El mexicano Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) se ha referido a Chile como “el país de las primeras ocasiones”. Cuando en 2012 ganó el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, de la Universidad de Talca, esa idea pareció corroborarse, pues fue el primer reconocimiento a su obra completa como escritor: que va desde el cuento y la novela (Los culpables, La casa pierde, Arrecife y El testigo, entre otros libros), al ensayo y la crónica (por ejemplo: De eso se trata y Dios es redondo), pasando a la literatura infantil y juvenil (La calavera de cristal y El libro salvaje), y la traducción (Lichtenberg, Beckett).
“Afortunadamente no me siento cómodo en ningún género, yo creo que si me sintiera cómodo en alguno, no lo practicaría, porque necesito, creo que como todos los escritores, de ciertos estímulos que me inquietan e incluso, a veces, me irritan. Uno escribe para sortear un obstáculo, para transformar una insatisfacción, una imperfección en algo tolerable y, si se puede, en algo disfrutable”, dijo Villoro al teléfono, desde México, durante la conferencia de prensa en la que se le comunicó el premio. “Yo soy una persona dispersa”, agregó. “Cambiar de género me permite tener nuevas tensiones”.
Antes de que su obra fuera premiada en Chile, el primer mundial de fútbol del que tuvo noticia Villoro fue el de 1962; el primer gran jugador extranjero que vio en México fue el chileno Carlos Reinoso; el primer acontecimiento político que lo sacudió fue el golpe de Estado de 1973; la primera manifestación a la que asistió fue en apoyo a la Unidad Popular; el primer “villano histórico” de su vida fue Pinochet; el primer amor de su vida fueron las chilenas que llegaron a su colegio; su primer amigo al llegar a Berlín Oriental, a un puesto diplomático, fue el escritor chileno Carlos Cerda; el primer viaje que hizo junto a su esposa fue a los glaciares chilenos. Sumemos a eso su amistad con Roberto Bolaño, el terremoto del 27 de febrero de 2010, que lo pilló en Santiago y del que salió un libro (8,8: el miedo en el espejo), y hasta haber sido parte de la delegación que Chile llevó a la Feria del Libro de Guadalajara de 2012.
Y si todo eso no bastara para confirmar la familiaridad de Villoro con Chile, agreguemos la relación que tuvo con el propio José Donoso, a quien conoció en México y recordó durante la conferencia de prensa ya referida. “A mí me da muchísimo gusto estar asociado a la figura de José Donoso, tuve la suerte de conocerlo personalmente aquí en México: nos encontramos varias veces cuando una escritora chilena, Diamela Eltit, a quien también aprecio mucho, estaba aquí como agregada cultural. Y con varios amigos comunes, entre ellos Margo Glantz, escritora mexicana, que fue muy amiga de José Donoso, nos reunimos; y él era un hombre de un sentido del humor absolutamente formidable, que contaba historias legendarias de su hipocondría y del mundo de los escritores. Escribió la Historia personal del boom, pero en las tertulias hacía la historia íntima del boom, era sumamente divertido. Como novelista creo que toda mi generación se benefició de libros como El obsceno pájaro de la noche, Casa de campo, El lugar sin límites, que se hizo en México como película. Y tuve la suerte también de presentar alguno de los libros de José Donoso en México, por ejemplo, Donde van a morir los elefantes, escribí un texto sobre él. Cuando falleció se le hizo un homenaje aquí, en la Feria de Guadalajara, que estaba dedicada a Chile [la versión de 1999], y participaron diversos escritores chilenos de mi generación: Carlos Cerda, Carlos Franz, Arturo Fontaine, Alberto Fuguet, Gonzalo Contreras, quizás me olvido de alguno, y me pidieron que yo fuera el escritor mexicano que hablara de José Donoso; lo cual desde luego que me encantó. Con Carlos Fuentes, que murió recientemente, solíamos acordarnos mucho de Donoso, porque él lo había conocido cuando estudió en Chile, desde entonces eran amigos. De modo que es una figura que desde un punto de vista literario ha sido muy significativa para mí, y también desde un punto de vista personal y amistoso”.
