Padre
Nuestro, que estás en los cielos,
¡por
qué te has olvidado de mí!
Te
acordaste del fruto en febrero,
al
llagarse su pulpa rubí.
¡Llevo
abierto también mi costado,
y no
quieres mirar hacia mí!
Te
acordaste del negro racimo,
y lo
diste al lagar carmesí;
y
aventaste las hojas del álamo,
con
tu aliento, en el aire sutil.
¡Y en
el ancho lagar de la muerte
aun
no quieres mi pecho oprimir!
Caminando
vi abrir las violetas;
el
falerno del viento bebí,
y he
bajado, amarillos, mis párpados,
por
no ver más Enero ni Abril.
Y he
apretado la boca, anegada
de la
estrofa que no he de exprimir.
¡Has
herido la nube de otoño
y
quieres volverte hacia mí!
Me
vendió el que besó mi mejilla;
me
negó por la túnica ruin.
Yo en
mis versos el rostro con sangre,
como
Tú sobre el paño, le di,
y en
mi noche del Huerto, me han sido
Juan
cobarde y el Ángel hostil.
Ha
venido el cansancio infinito
a
clavarse en mis ojos, al fin:
el
cansancio del día que muere
y el
del alba que debe venir;
¡el
cansancio del cielo de estaño
y el
cansancio del cielo de añil!
Ahora
suelto la mártir sandalia
y las
trenzas pidiendo dormir.
Y
perdida en la noche, levanto
el
clamor aprendido deTi:
¡Padre
Nuestro, que estás en los cielos,
por
qué te has olvidado de mí!
en Desolación, 1922
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