(1928-2020)
Preámbulo
¿Por qué ha odiado siempre las entrevistas, maestro? (Israel Viana)
Eso no es cierto del todo. Es verdad que, a lo largo de estos sesenta años, he tenido que responder a muchas, muchísimas preguntas estúpidas e irritantes. Acabé harto de escucharlas una y otra vez y de repetir siempre las mismas historias. Me aburrí yo y creo que los lectores. A veces hay entrevistas interesantes, que me gusta contestar, pero eso no pasa casi nunca, acabé harto.
I
Ofrece conciertos desde hace poco. ¿Qué significa para usted?
Hizo falta que los demás me lo pidieran. Hasta entonces no me había dado cuenta de la necesidad del público de establecer un contacto conmigo, sus ganas de descubrir en vivo mi obra. Quise saber de qué se trataba y me gustó.
Solo dirige sus propias composiciones. ¿Nunca quiso interpretar las de los demás?
No, nunca me interesó. No las puedo conocer tan bien como las mías, aunque las admiro.
¿Cómo se desarrolló su educación musical?
Me sirvió un ejemplo: cuando estaba en el conservatorio, conocía a un estudiante que admiraba, hasta el límite de la obsesión, la obra de Giovanni Pierluigi de Palestrina, un compositor del Renacimiento. Esta pasión le impidió avanzar en su propia formación, crecer en tanto que compositor. Quise evitar esto. Estudié no obstante las corrientes clásicas, de la Edad Media a los contemporáneos. Me encantaron por supuesto muchas cosas, pero me abstuve de apasionarme. De manera que nadie me influyó de forma particular.
De niño, iba a la misma escuela que Sergio Leone. ¿Cómo volvió a coincidir con él en el cine?
Estuvimos en la misma clase durante un año, luego nos perdimos de vista durante muchos años. Desconocía en qué se había convertido. Fue él quien dio conmigo al ver mi nombre en los créditos de un filme del que había compuesto la música. Vino a mi casa y me habló de su proyecto. Se trataba de Por un puñado de dólares (1964).
¿Cómo trabajaban juntos?
Hablábamos con mucha anticipación. Pero si bien Leone me explicaba cómo iba a ser su filme, no me daba consignas. Era más bien yo quien le explicaba lo que tenía en mente, según lo que me describía. Raras fueron las veces que me dijo «No, preferiría esto o lo otro». Después de esta primera banda sonora, me pidió hacer algo similar para Por unos dólares más (1965). Acepté. En cambio para la tercera película, El bueno, el malo y el feo (1966), me opuse. Le dije: «No quiero que trabajemos así. No quiero repetirme, déjame hacer lo que quiera». Y creo que hice bien.
Basándose en su música, que usted le mostraba antes del rodaje, Leone a veces reescribía algunas escenas...
Pasó varias veces. Para la secuencia de apertura Érase una vez en el Oeste (1968), en la que el hombre de la armónica (Charles Bronson) es esperado por quienes quieren eliminarlo, Leone modificó sus planos y la ubicación de la cámara en función de mi música.
Innovaba mucho para la época, incluyendo sonidos inhabituales en las músicas de películas (silbidos, tañidos, guitarra eléctrica). ¿Tenía usted una libertad total?
No era tan difícil convencer a los directores. Sabían que no me interesaba crear composiciones tradicionales, por eso también me venían a ver. Me complacía trabajar el sonido de la realidad, lo que escuchamos cada día. Estos ruidos que nos rodean tienen su propia música y podían componer otra conmigo.
de entrevistador desconocido,
en La Nación y en El Heraldo, 6 de julio, 2020
II
Subiendo por las escaleras de entrada a la casa de Ennio Morricone parece que volvemos a ver un encuadre de gran potencia: la cámara se eleva mientras Noodles (Robert De Niro), desesperado y destrozado por su propia violencia, se aleja hacia el mar donde reverbera el amanecer. El encuadre es de Sergio Leone en la película Érase una vez en América (1984); la música, desgarradora, es del gran compositor que ha aceptado abrirnos su corazón.