Villoro, como si de armar un canon chileno personal se tratara, también recordó y elogió a Bolaño (“Es una obra que nos habla de la extraordinaria vitalidad que puede tener la experiencia como forma narrativa”, dijo, “haber creado la figura heroica del poeta en nuestra literatura, que no es necesariamente un poeta que escriba, sino que concibe su propia vida como una obra de arte, alguien que se arriesga a vivir poéticamente, con otras reglas, de ahí la figura del detective salvaje, un investigador radical de la realidad”), a Antonio Skármeta (“Fue muy importante para mi generación y especialmente para mí”), a Alberto Fuguet (“Es un gran cronista”), Jorge Edwards (“Me ha gustado mucho como memorialista”), Gonzalo Contreras (“Encuentro atmósferas y cercanías temáticas”), Francisco Mouat (“Es un espléndido cronista”), Rafael Gumucio (“Destacaría su evidente sentido del humor, su ironía”), Carlos Franz, Arturo Fontaine, Lina Meruane y a Nelly Richards.
En una de sus columnas, “No llegar a la meta”, Villoro escribió: “A últimas fechas tengo la impresión de que el secreto de la vida está en la posposición: si te retrasas lo suficiente, impides el drama de llegar”. Tesis que ejemplificaba con la anécdota de un galgo que alcanza a la liebre y se deprime, y con la mención a un amigo que ganó un importante premio, lo que lo abrumó. “Alcanzó su liebre”, es la explicación de Villoro.
Con el Premio José Donoso, que reconoce toda tu obra, y otros que has ganado, como el Herralde, ¿no temes alcanzar tu liebre?
Por suerte la vida tiene muchos desafíos y siempre hay algo estimulante en el horizonte. El verdadero estímulo para un autor son los libros que desea escribir. No hay mayor aliciente que una página en blanco. En ese sentido, sigo persiguiendo mi liebre.
Que este premio se llame José Donoso, ¿le otorga alguna singularidad frente a otros que has ganado?
Tiene varias singularidades para mí. Se otorga por el conjunto de la obra, es decir por la travesía que has hecho en la literatura. Me gusta que por primera vez mi trabajo reciba un juicio de conjunto. Además, está asociado con José Donoso, a quien admiro como autor y a quien quise como persona. Por último, viene de Chile, un país con el que tengo numerosas afinidades y que ha marcado mi vida en forma determinante, como explico en el arranque de mi libro 8.8: el miedo en el espejo, que recoge mi experiencia durante el terremoto en Chile.
Esas dos preguntas y respuestas vienen de una entrevista posterior a la conferencia de prensa en que se le comunicó el Premio José Donoso. Fueron hechas por correo electrónico. La siguiente pregunta, tal vez pertenece al mismo correo, pero podría ser de la conferencia.
¿Qué te parece que se reconozca el conjunto de tu obra?
Me da mucho gusto, me hace sentir, no precisamente viejo, pero sí que ya ha transcurrido un camino. Y, pues, yo creo que cuando nosotros escribimos un libro siempre tenemos la voluntad de arriesgar algo, de decir algo distinto, pero es difícil entender una obra en densidad, es decir, en la perspectiva que tiene un libro relacionado con otro. Cuentan que Pablo Neruda cuando recibía la visita de un joven poeta, que le llevaba un libro para leerlo, que era el libro con el que estaba debutando en la literatura, respondía: “No me traigas el primer libro, porque el primer libro de un poeta chileno siempre es muy bueno, porque es la primera vez que se estrena una voz y tiene algo que decir y que aportar. Tráeme el segundo libro, porque el segundo libro ya establece perspectivas con el primero…”. Entonces, desde luego que haya un aprecio por un conjunto de libros te hace pensar que no se reunieron de manera tan caótica y que pueden convivir unos con otros, hasta donde eso es posible… Sabemos que todas las familias son relativamente disfuncionales y lo mismo pasa con la obra de un autor, todos los libros tienen lazos de sangre y están en una relación un poco tensa, pero muchas veces armónica.
