domingo, julio 12, 2020

«El cíclope de Dios», de Balam Rodrigo

Fragmentos





Éste es el pan que descendió del cielo: No como vuestros
padres que comieron el maná, y murieron;
el que come de este pan vivirá eternamente.
Juan 6:58


Yo, que busco mi pan diario
en las manos nupciales
de la harina […]
yo, no puedo comer mi pan tranquilo
mientras le falte al mundo.
Otto René Castillo


3.

Aquellos rieles eran una pareja de machetes con el filo
vuelto al cielo: sobre ellos aún desfilan mujeres y hombres
hasta mutilar de su cuerpo la sombra.

Vi yo como dejaban pedazos de sí tras el camino:
a veces jirones de carne, a veces jirones de miedo.




4.

Los migrantes llegan por las vías del tren.
Y así se marchan, aullando piedras.

Las vías, líneas de acero ceñidas a la tierra
con clavos de sangre sobre hileras de árboles muertos:
toneladas de líber ahogado en diesel negro.

Doble filo de una navaja para afeitar la sangre
por el que caminan los migrantes tocando con los pies,
a cada paso, el himno de la noche apátrida.

No son vías los rieles, ni durmientes los tendidos troncos:
son una larga e infinita marimba extendida de sur a norte,
desde el verde que muere al sol hasta el azul que muerde al cielo.




5.

Así llegó Orlin —cíclope de Dios—
tan cansado que arrastraba la sombra
como si fuese un fardo de piedras.

Llegó rechinando los huesos.

Si no mal recuerdo, traía sudando tristezas
y un par de tenis rotos desde San Pedro Sula.

No tenía el ojo derecho.

En un bagazo de selva hondureña
había dejado la mitad del sol:
una metralla le vació aquél ojo
y le dejó zurdos el mundo y la luz.




10.

Y allí estábamos aquella noche de muertos a machete
con música de un par de zarabandas que sonaban a lo lejos
lamidas por la lluvia y las marimbas.

Habíamos vendido casi todo
y nos sentamos a descansar un rato en la banqueta
mientras pasaban caminando los fieles de la feria.

Orlin llamó a mi madre para preguntarle
si podía calentar «algo» en el comal.

Tenía entre las manos una torta,
un poema hecho de lenguas en apariencia muertas:
había reunido las migajas para esculpir con ellas,
primero, las dos mitades de un francés,
y luego, llenó ese bastardo hijo del trigo
con todas las virutas, sílabas de pollo,
lascas de milanesa, las cosas olvidadas por nosotros
en la orilla de la mesa en la cocina.

Nos reveló así la comunión del pan
y la multiplicación del asombro:
veíamos esa torta como una granada abierta
que goteaba luz y Orlin parecía un niño sibarita
que hubiese cortado la lengua de un ángel
o el corazón de Dios para comérselo en silencio.




11.

Esa noche, vi yo nacer aquél milagro:
todos comimos de la torta de Orlin,
y en el lugar del diestro y negro pozo de su ojo,
un astro de vidrio eclipsaba la muerte
y brillaba en su rostro la ternura.




12. (Sueña Orlin en voz alta)

Hubieran elegido otra frontera, no este río.
Una mano quizá, un árbol, un pedazo de carne o de madera.
Una montaña, una cueva, un volcán o su magma.
Hubieran escogido otra frontera, no esta imbatible luz
en donde mora la legión de los ahogados y las piedras.














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