Maestro, siempre he pensado que esta música había sido creada antes del rodaje de la película.
¡Es verdad! Leone me hacía trabajar antes de empezar a rodar. Los directores que dan más tiempo facilitan el trabajo tanto a ellos mismos como a mí: yo puedo dedicarme a la creación, ellos se acostumbran a la música que les propongo. Llegar al último momento puede comportar una decepción. La mayor parte de las colaboraciones creativas entre los directores y yo ha ido bien, ¡pero no todas!
La música es un arte que para que se convierta en esposo o hermano de la película necesita el mismo elemento que caracteriza a la película: tiempo. La temporalidad hermana el cine con la música. ¿De dónde procede la música de una película? De un más allá misterioso.
Menos misteriosa es su fe…
Provengo de una familia cristiana. Mi fe ha nacido en mi familia. Mis abuelos eran muy religiosos. Mi madre, mis hermanas y yo rezábamos siempre antes de irnos a la cama. Recuerdo el período de la guerra. Durante esos años terribles rezábamos el Rosario. Estábamos todos muy impresionados. Me veo de nuevo, medio dormido, respondiendo a los Ave Maria de mi madre. Siempre hemos sido religiosos. Los domingos íbamos a misa y comulgábamos.
¿Qué revela de sí un hombre creyente?
Identifica a una persona honesta, altruista, respetuosa de Dios y del prójimo. Amar a los otros –aunque la palabra amar puede parecer fuerte–, pero es así. Esto es importante. Yo pienso verdaderamente en el bien de los otros, que mi modo de actuar no cause el mal en el prójimo. Es perfectamente normal para mí hacer algo por respeto a la persona con la que me encuentro.
Valores que ha transmitido también a su familia.
Sí, y también el del sacrificio. En estos últimos tiempos hay que sacrificarse aún más: yo mismo algunas veces me sacrifico para ayudar a las personas que están en paro, a las muchas preocupaciones que agobian. Con mi esposa, que es una buena persona, escrupulosa, hemos acostumbrados a nuestros hijos a esta generosidad. No está dicho que mis hijos la hayan aceptado completamente, no lo sé, pero sé que son buenísimos hijos, que se parecen al padre y a la madre. Ama a los otros como te amas a ti mismo: éste es, para mí, un modo normal de ser.
¿Cómo de cerca puede estar la música respecto de Dios?
La música ciertamente está cerca de Dios. Al mismo tiempo, la música está proyectada en el alma y en el cerebro del hombre. Le permite meditar. El discanto (técnica de polifonía medieval en la que un cantante canta el canto llano mientras otro entona una voz suplementaria) y el fabordón provienen de los primeros tratamientos polifónicos del canto gregoriano; de aquí nace la música occidental.
La música es el único arte real que se acerca verdaderamente al Padre eterno y a la eternidad. Me digo a mí mismo, y algunas veces a mi mujer, que la música ya existía, ¡toda ella! La música que ha sido escrita y que será escrita. ¡Y el compositor que la ha cogido y la cogerá! Según la propia época, según el momento en el que él escribe y según la civilización y el estado de la investigación musical de su tiempo. La música ya existe, aunque no esté.
El gran público desconoce en gran parte su extraordinario repertorio de música contemporánea, que usted define absoluta. Estos sonidos tienen a menudo referencias espirituales.
Luciano Salce, director para el que he compuesto la banda sonora de varias películas, un día me llamó y me dijo: «Tengo que dejarte». «¿Por qué?». Éramos amigos y lo seguimos siendo hasta su muerte. «Porque yo hago películas cómica y tu compones música espiritual, sacra. Tengo que dejarte obligatoriamente». Este episodio me marcó mucho. Gracias a él empecé a reflexionar sobre ello. Probablemente a veces expreso lo sacro también cuando no lo busco o no pienso en ello. Ni tan siquiera hablo de inspiración, que no existe. Hablo de ideas. Tal vez estoy en un camino que lleva a estos resultados.