Además de novelista, cuentista, cronista, ensayista y traductor, Villoro es dramaturgo. Y ese oficio volvió a vincularlo con Chile cinco años después de ganar el Donoso. En abril de 2017 estrenó, en el Festival Puerto de Ideas Antofagasta, la obra La desobediencia de Marte. Y también, como reconocido fanático del fútbol que es, además de amante de las ciencias, dictó la conferencia “Las estrellas de la mente: Apuntes personales sobre ciencia y literatura” y participó de la conversación “El gol de la física y la cultura”. De ahí está entrevista telefónica:
¿Qué vinculo ves entre ciencia y literatura?
Ha habido escritores que tienen una relación muy definida con la ciencia. Pienso, por ejemplo, en Primo Levy, que fue químico, y escribió una novela como El sistema periódico, donde los personajes representan a los elementos de la tabla periódica. Mi relación con la ciencia es muchísimo más relajada, hay muchas cosas que no comprendo, pero ha sido un estímulo continuo tratar de acercarme a algunos temas científicos. Escribí una novela, El disparo de argón, que se ubica en una clínica para la vista, protagonizada y narrada por un oftalmólogo, y que habla de la vista en un sentido óptico, pero también trascendente. Y en otras obras, pues me he acercado a ciertos temas que tienen que ver con los enigmas de la naturaleza, pero tratando en cada una de estas ocasiones de relacionarlos con los enigmas de lo cotidiano, con la forma en que nosotros vivimos. Entonces la obra de teatro que se estrenará en Chile, La desobediencia de Marte, tiene que ver con esta misma tensión: buscar lo que está en el confín del universo, muy lejos de nosotros, pero relacionarlo siempre con misterios que ocurren en enorme proximidad, en nuestra vida diaria.
Ya que me mencionas la obra, ¿me puedes adelantar algo del argumento?
Mira, te cuento un poco cómo surgió: hace muchos años, por ahí por 1982, yo vivía en Berlín oriental y leí un libro sobre astrónomos, Los sonámbulos, de Arthur Koestler. Es una historia apasionante de cómo se ha tratado de descubrir y avanzar en el conocimiento del cosmos. En ese libro aparece una situación que me pareció eminentemente teatral, que fue la disputa entre el astrónomo danés Tycho Brahe, y el astrónomo alemán Johannes Kepler. Tycho Brahe era el mejor astrónomo fáctico de la época, tenía las mejores tablas de medición, había hecho instrumentos extraordinarios para estudiar los cielos, y era un científico empírico, pero no sabía cómo interpretar los datos que tenía. Por el contrario, Kepler, que era mucho más joven, conocía mucho de teoría, pero tenía muy pocas mediciones del universo, además tenía mala vista, tenía un problema físico, de visión doble, y nunca pudo ver por un telescopio.
Entonces cuando Tycho Brahe vivía cerca de Praga, en Bohemia, invitó a Kepler para que analizaran juntos sus tablas de medición. Fue un encuentro apasionante, porque los dos se necesitaban, pero al mismo tiempo recelaban el uno del otro, en cierta forma eran enemigos, porque tenían visiones distintas del universo: Tycho Brahe pensaba que todos los planetas giraban en torno a la tierra, y eso era una concepción diferente a la de Kepler. Si uno de los dos dominaba en la resolución del cosmos, se quedaría con la gloria futura. El dueño de las tablas de medición, que era Tyko, quería que Kepler se sometiera a su teoría. La órbita más compleja, la más caprichosa del sistema planetario solar es la de Marte y, de manera un poco mañosa, Tycho Brahe le dio a Kepler la órbita de Marte [para que la calculara], y Kepler se sintió perdido, no podía descifrarla, necesitaba a los otros planetas. Ahí se dio una relación muy tensa y muy necesaria, porque el uno no podía existir sin el otro. Finalmente Kepler acabó robándose las tablas de medición y descifrando la órbita de los planetas. Entonces, gracias a ese pleito, gracias a esa amistad tan contrariada se pudo descifrar una parte, digámoslo así, muy notable del universo.
