Durante días
el hombre permanece de pie
ante mi puerta.
Lo observo con los prismáticos
desde la ventana del altillo.
Por las noches,
cuando el insomnio ataca sin compasión,
enciendo la linterna gigantesca
y apunto hacia el jardín.
El hombre permanece de pie.
Por último,
entreabro la puerta principal
y le ordeno desaparecer.
sus ojos se estrechan, se queja
como un motor fuera de revoluciones.
Cierro de golpe, me precipito
a la cocina, luego subo
al altillo, luego
bajo.
Lloro como una colegiala.
Le hago gestos obscenos
desde el balcón. Escribo
enormes carteles que anuncian
mi suicidio. Se los ofrezco.
Destruyo los muebles del comedor
para demostrar que ya nada
me pertenece.
Al comprobar que sigue inmutable
me decido a cavar un túnel
hasta el jardín vecino.
Penetro la humedad del sótano
y quito la escalera que conduce
a la superficie. Excavo con violenta furia
y el túnel pronto está terminado.
Me despido con dolor
del pico y la pala.
Emerjo ante una casa.
Me quedó de pie, absolutamente agotado
como para moverme o hablar, a la espera
de que alguien acuda en mi ayuda.
Siento que me observan.
De tanto en tanto, una voz
emite sonidos que no entiendo.
Nada sucede.
Permanezco de pie durante días.
en Lumière, 1991
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