No solo en las clínicas psiquiátricas, donde los pacientes tienen anhelos
de palomas, hay peleas.
También en la plaza las palomas a las que se regala maíz encuentran
la forma de entrar en batalla.
No fue seguramente el fin del que la diseñó que tuviese la vida
de pandilleros o empresas.
Más bien puede pensarse que concibió ubicarlas todas en un puerto
para divisar lo que es bueno por hondo,
la carga que viene, la carga que va.
A mí también se me ocurre una idea: convertirme en un gusano
para despertar al tipo de la estatua
y, si antes no gatilla el rifle, preguntarle por qué es preferible
matar enemigos;
por qué es mejor que comer humus y tierra
o escuchar el agua subterránea
cuando todos los indicios apuntaban a que defendía solamente
una mesa rectangular.
Así será el brocado de la democracia.
Así las especies devoran energía solar en un ágora.
Mientras los presentes, disfrutando un poco de aire en sus sitios, parecen
del todo satisfechos
con ser unos pervertidos sexuales de la coexistencia social; a fin de cuentas
han llegado hasta allí para oír con sus vasos capilares a los abejorros,
y apenas eso.
La plaza, debo colegir, es el lugar únicamente de las sensaciones bellas.
Y también el asiento en que es bueno pelar el plátano que me regaló
el verdulero
para más potasio y mejor vida.
Total, es un mundo físico y rememorar cada destello de un arete de perlas
llevará cien años.
Crea una galería de sortijas y casados, que descansan en el cuarto
de los niños.
Nosotros también estamos algo dormidos, acunados en la radiación
de fondo del desastre.
Pensamos en cosas, como un distrito financiero desierto.
Hasta que alguien nos recuerda que está prohibido imaginar asuntos
en las áreas municipales.
en De este lado del cielo. Nueva Antología de la Poesía peruana, 2018
Mario Pera, Antologador
Descontexto Editores
Pueden comprarla escribiendo a
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