lunes, junio 15, 2020

«De Profundis», de Carlos de Rokha





Desde este amargo té me vuelvo hacia el demonio
apenas entrevisto por el insomne huésped
que soy cuando de noche entro en mi ser visible
cansado de mi viaje y de la larga
locura que hace tiempo absorbe mis dos sienes.
Me vuelvo a la ceniza y al vaso de mi sangre
con las venas ardiendo y el rostro amortajado,
más la espalda llagada, doliéndome el costado,
dando perdón al denodado
enemigo que soy de mí mismo y de mi alma.
Solitario por dentro, fatigado,
sin esperanzas como
un Cristo de abismal perspectiva
sobre el madero de mi columna vertebral crucificado
por los días que vivo buscando una respuesta
a la angustia que asalta mis ojos cuando duermo.
Oh deudo, oh desolado
centinela del tiempo, vigía sumergido
en la sangre, en el vino y la tierra: ese soy,
esa es mi sed, esa mi hambre, esa mi soledad, esa mi angustia,
y en mí mismo me acabo
por dentro como un viento que hacia el cielo se impulsa.
Desterrado por siempre, solemne, vertical, desterrado
como un águila ebria sobre una isla en llamas,
ya sin ansias de todo lo vivido
me vuelvo a la vigilia de mi cáliz,
y nada, nada espero de los días que vienen,
sino una azul espada que me destroce el alma.




29-xii-61















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