Ese fue el germen de la obra de teatro, hace ya muchos años, te digo que fue por ahí por 1982. Yo vivía en Berlín oriental, luego viajé varias veces a Praga, porque ahí vivía un amigo escritor, Sergio Pitol, y en una librería encontré un calendario con los instrumentos de medición de Tycho Brahe, que me parecieron muy interesantes desde el punto de vista estético, son extraordinarios para una escenografía: sextantes, astrolabios… Y entonces pensé escribir una obra de teatro sobre el tema, pero bueno, pasaron muchísimos años y no fue sino hasta el año pasado que pude concluir esta obra, que trata, justamente, de ese encuentro histórico en 1600, entre los dos astrónomos, que definió el curso de la ciencia. También trata de la vida de los actores que los representan. Es decir, yo como dramaturgo latinoamericano, pues no quería hacer una obra exclusivamente de astrónomos europeos, sino que quería trasladar esto a otra realidad y contrastar lo que pasa en los enigmas lejanos del universo con lo que pasa en los enigmas cercanos de nuestra vida diaria. Y uno de los grandes misterios de la existencia es que lo que queda en la curvatura del universo a veces es tan desconocido como la persona que duerme al otro lado de nuestra cama.
Y el elemento de cotidianidad que le agregas es que sitúas la obra aquí, en América Latina.
Sí, bueno, se sitúa en el teatro donde se representa. No quiero adelantar demasiado, porque hay un elemento de sorpresa, pero te lo cuento a ti… [Queda hasta ahí la respuesta, para no matar la trama de la obra y respetar el deseo de Villoro. Baste decir que el asunto también tiene que ver con peleas, pero por motivos menos elevados que las órbitas de los planetas].
Pero también se puede pensar que en la pelea científica había vanidades e intimidades involucradas.
No, desde luego, desde luego. Porque hay mucho de vida personal en esto, o sea, quién va a ser el que represente a la posteridad, tú o yo. Ahí hay egoísmo, hay vanidad, hay muchos temas. Al mismo tiempo la necesidad del otro, ¿no?, yo no puedo hacer nada sin tu ayuda; porque estos dos astrónomos se complementan, aunque críticamente.
A propósito de que me cuentas esto, y de que me mencionaste que la primera novela tuya tiene que ver con la visión, ¿quizás en el elemento de la visión y de la imaginación –que es lo que Kepler le aporta a esta discusión– puede haber un punto de encuentro entre las ciencias y la literatura o entre el científico y el escritor?
Sí, yo creo que el científico requiere de una imaginación muy grande. Lo que pasa es que tiene que ser una imaginación especial. Una de las características más interesantes de Kepler es que él llegó a la solución de varios problemas científicos, reales, haciendo preguntas muy imaginativas, pero equivocadas. Por ejemplo, él se preguntó sobre la música de las esferas, cómo sonaría el cosmos –que es una idea más artística, más literaria que científica–, y tratando de seguir esta idea hizo notables descubrimientos. Del mismo modo en que pensó que Dios había organizado el sistema planetario solar de manera muy estética, y por eso solamente había seis planetas, que eran los que se conocían en aquella época en el sistema solar, entonces creó una geometría muy interesante para explicar por qué había solamente estos seis planetas; y toda esa era una teoría equivocada, pero que llevó a una solución concreta correcta. En ocasiones se enamoraba por razones estéticas de un número y trataba de que una fórmula calzara con ese número, y también así llegó a algunos resultados. Es un científico muy imaginativo, de hecho escribió un relato de ciencia ficción. Hay elementos muy ricos para un escritor en la mente de Kepler. Una característica de él, por ejemplo, que le impidió durante años resolver el tema de las órbitas de los planetas, es que estaba convencido de que debían ser circulares, porque el círculo es una forma estéticamente perfecta, y en cambio la elipse es como un círculo averiado, es un óvalo incómodo, poco estético, es una forma que no atrae. Entonces él se resistía a aceptar la forma elíptica hasta que no le quedó más remedio que hacerlo. También eso habla de cómo, muchas veces, la estética estaba por encima del conocimiento científico en la mente de Kepler.
