viernes, mayo 08, 2020

“Dos más dos son cinco”, de John N. Gray





Durante la tortura a la que Winston Smith fue sometido en 1984, de George Orwell, el interrogador O’Brien levanta cuatro dedos y le exige a Winston que le diga sinceramente que hay cinco. O’Brien no se dará por satisfecho con una mentira arrancada bajo presión. Quiere que Smith vea cinco dedos. El interrogatorio es largo y angustioso.

-Aprendes muy despacio, Winston -dijo O’Brien con suavidad.
-¿Cómo puedo evitarlo? –balbuceó-. ¿Cómo puedo evitar ver lo que tengo ante mis ojos? Dos y dos son cuatro.
-Aveces, Winston. A veces son cinco. A veces son tres. Aveces son todos al mismo tiempo. Tienes que esforzarte más. No es fácil recobrar la razón.

Smith es sometido a más tortura, pero no como castigo, según explica O’Brien. En otros tiempos los inquisidores obligaban a aquéllos que torturaban a confesar, pero nadie creía esas confesiones, ni quienes las realizaban ni los otros. Con el tiempo quienes habían sido torturados llegaban a ser venerados como mártires, y los torturadores denigrados como déspotas. O’Brien le explica a Winston cuánto se ha progresado desde entonces:

Nosotros no cometemos esa clase de errores. Todas las confesiones que se pronuncian aquí son verdaderas. Nosotros hacemos que sean verdaderas. Y, sobre todo, no permitimos que los muertos se levanten contra nosotros. Debes dejar de imaginar que la posteridad te reivindicará, Winston. La posteridad nunca sabrá de ti. Desaparecerás por completo de la corriente histórica. Te convertiremos en gas y te tiraremos en la estratosfera. De ti no quedará nada: ni un nombre en un papel ni tu recuerdo en un ser vivo. Serás aniquilado tanto en el pasado como en el futuro. Nunca habrás existido.

Smith debe llegar a ver cinco dedos siempre que se lo exijan, pero debe hacerlo libremente:

O’Brien sonrió levemente y prosiguió [...]. «Tú, Winston, eres un desperfecto en el patrón. Eres una mancha que debemos borrar. ¿No te he dicho que somos diferentes de los martirizadores del pasado? No nos contentamos con una obediencia negativa, ni siquiera con la sumisión más abyecta. Cuando acabes por rendirte a nosotros, será por voluntad propia».

Winston había escrito en su diario: «La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro». El objetivo de O’Brien es que Winston acepte que dos y dos son cinco. En cuanto Winston lo vea como una verdad, estará salvado.

La idea de que la libertad es la capacidad de decir que dos y dos son cinco había aparecido en los escritos de Orwell antes de la publicación de 1984. La novela apareció en 1949, pero en su ensayo Mi guerra civil española, escrito en 1942, Orwell apuntó:

La teoría nazi niega específicamente que «la verdad» exista como tal. No hay, por ejemplo, «ciencia» como tal. Solo hay «ciencia alemana», «ciencia judía», etcétera. El objetivo que implica esta línea de pensamiento es un mundo en el que el líder, o una camarilla en el poder, no solo controla el futuro, sino también el pasado. Si el líder dice de algún acontecimiento que «nunca existió», entonces es que nunca existió. Si dice que dos y dos son cinco, entonces es que dos y dos son cinco.[1]

Se ha sugerido que Orwell tomó la expresión del nazi Hermann Göring, quien supuestamente declaró que «Si el Führer así lo quiere, dos y dos serán cinco». Pero existe otra fuente en un libro que Orwell reseñó para The New English Weekly en junio de 1938. En el capítulo decimoquinto del libro segundo de Assignment in Utopia [«Enviado especial a la utopía»], titulado «Two Plus Two Equals Five» [«Dos más dos igual a cinco»], Eugene Lyons escribió sobre el tiempo que había pasado en la Unión Soviética en los años treinta:

