Está mi infancia en esta costa,
bajo el cielo tan alto,
cielo como ninguno, cielo,
sombra veloz, nubes de espanto,
oscuro
torbellino de alas, azules casas en el
horizonte.
Junto a la gran morada sin
ventanas, junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al
pájaro carnívoro.
¡Oh, mar de todos los días,
mar montaña,
boca lluviosa de la costa fría!
Allí destruyo con brillantes
piedras la casa de mis padres,
allí destruyo la jaula de las
aves pequeñas,
destapo las botellas y un humo
negro escapa y tiñe tiernamente
el aire y sus jardines.
Están mis horas junto al río
seco, entre el polvo
y sus hojas palpitantes,
en los ojos ardientes de esta tierra
adonde lanza el mar su blanco dardo.
Una sola estación, un mismo
tiempo de chorreantes dedos
y aliento de pescado.
Toda una larga noche entre la
arena.
Amo la costa, ese espejo muerto
en donde el aire
gira como loco,
esa ola de fuego que arrasa corredores,
círculos de sombra y cristales perfectos.
Aquí en la costa escalo un
negro pozo,
voy de la noche hacia la noche honda,
voy hacia el viento que recorre ciego
pupilas luminosas
y vacías,
o habito el interior de un
fruto muerto, esa asfixiante seda,
ese pesado espacio poblado de agua y pálidas
corolas.
En esta costa soy el que
despierta entre el follaje de alas pardas,
el que ocupa esa rama vacía,
el que no quiere ver la noche.
Aquí en la costa tengo raíces,
manos imperfectas,
un lecho ardiente en donde
lloro a solas.
en Canto Villano
(Antología), 1996
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