También, según vi en el programa del festival, vienes a participar de una conversación que se llama “El gol de la física y la cultura”. ¿Dónde se encuentran el fútbol y la ciencia?
Bueno… [ríe]… Los entrenadores de fútbol quisieran que se encontraran en el pizarrón. Porque los entrenadores de fútbol tienen la ambición de que sus pupilos jueguen conforme a la pizarra y cumplan con todos los movimientos, parecidos a ecuaciones, que ellos inventan. Pero bueno, el fútbol también está hecho de intuición y de muchas otras cosas. Hay ciertamente planteamientos tácticos y el fútbol tiene que ver con el trazo de diagonales, tiene que ver con la concepción del espacio y con su aprovechamiento, que en mucho le debe al conocimiento científico de un territorio, ¿no? Pero claro, es una mezcla extraña entre lo que nosotros podemos prever, racionalmente, y lo que un genio de la cancha puede hacer intuitivamente, porque lo que define al crack es que no hace lo que todo el mundo espera que haga lógicamente, sino que lo que, siendo ilógico, es más eficaz. Entonces ahí es donde escapa un poco el fútbol a la ciencia.
Lo que debe ser un estrés para entrenadores como Marcelo Bielsa, que son especialmente obsesivos con manejar a sus jugadores.
Sí… Bielsa. Por ejemplo, tiene una fascinación por el número seis y entonces hace turnos de entrenamiento en donde cada jugador tiene que lanzar seis tiros libres o seis tiros de esquina. Cuando yo lo conocí me preguntó: “Dime las seis razones por las que una novela debe ser buena”. Le gusta dividir el mundo en seis. Es una superstición, pero muchos de los descubrimientos científicos, como veíamos por el caso de Kepler, se basan justamente en eso, en cierta obsesión por un número y acomodar las cosas en correspondencia.
Te devuelvo al tema de las relaciones entre ciencia y literatura, para preguntarte si tienes alguna noción de cómo ha repercutido el progreso de las ciencias en las letras.
No, ha repercutido de muchas maneras. Mira, si tú piensas tan solo en el cuerpo humano y en la medicina: la invención de los rayos X, por ejemplo, permitió una introspección extraordinaria que fue paralela al descubrimiento de la mente en la literatura. Toda la literatura del yo, la literatura del flujo de la conciencia y la asociación libre de ideas, tiene que ver, por supuesto, con procesos como el psicoanálisis, pero también con tecnologías que permitieron averiguar al cuerpo por dentro; eso es muy importante. Otro elemento científico que permitió lidiar con el propio cuerpo fue la invención de la anestesia. Antes de la anestesia la cirugía era una profesión de matarifes, de carniceros, que tenían que lidiar con un cuerpo que se resistía. La anestesia permitió una exploración científica tranquila del cuerpo, que también tuvo repercusiones psicológicas muy fuertes, y entonces la literatura empezó a hablar de otra manera de los órganos interiores del cuerpo. Tan solo esos ejemplos nos dan una idea de cómo la ciencia y la tecnología repercuten en la literatura. Por supuesto también la exploración del universo, pues fue decisiva para la anticipación científica y para la ciencia ficción, ¿no? Y qué decir de todo el mundo virtual en el que ahora nos movemos, que también ha cambiado la manera de relacionarnos con el texto, con la concepción del mundo, de la vida, y por supuesto ha afectado a la literatura.
Es muy interesante cómo la literatura se ha dejado afectar por el progreso científico, en algunos casos anticipándolo, por ejemplo Julio Verne, que es uno de los casos claves para entender cómo la literatura puede conjeturar y prever cosas que aún no ocurren en el mundo de los hechos, pero que pronto ocurrirán. Entonces hay una relación muy interesante.
No sé si estarás de acuerdo, a veces desde las humanidades hay un resquemor hacia las ciencias. En ocasiones, por ejemplo, se las culpa de haber empobrecido nuestra experiencia, de haberla tecnificado. Keats le reclamaba a Newton haber destruido la poesía del arcoiris. ¿Cuánto se pierden las humanidades al poner esa distancia con las ciencias?