La industrialización se movía hacia adelante con un gran rugido y frenéticos gritos de guerra. Los reportajes sobre edificaciones, producción de las fábricas, nuevos colectivos y granjas estatales expulsaban a codazos al resto de noticias de las portadas. Constantemente sonaban tambores de alarma: una brecha en uno u otro de los frentes económicos, acusaciones de sabotaje, repentinos arrestos y fusilamientos de ingenieros y administradores. A pesar de ello, los planes se cumplían en todas partes, incluso se superaban. Nuevos entusiasmos y energías, y nuevas amenazas también, estaban surtiendo efecto...
El optimismo corría desbocado. Cada éxito estadístico contribuía a justificar las políticas coercitivas mediante las cuales se había alcanzado. Cada revés se convertía en un estímulo para las mismas políticas. El eslogan «El plan quinquenal en cuatro años se ha avanzado» y los símbolos mágicos «5 en 4» y «3+3=5» se ponían en carteles y se coreaban a lo largo y ancho de la tierra.
La fórmula « 2+2=5» enseguida llamó mi atención. Me pareció a un tiempo atrevida y ridicula, lo desafiante y lo paradójico, y el trágico absurdo de la escena soviética, su mística simplicidad, el desafío a la lógica, todo reducido a una aritmética burlona [...]: 2+2=5 en luces eléctricas, en las fachadas de las casas de Moscú, en letras de treinta centímetros de alto en carteles propagandísticos, el calculado error de escritura, la hipérbole, el optimismo perverso; algo puerilmente terco y sorprendentemente imaginativo.[2]

Quizá fuera el sentido de la realidad adquirido por la dureza de sus primeros años de vida lo que explicara la incapacidad de Lyons para aceptar la mágica aritmética del plan quinquenal. Nacido en 1898 en Bielorrusia, entonces parte del imperio ruso, creció en un barrio pobre de la ciudad de Nueva York. Después de prestar servicio en el ejército estadounidense durante la Primera Guerra Mundial, se acercó a las posturas políticas más radicales hasta el punto de defender a los anarquistas Sacco y Vanzetti, quienes fueron ejecutados por haber participado en un robo a mano armada, pero de cuya inocencia Lyons estaba convencido, y se afilió al Partido Comunista de Estados Unidos. Acabó en el mundo del periodismo y empezó a trabajar para el Daily Worker. Entre 1933 y 1937 trabajó para la agencia de noticias soviética TASS y, entre 1928 y 1934, para la agencia estadounidense United Press (UPI) como su corresponsal en Moscú, donde lo invitaron a hacerle una en­ trevista personal a Stalin.

Cuando llegó era un firme creyente en el sistema soviético, y participó en la campaña inspirada por los censores soviéticos que se orquestó para desacreditar al periodista galés Gareth Jones, un antiguo secretario personal del primer ministro británico Lloyd George, cuyos artículos sobre la hambruna en Ucrania eran una fuente de bochorno para las autoridades soviéticas. Por lo que cuenta en Assignment in Utopia, en «The Press Corps Conceals a Famine» [«El cuerpo de prensa oculta una hambruna»], parece que los motivos de Lyons para participar en la campaña eran pragmáticos. Como el resto de los corresponsales, temía que le retiraran el visado si no cooperaba con los censores soviéticos. Si eso ocurría, dejaría de ser útil para su periódico y se encontraría sin trabajo en las profundidades de la Gran Depresión. Lyons y el resto de corresponsales de prensa publicaron una serie de artículos atacando a Jones y continuaron trabajando como corresponsales. Jones fue expulsado de la Unión Soviética y continuó con su trabajo en Extremo Oriente, donde fue asesinado en un ataque de bandidos en 1935, el cual se ha sugerido que pudo haber sido instigado por los servicios secretos soviéticos.[3]