De hecho, en su repertorio encontramos también música sacra (…)
Se me pidió Amen como composición para un coro para la iglesia de Santa María de los Ángeles de Roma, con ocasión de un festival en el que participaban seis coros procedentes de todo el mundo. Decidí componer una obra donde sólo una palabra, «Amen», fuera cantada pero con la idea de implicar a los seis coros. Egisto Macchi me pidió que escribiera un Via Crucis. Le respondí que sí. Recientemente he escrito una música sobre la Creación. El aire, la luz, el agua, el fuego, la tierra, el hombre. Después, la torre de Babel, de la que mana, en hebreo, una multitud de voces en un crescendo cada vez más imponente.
¿Cuál es el episodio bíblico que más ama y recuerda?
Sin dudas, las parábolas de Cristo. El relato de las bodas de Caná me emociona mucho. ¿Cómo no recordar la Pasión, momento importantísimo para la vida de Cristo y de todos nosotros?.
La Misión es, tal vez, la película que le ha permitido narrar mejor el desmoronamiento de la conciencia humana. Mientras se narraba un periodo de sufrimiento buscado por la Iglesia, su música, a medida que se sucedían las piezas, crecía alcanzando niveles altísimos de fuerza espiritual que yo traduciría como una intensa petición de perdón.
El co-productor de la película, Fernando Ghia, me llevó a Londres a verla. Al ver el final me puse a llorar, esa matanza de indios y de jesuitas a manos de los portugueses y los españoles. Tenía delante de mí al director y a los dos productores y les dije: «No, yo no la hago, es preciosa así». Creo que estuve llorando media hora. Y ellos insistían. Hasta que cedí: «Haré la música». No quería componerla porque si me equivocaba podría haber estropeado la película. Trabajando sobre tres elementos distintos que no podía ignorar, el oboe del jesuita padre Gabriel, la música coral y la música étnica de los indios, creo que fue un milagro que consiguiera componer una música en la que tres combinaciones independientes de sonidos funcionaban también contemporáneamente.
La música puede ser una oración de gran intensidad.
¡Ciertamente! Pero más allá de la música se necesitan palabras, intenciones, concentración. Yo rezo una hora al día, incluso más. Es lo primero que hago. También durante el día, así, al azar. Por la mañana me pongo delante de ese Cristo (en el gran salón, iluminada por una ventana, hay una magnífica imagen de Jesús). Y también por la noche. Espero que mis oraciones sean escuchadas.
por Vito Amodio,
en Credere.it, Nº 27, 2015
III
Dígame una cosa: ¿en su cabeza hay sitio para el silencio o siempre está bullendo música dentro de ella?
Pues claro que hay silencio, no me paso el día con la cabeza llena de música. Por supuesto, mi cabeza está llena de música. Pero a veces siento la necesidad de desconectar, la música en mi cabeza suena sólo en el momento oportuno, no siempre.
Genio, leyenda, fenómeno, mito viviente, prodigio de la naturaleza, portento... Son algunos de los calificativos que desde hace años se emplean para definir a un señor italiano de 1,63 metros de altura, magro, que siempre lleva los ojos enmarcados en unas gafas de gruesa pasta negra y que en noviembre pasado cumplió 90 años: Ennio Morricone. Para muchos, el más grande y relevante compositor de la historia del séptimo arte.
Aunque resulten apabullantes, los fríos números sólo son capaces de reflejar parte del colosal talento de este prolífico compositor, autor de más de 500 bandas sonoras de películas y series, creador de la música de más de medio centenar de premiadísimos filmes que ya forman parte de la historia (desde Por un puñado de dólares hasta La Misión, pasando por La vida es bella, Cinema Paradiso y tantos y tantos otros), premio Oscar honorífico a la carrera en 2006, Oscar a la mejor banda sonora en 2016 por ponerle ritmo a Los ocho más odiados, de Tarantino y que en total ha vendido más de 70 millones de discos, una cifra que ya querrían para sí algunas estrellas del pop.