Bueno, hay una desconfianza recíproca, porque la ciencia desconfía de artes que dependen tanto de la subjetividad y de la imaginación. Y a su vez, las artes desconfían de algo que depende de los datos. Y como tú decías, pues muchas veces la ciencia le quita poesía al mundo, ¿no?, la luz eléctrica acabó con los fantasmas, por ejemplo. Antes las casas eran mucho más misteriosas, cuando estaban iluminadas con velas, y se perdió también ese romanticismo; ahora solo las parejas cuando se ponen muy románticas, o en el día de su aniversario, cenan bajo la luz de las velas, pero normalmente eso se ha perdido. La relación con el cosmos también es mucho menos interesante, yo creo que tendríamos un mayor respeto por la naturaleza si no hubiera contaminación lumínica en las ciudades y pudiéramos ver a ojo desnudo la bóveda celeste, tal y como se ve, por ejemplo, en el desierto de Atacama. Cuando tú contemplas ese espectáculo cobras conciencia de tu pequeñez, y obviamente sientes una sobrecogedora admiración por la naturaleza. Entonces, efectivamente, el progreso elimina zonas románticas, elimina otra forma de conocer la naturaleza.
Creo que es importante que ningún tipo de conocimiento sea absolutamente hegemónico, o sea, el ser humano necesita conocer el mundo de los hechos, el mundo de los datos, pero no puede prescindir de los sueños, las ilusiones, la imaginación, lo que no es razonable de manera unívoca, es decir, lo que debe ser entendido de muchos modos. El amor, por ejemplo, solamente puede ser entendido de maneras numerosas, múltiples, caprichosas, contradictorias, es un problema eternamente descifrable, no es algo que se pueda despejar como una ecuación. El sano equilibrio del conocimiento está en complementar las ciencias y las artes. Creo que en el mundo contemporáneo predomina, por el impulso tecnológico, por la obsesión de lo cuantificable, por la falta de espiritualización de nuestras sociedades, el impulso científico. Vemos que en muchos países materias como filosofía desaparecen de la educación secundaria y preparatoria. Hay un repliegue de las humanidades.
Yo estuve dando clases en Barcelona cuando el consejo de Bolonia decidió que pasáramos de la calificación en letras de nuestros exámenes, a la calificación con números y décimas, lo cual es bastante complicado, porque no es tan fácil cuantificar los méritos de un ensayo, y es muy complicado decir dónde queda el ocho punto cinco o el ocho punto siete para un discurso escrito. Esta obsesión por lo cuantificable ha ido en demérito de las humanidades. Y creo que una de las mejores formas de defender las humanidades es incorporar lo que ellas pueden decir de la ciencia. Porque hay muchas cosas que la ciencia solo puede comprender gracias a las humanidades y el arte. Uno de los autores de los que voy a hablar en mi conferencia es Lichtenberg, que es un autor que traduje, y que fue un físico del siglo XVIII. Él dice una cosa muy interesante al respecto: el que solo conoce una cosa no conoce ni siquiera esa cosa. Es decir, que si nosotros queremos tener un conocimiento del mundo no podemos parcelarlo de tal manera que solo conozcamos ese algo, es decir, que seamos expertos en cada vez menos; que es uno de los grandes riesgos del conocimiento científico, ¿no?, el parcelar, la especialización a un grado en que ya nadie pueda comprender lo que sucede. Creo que es una de las enfermedades de nuestra época. Un hombre del siglo XVIII, como Diderot, por ejemplo, podía escribir en la Enciclopedia francesa artículos de muy distintos temas, porque tenía un conocimiento básico de todo lo que se sabía en aquella época acerca de esos temas. Hoy en día sería imposible un enciclopedista así, porque el conocimiento se ha especializado muchísimo. Entonces necesitamos puentes para los distintos saberes, y uno de los más eficaces creo que es la literatura y el arte en general.