Para cuando formó parte de la campaña para desacreditar a Jones, Lyons ya veía las realidades de la vida soviética tan claramente como el comprometido periodista galés. Apenas hay libros de occidentales que viajaron por la Unión Soviética que mencionen las horribles escenas que se pudieron presenciar entonces: el número de niños sin hogar que merodeaban perdidos por las estaciones de ferrocarril, supervivientes entre los millones de huérfanos causados por la guerra civil, y que desaparecían en cuanto eran atrapados por los órganos de seguridad, se multiplicó cuando una nueva generación de huérfanos surgió como resultado de la colectivización de las granjas; los mismos campesinos metidos en trenes como borregos... «en andenes de provincia, rodeados por guardias de la OGPU, como animales desorientados, mirando fijamente hacia ninguna parte. Esas criaturas mansas y embarradas, consumidas por el trabajo, apenas eran los kulaks (ricos campesinos capitalistas) de los carteles propagandísticos. El espectáculo de los campesinos guiados por las calles de Moscú por soldados con las pistolas desenfundadas era demasiado común para que las multitudes de las aceras le dedicaran algo más que una mirada casual».[4]

No fue solo la deportación de campesinos a punta de pistola lo que no mereció la atención de los visitantes occidentales. Muy pocos fueron los que mencionaron las tiendas especiales en las que quienes tenían acceso a «valuta» podían ían comprar artículos inaccesibles para los rusos normales y corrientes. Cuando se utilizaba en relación con estas tiendas el término «valuta» quería decir moneda extranjera o vales de crédito adquiridos a cambio de oro, los únicos medios con los que se podían comprar esos artículos, aunque los precios estuvieran indicados en rublos. Como explica Lyons, «valuta» tenía un significado más general, «valores reales», que se aplicaba en muchos contextos: «Tiendas valuta, restaurantes valuta, arrestos valuta, torturas valuta, putas valuta, por nombrar solo unas cuantas dimensiones de esa palabra inagotable».[5]

Lyons describe los artículos de lujo de una de esas tiendas en Moscú:

El milagro del pan blanco: un montón resplandeciente de pequeñas hogazas crujientes en el mostrador. No era el pan gris arena que se hacía pasar por pan blanco a precios de rublos en las tiendas de rublos, sino un pan luminosamente real. Al otro lado de la tienda estaba la sección de joyería. El brillo de los rubíes y de los diamantes para los compradores extranjeros no resplandecía ni la mitad de lo que lo hacían las hogazas de pan blanco; las piedras preciosas relucen con un frío brillo interno, mientras que las hogazas de pan blanco son prismas que reflejan la fascinación en los ojos de los rusos hambrientos. Había también mantequilla, quesos, salmón suave del Volga y grandes faldas de carne goteando sangre. Pero el pan blanco brillaba más que todo lo demás: el pan blanco era al mismo tiempo el símbolo y la sustancia del deseo.[6]

Los rusos que tenían oro -«monedas zaristas, cucharas, abalorios, alianzas, antiguas dentaduras postizas»- lo llevaban a un mostrador de la tienda y recibían a cambio un vale de crédito. Más tarde se facilitaron cupones para hacer más sencillo el proceso, y los vales de crédito se convirtieron en una moneda en sí misma, con un valor entre treinta y sesenta veces mayor que el rublo soviético.

Para los rusos, entrar en aquellas tiendas no estaba libre de riesgos, pero el hambre y la desesperación no les dejaban otra opción. Aunque las autoridades habían anunciado que allí no harían controles de identidad, la policía secreta realizaba cientos de arrestos basándose en la información proporcionada por las tiendas. Cualquier persona de la que se sospechara que poseía oro u otros artículos de valor era torturada por mera rutina, a pesar de que la mayoría de quienes tenían ese tipo de bienes los hubiesen adquirido de manera legal. Entre las técnicas de tortura utilizadas se encontraban la «sauna», el «cuarto de los piojos», la «cinta transportadora», los «tratamientos de frío» y otros métodos. Si los sospechosos no revelaban dónde escondían el tesoro, torturaban a sus hijos, un proceso que podía alargarse mucho en el tiempo si las víctimas no tenían nada de valor. Muchos de los torturados eran judíos, de quienes se pensaba que tenían «valuta» porque a veces recibían dinero de sus familiares en Estados Unidos.

