitriones, de ahí, primero, su acurrucamiento fetal, su búsqueda de un hueco caliente en el colchón.
Después su expedición clandestina por la habitación hasta una silla en la que subirse y, en equilibrio inestable, coger las cortinas para echarlas sobre las mantas de la cama.
La satisfacción por el nuevo peso que lo oprime, y luego el sueño apacible.
En otra ocasión este huésped insomne, otra vez con frío y sin cortinas en la habitación, sale sigilosamente y coge la alfombra del pasillo, agachándose e irguiéndose en el pasillo a oscuras.
Que la alfombra le pese como si tuviera encima una mano pesada, que el polvo le tapone la nariz, no es nada en comparación a cómo la alfombra le alivia el desasosiego.
en Cuentos completos, 2011
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