En alguna parte leí un paralelo que haces o citas entre el uso del bisturí y la escritura a mano…
Exacto, sí, sí, la pluma y a la mano, por supuesto.
¿La tecnificación es a la medicina lo que el computador es a la lapicera o la pluma?, ¿hay una pérdida equivalente?
Sí, mira, la medicina tiene nuevas herramientas, y obviamente trabaja muchas veces a través de la computación, a través de una pantalla, no en contacto directo con la piel y con el cuerpo. Del mismo modo en que nosotros [al escribir] trabajamos con una pantalla. Esto trae algunos méritos técnicos, pero también algunos problemas de uso. Yo creo que todas las tecnologías –sean utilizadas para la ciencia, la medicina o la literatura– tienen un componente de riesgo, y el principal de ellos es que nos dejemos dominar por la computadora. Es decir, que nosotros veamos, por ejemplo como médicos, datos que cruzamos en un programa de computación y ya no auscultemos al paciente, no lo escuchemos. Cada paciente es diferente, cada paciente es un caso único, y es muy importante que él se cuente a sí mismo, la historia clínica; creo que se debe mantener el equilibrio entre ver al paciente y utilizar un instrumento novedoso para analizarlo.
Y lo mismo se puede decir de la escritura: la literatura escrita en pantalla, pues tiene una gran velocidad para tener un texto, por ejemplo, en limpio; pero la gran pregunta es, ¿ese texto realmente está en limpio? Nos parece que está en limpio porque así se ve, porque podemos ir corrigiendo una letra, otra letra, sin tachaduras, sin enmiendas, sin borrar, sin manchas. Pero cuando nosotros trabajamos en papel, y hacemos manchas y enmiendas, volvemos –muchas veces– a pasar en limpio una página, y ese pasar en limpio hace que no solamente corrijamos aquellas cosas que ya estaban tachadas, sino que descubrimos nuevas posibilidades del texto, y hacemos otros cambios. El problema de la computadora es que ya no pasamos en limpio, nos parece que [el texto] está en limpio, aunque no lo esté. Entonces exige otro tipo de reacciones, ya sea la capacidad extraordinaria de que el primer intento sea magnífico, o bien, que utilicemos eso que parece estar en limpio como un simple borrador y sigamos trabajando ahí; pero es un desafío complejo. Entonces, bueno, creo que cada uno de los avances ofrecidos por la tecnología dispara nuevas creatividades, y al mismo tiempo representa posibles limitaciones.
La última pregunta… En realidad tiene dos partes. ¿Podrías hacer un pequeño canon o selección de novelas científicas o en las que la ciencia ocupe un lugar importante? Eso por un lado. Y por el otro, ¿hacer un canon o selección de textos científicos con valor literario o narrativo?
Uy, pues mira, de textos científicos, El origen de las especies, de Charles Darwin, es un texto absolutamente extraordinario. Los textos de Galileo sobre la luna son textos de gran vuelo literario. En el plano de la divulgación, Los dragones del Edén, de Carl Sagan, es un libro formidable, o Los sonámbulos, de Arthur Koestler, que ya te mencionaba. Y por el lado de la literatura, pues El sistema periódico, de Primo Levy, que te decía, que tiene que ver con la química; Arrowsmith, de Sinclair Lewis, que es un libro maravilloso sobre la medicina; La ciudadela de… [A.J. Cronin]… bueno, no sé si incluir La ciudadela, porque también ya es otro libro de medicina… Déjame ver, qué otro libro te podría decir de ciencia… De una vez te diría Atlas occidental, de Daniele del Giudice, que se ubica en un acelerador de partículas, es una novela que ahora me viene a la mente, y que sin duda alguna es una novela muy buena. Bueno, Las cosmicómicas de Italo Calvino, también… Pos quedaron casi puros italianos, fíjate… Mira, hay una novela que se llama Kepler, precisamente, que me sirvió mucho para mi obra de teatro: Kepler, de John Banville. Esa me sirvió mucho.
Septiembre de 2012 y abril de 2017
en Descartes periodísticos, La Pollera, 2020
No hay comentarios.:
Publicar un comentario