A pesar de que la práctica de la tortura «valuta» era conocida por muchos corresponsales occidentales, ninguno la mencionaba en sus crónicas. Hacerlo habría sido un acto de resistencia que habría terminado con sus carreras. Lo curioso es que los visitantes occidentales apenas repararan en lo hambrientos y temerosos que se encontraban los rusos de la calle.

La tortura «valuta» estaba en parte motivada por el declive en los ingresos obtenidos por las exportaciones soviéticas. En los años treinta, como les ocurrió también a los países occidentales, la Unión Soviética se vio afectada por la Gran Depresión. A pesar de ello, dignatarios que tenían muy poco que perder sí decían lo que pensaban -como Bernard Shawy LadyAstor, entre otros- visitaron el país y regresaron con increíbles historias de mejoría social. De regreso a Estados Unidos, un consolidado anticomunista Lyons formaba parte de una minoría. En su gran mayoría, los occidentales que peregrinaron a la Unión Soviética aceptaron de buen grado la pseudorrealidad que se les mostraba. Poseídos por una visión de progreso, no tuvieron dificultades en aceptar que dos más dos pueden ser cinco.

Con el tiempo esta visión se desvanecería. O’Brien le había dicho a Winston que la realidad era una construcción de los hombres:

Crees que la realidad es algo objetivo, externo, que existe por derecho propio [...]. Cuando te engañas a ti mismo pensando que ves algo, asumes que todos están viendo lo mismo que ves tú. Pero te aseguro, Winston, que la realidad no es externa. La realidad existe en la mente humana y en ningún otro sitio. No en la mente individual, que puede cometer errores y que, en todo caso, perece pronto: solamente en la mente del partido, que es colectiva e inmortal. Lo que sea que el partido sostenga que es verdad, es verdad.[7]

O’Brien no está diciendo que el partido se salte las leyes de la aritmética. Lo que dice es que las leyes de la aritmética son las que el partido decide que sean. A base de rehacer el mundo como quiera, el partido permanecerá para siempre en el poder. «El partido busca el poder por el poder», le dice a Winston. «No nos interesa el bienestar de los demás-, únicamente nos interesa el poder. Ni la riqueza ni el lujo, ni la longevidad ni la felicidad: solo el poder, puro poder». Este poder es más que nada poder sobre otros seres humanos, pero también es poder sobre el mundo material. «Nuestro control sobre la materia ya es absoluto [...]. No hay nada que no podamos conseguir-. la invisibilidad, la levitación..., cualquier cosa [...]. Debes librarte de esas ideas decimonónicas sobre las leyes de la naturaleza. Nosotros dictamos las leyes de la naturaleza». En el mundo que O’Brien está creando, no hay más que poder: «Si quieres una imagen del futuro, imagínate una bota aplastando un rostro humano... eternamente».[8]

En una curiosa inversión, la interpretación de Orwell de «dos y dos son cinco» es la opuesta a la de Dostoyevski, en cuyos escritos las leyes de la aritmética son utilizadas por primera vez para formular una crítica al pensamiento utópico. En 1984 la fórmula «dos más dos son cinco» es la que anula la libertad humana. En Memorias del subsuelo es «dos por dos son cuatro» lo que se rechaza como una limitación a la libertad. El hombre del subsuelo se rebela contra el «palacio de cristal» del racionalismo. Al descubrir y obedecer las leyes de la naturaleza, los pensadores progresistas creían que la humanidad podría crear un mundo sin tiranía, pero para el hombre del subsuelo son precisamente estas leyes de la naturaleza -«muros de piedra», como él las llama- las que bloquean el camino hacia la libertad: «Dios, ¿qué me importan las leyes de la naturaleza y la aritmética si, por una razón u otra, esas leyes no me complacen, así como no me complace el hecho de que "dos y dos son cuatro”? Evidentemente, no podré romper ese muro con la cabeza, ya que mis fuerzas no bastan para ello, pero me niego a resignarme solo porque me encuentre frente a este muro de piedra y no tenga suñcientes fuerzas».[9] Al tratar de hacer realidad la libertad humana a base de obedecer las leyes de la naturaleza, el palacio de cristal destruiría la capacidad de actuar desafiando esas leyes, la libertad más fundamental de todas.