Y las cifras siguen engordando, porque sigue en activo: desde enero de 2016, Morricone recorre Europa con su tour «60 Años de Música», en el que para celebrar sus seis décadas como compositor profesional se pone al frente de una orquesta de 200 músicos y cantantes que interpretaron algunas de sus piezas más conocidas. Sólo desde 2014 más de medio millón de personas han pagado el precio de la entrada para verle en directo.
«Morricone es como Mozart, es como Schubert», sentenció hace un par de años Quentin Tarantino al recoger en nombre del compositor el premio Globo de Oro que le fue concedido por la banda sonora de Los odiosos ocho más odiosos.
«Bah. No se lo cree ni él, aunque le agradezco sus generosas palabras», sentencia el maestro.
Las estadísticas indican que, algunos años frenéticos, Morricone ha llegado a crear 20 bandas sonoras. Pero de nuevo, él se quita importancia.
¿Me explica cómo se pueden componer 20 bandas sonoras en un año? ¿Acaso no duerme usted?
Bah, no es verdad que haya compuesto 20 bandas sonoras en un año, aunque las estadísticas indiquen eso. Lo que pasa es que antes no existían las multisalas y los filmes se mantenían en cartel muchísimo más tiempo que ahora, algunas películas incluso estaban un año. Y eso hacía que otras películas tardaran en salir. Así que aunque oficialmente se diga que tal filme se hizo en un determinado año, igual tanto la película como la música se habían hecho un año antes.
Dice Morricone que lo más importante a la hora de hacer una banda sonora es tener una estrecha relación con el director. «Es fundamental, porque el director debe de estar de acuerdo con la banda sonora, al fin y al cabo la película es suya, no mía. Así que lo más difícil es hacer una banda sonora como tú quieres pero que el director también la comparta y esté de acuerdo con ella», nos cuenta al teléfono desde su casa de Roma.
«Lo importante para mí es saber cómo trabaja el director, verle en acción, ver cuál es su personalidad. Porque insisto: es su película. Por eso a mí me gusta cuando trabajo con un director más de una vez, porque entonces lo conozco bien y sé perfectamente cómo trabaja. Para mí es decisivo que el director y el compositor de la banda sonora se conozcan el uno al otro», insiste.
Morricone nos cuenta que su proceso de trabajo se ve condicionado por cada director. «Algunos me dan a leer el guion. Otros me cuentan la película, las imágenes que tienen en la cabeza. Y hay otros que me enseñan la película ya hecha. Hay muchas maneras de trabajar con un director. Y yo me adapto a todas», explica un hombre que entre otros ha trabajado con Pasolini, Polanski, Brian de Palma, Francesco Rosi, Bertolucci, Mario Monicelli, Dario Argento, Pontecorvo, Bellocchio, Roland Joffé, Oliver Stone, John Carpenter, Tornatore, Quentin Tarantino o, por supuesto, Sergio Leone, rey indiscutido del spaghetti western.
Sergio Leone y Ennio Morricone eran compañeros de clase en el colegio, amigos desde la infancia. Comenzaron a colaborar en 1964 y la primera banda sonora que le hizo Morricone fue para la película Por un puñado de dólares. A partir de ahí se convirtieron en inseparables. Luego vinieron Por unos dólares más, El Bueno, el Malo y el Feo, Érase una vez en el Oeste y ¡Agáchate, maldito!. Su colaboración duró hasta el último filme de Leone, Érase una vez en América (1984).
Hoy apenas se hacen películas del oeste. ¿A qué lo atribuye?
No lo sé. No es a mí a quien le debe preguntar.
Quizás sólo Tarantino hace westerns, ¿no?
Me gusta Tarantino, pero jamás ha hecho películas del oeste.
¿Cómo definiría entonces las películas de Tarantino?
Como películas normales, no como películas del oeste.
Pero algunos de sus filmes sí que son westerns...
No. Ninguno.
¿Y con qué director de todos con los que ha trabajado se ha sentido más a gusto?
Con todos, no hago distinciones. Yo sólo he trabajado con directores que eran buenas personas, seres extraordinarios y magníficos artistas.