El proyecto contra el que se rebela Wínston es el contrario al que rechaza el hombre del subsuelo. En lugar de predicar la sumisión a leyes universales como hicieron los racionalistas decimonónicos, O’Brien reclama para sí el poder de crear esas leyes, pero aun así los dos proyectos obedecen a la misma fantasía infantil: la omnipotencia mágica del pensamiento. Bien sea afirmándolo en los términos de la lógica clásica o negándolo en los términos de la voluntad romántica, el mensaje es el mismo: la mente humana es la medida de la realidad. En el siglo XX ambos proyectos se fundieron hasta un punto en el que apenas se podían diferenciar el uno del otro. Al afirmar que el género humano progresa por la superación de las contradicciones, la lógica dialéctica del marxismo-leninismo engendró la aritmética mágica cuyo funcionamiento Lyons pudo observar.

Al contrario de lo sugerido por generaciones de progresistas occidentales, no fueron el retraso de Rusia ni los errores en la aplicación de la teoría marxista los que produjeron la sociedad que Lyons observó. Regímenes similares surgieron en cualquier lugar en el que se intentó poner en práctica el proyecto comunista. La Rusia de Lenin, la China de Mao, la Rumania de Ceausescu y muchos más no fueron más que variantes de un único modelo dictatorial. El comunismo pasó de ser un movimiento que tenía por objetivo la libertad universal a ser un sistema de despotismo universal. Esa es la lógica de la utopía. Una de las razones por las cuales 1984 es un mito tan poderoso es por el hecho de que plasma esta verdad.

Aun así, hay un defecto en el relato de Orwell que se pone de manifiesto en la figura del todopoderoso interrogador. La distopía del poder perpetuo es una fantasía, como también lo es O’Brien. Los torturadores soviéticos eran funcionarios sudorosos que vivían en un estado de miedo constante. Al igual que sus víctimas, sabían que no eran más que recursos que serían agotados al servicio del poder. No había ninguna élite dentro del partido que estuviera a salvo de las contingencias de la historia.

La realidad no se construyó en la antigua Unión Soviética, solo se negó durante un tiempo. Bajo los eslóganes había un mundo que existía en realidad, en el que la tierra y los lagos se envenenaban como resultado de una industrialización demasiado rápida, inmensos proyectos inútiles se levantaban con un enorme costo humano, y la vida diaria era una lucha predatoria por la supervivencia. Millones de personas murieron innecesariamente y decenas de millones padecieron una existencia rota, la mayoría de ellos sin dejar apenas una huella de que alguna vez habían existido. Pero bajo la superficie fluían poderosas corrientes que con el tiempo se llevarían por delante a la pseudorrealidad que había hechizado a los peregrinos occidentales. La distopía soviética terminó convertida en un trozo de basura más entre los escombros de la historia.



Notas

[1] George Orwell, Looking Back on the Spanish War, en Essays, Penguin Books, Londres, 2000, pp. 224-225. [Publicado en español: Mi guerra civil española, Destino, Barcelona, 1985].

[2] Eugene Lyons, Assignment in Utopia, Harcourt Brace and Co., Nueva York, 1937, p. 240.

[3] En la obra de Margaret Siriol Colley, Gareth Jones: A Manchukuo Incident, Alphagraphics, Nottingham, 2001, se puede leer el relato de la vida y la muerte de Gareth Jones. La BBC emitió un documental para la radio sobre Jones titulado «But TheyAre Only Russians» el 13 de enero de 2012. [4 ]Eugene Lyons, Assignment in Utopia, p. 281.

[5] Ibid, p. 451.

[6] Ibid, p. 447.

[7] George Orwell, 1984, p. 261.

[8] Ibid, pp. 275, 277 y 280.

[9] Fiódor Dostoyevski, Notes from Underground, traducción y edición de Michael R. Katz, W. W. Norton and Co., Nueva York y Londres, 2001, p. 10. [Publicado en español: Memorias del subsuelo, Cátedra, Madrid, 2002].



en El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos, 2013











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