Sostiene Morricone que una buena música no salva una película mala. «La música es importante para un filme, desde luego. Siempre que la música está bien elegida y se coloque en el momento justo, algo que en ocasiones algunos directores no hacen. O mezclan la música con ruidos, con diálogos y otros componentes. Y la destrozan, hacen que no funcione. La música debe sonar sola, el público debe poder escucharla bien», revela.
Por cierto: que al maestro no le gustó del todo cómo utilizó Tarantino su música en la película Django desencadenado. «En mi opinión no la usaba en modo coherente con la narración», se despachó entonces.
Y al revés: ¿una mala música puede arruinar una buena película?
No, una mala música jamás arruina una buena película, jamás. Una película buena es buena por sí misma, si tiene fuerza una mala música no se la quita. La música lo único que hace es echarle una mano a una película. Pero si la música es mala no la estropea.
Muchos sostienen que la música clásica más interesante hoy en día es precisamente la que se hace para las películas. Pero Morricone lo refuta con contundencia. «Nooooooo», rechaza. «La música clásica, la música absoluta, la de los conciertos, es una cosa. Y la música para películas es otra. Son cosas completamente diversas que en ocasiones pueden acercarse, pero son diferentes. La música de los conciertos nace de la capacidad de un compositor de expresar sus propias ideas, para crear esa música el compositor no debe hablar con nadie, sino sólo consigo mismo. Sin embargo, cuando se hace música para películas el compositor debe tener en cuenta al director, al público, al productor, las imágenes...».
Concede, eso sí, que la música para películas es de algún modo la lírica de nuestro tiempo. «Se aproximan bastante, la verdad. Porque en una película, como en una ópera lírica, están presentes todas las artes», sentencia.
Pero Morricone no sólo ha hecho música de películas. También llevan su firma un centenar de piezas de música clásica (incluidos 15 conciertos de piano, 30 composiciones sinfónicas y una ópera). Y también tienen su toque varias canciones emblemáticas del pop italiano de los años 60, como por ejemplo los arreglos de «Sapore di mare» o la música de «Guarda come dondolo».
Lo que no ha escrito nunca es un réquiem.
¿Por algún motivo?
Porque no me ha apetecido.
Ha cumplido recientemente 90 años. ¿Qué tal lo lleva?
Bien. Me siento bien.
¿Y le puedo preguntar si tiene miedo a la muerte?
No me lo planteo. Estoy muy bien, gracias.
En su funeral, ¿qué música le gustaría que sonase?
No lo sé. Me da igual, que pongan lo que quieran.
Morricone siempre ha tenido fama entre los periodistas de ser un poco arisco y hasta cascarrabias, de despachar muchas preguntas con respuestas breves o, directamente, con monosílabos. Y esa costumbre suya parece haberse exacerbado después de la bronca que ha mantenido recientemente con la edición alemana de la revista Playboy, que en su número de noviembre pasado publicó una entrevista en la que atribuía al maestro palabras bastante despreciativas hacia Tarantino. «Es un cretino», ponía el mensual en boca de Morricone. «Sus películas son basura», añadía.
El compositor negó tajantemente haber dicho nada semejante y anunció que se querellaría contra la publicación. Playboy, por su parte, defendió en un primer momento la veracidad de la entrevista. Sin embargo ha acabado reconociendo que las declaraciones de Morricone habían sido tergiversadas, si no directamente inventadas. «Por desgracia hemos determinado que algunas partes de la entrevista que hemos publicado no reflejan adecuadamente las palabras del señor Morricone», confesaba en un comunicado.
¿Es a causa de esa polémica por lo que me ha dicho que no quería que para esta entrevista se le hicieran fotografías?
No quiero que vuelva a entrar un fotógrafo en mi casa.
¿Por qué?
Porque no me apetece que me retraten.
¿Es por su aspecto?
Fea lo será usted. Me parece que es mejor que dejemos ya esta entrevista.
Irene Hdez. Velasco en El Mundo, 2 de enero, 2019
Foto original de Robin Little
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