domingo, diciembre 15, 2019

«Todo lenguaje literario es político». Entrevista a Jaime Luis Huenún, de María Jesús Blanche





Al momento de abordar la poesía mapuche, la obra de Jaime Luis Huenún se vuelve lectura obligatoria. Una voz a la que es necesario prestar atención, pues libros como Ceremonias (1999) y Reducciones (2012) no solamente permiten al lector entender la cosmovisión mapuche, sino que también reconocer la historia mestiza de aquel sujeto desarraigado que deambula entre dos culturas y se construye a partir de ellas. Las migraciones forzadas de las comunidades a la ciudad, la historia de niños obligados a internarse en escuelas católicas para imponerles un nuevo idioma y religión, así como relatos más íntimos y familiares, son algunos de los tópicos que aborda por medio de la poesía y la crónica en Reducciones, libro que en 2013 recibió el premio a la mejor obra poética editada, otorgado por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura.

Nacido en Valdivia en 1967, de padre huilliche y madre huinca, Jaime Luis Huenún se crió en la población Nueva Esperanza, de Osorno. Con estudios de Pedagogía en Castellano, fue profesor de la carrera de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales. Luego de un largo periplo por los vastos territorios de la Araucanía, desde el 2006 reside en Santiago y actualmente trabaja en el área de pueblos originarios en la Región Metropolitana, del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Conversamos con él sobre su obra, su próximos proyectos y sobre cómo se escribe poesía desde una cultura marcada por la oralidad.

¿En qué lugar se sitúa la poesía mapuche en el espacio contemporáneo y qué rol cumple dentro de una comunidad?
La poesía mapuche lleva casi tres décadas instalada en el sistema cultural chileno y hoy cuenta con más de cien autores en actividad. Desde su pluralidad aporta visiones, imaginarios y lenguajes que permiten ingresar a la cultura, historia, territorios y orígenes de las comunidades mapuche, urbanas y rurales. Tanto para la sociedad chilena como para los pueblos originarios, la poesía mapuche –y el arte indígena en general– contribuye a crear plataformas de conocimiento y de diálogo, de valoración cultural y de interacción desde distintas experiencias vitales, éticas y estéticas.

En 2007 y 2008 organizaste junto con José Osorio y Maribel Mora Curriao, «Los cantos ocultos», dos encuentros de poetas y escritores indígenas latinoamericanos. ¿Qué puntos en común encontraste entre las distintas poéticas indígenas?
Ambas instancias permitieron que más de cuarenta poetas de diferentes pueblos originarios provenientes de México, Guatemala, Colombia, Nicaragua, Ecuador, Perú, Brasil y Chile pudieran dialogar, compartir su poesía y sus reflexiones culturales y políticas. Como experiencia literaria nos dejó la amplitud, diversidad y espesor literario de las voces convocadas. En tales encuentros pudimos verificar que nuestras poéticas compartían varios elementos: el bilingüismo, la defensa y proyección de los territorios y memorias comunitarias, la conjunción de la oralidad con la escritura, y el cuestionamiento recurrente de aspectos jurídicos, ideológicos y geopolíticos de los Estados nacionales.

En 2003 publicaste la selección Epu mari ülkatufe ta fachantü / 20 poetas mapuche contemporáneos y en 2007, La memoria iluminada. A casi quince años de esta primera antología, ¿qué nuevos poetas añadirías a la selección?
Epu mari ülkatufe ta fachantü fue la primera antología editada por una editorial consolidada como Editorial Lom y, por tanto, la primera en contar con una distribución nacional. Después de todos estos años, creo que ha cumplido su objetivo: la divulgación de la poesía mapuche actual, con autoras y autores que en su mayoría han ido vigorizando sus escrituras, publicando de manera individual varios libros hasta la fecha. En el intertanto, han aparecido poetas que tienen a su haber un trabajo literario significativo como Cristián Antillanca, María Teresa Panchillo, Daniela Catrileo, Alberto Guzmán Rallimán, Marcial Colín, Tamyn Maulén, etc. De hacerse una nueva edición habría que incluir a lo menos unos diez o quince poetas más, con lo cual la antología necesariamente cambiaría de nombre.

Tú y otros poetas mapuche por distintas razones escriben en español más que en mapuzungun. ¿Qué dificultades trae escribir en castellano sobre una cultura ancestral arraigada a su lengua?
Es necesario precisar que, según la encuesta Casen del 2015, más del 75 % de quienes se reconocen como pertenecientes a pueblos originarios no hablan el idioma de sus abuelos. A esto hay que añadir que más del 70 % de la población indígena vive o malvive en las ciudades. Dicho esto, pienso que los poetas en toda época deben trabajar con lenguajes presentes o activos y lenguajes ausentes o disminuidos. Gran parte de los idiomas originarios están hoy ausentes a causa de la violencia militar y cultural ejercida por la sociedad chilena y sus instituciones. No es de mi interés ni está a mi alcance cobrar esa dramática deuda lingüística, pero las cosas no han ocurrido por casualidad, no cayó un meteorito sobre los idiomas nativos, sino una sistemática política de sello colonialista implementada por el Estado, las escuelas, los juzgados, las misiones religiosas, el sistema sanitario, etc.

Ese che zungun de mis antepasados –hoy ausente o muy debilitado–, es todavía una herida abierta en la población mapuche-huilliche que fue despojada de su lengua hace cien años atrás, más o menos. Ante ese vacío, los poetas mapuche que no hablamos el idioma desde la infancia hemos tenido que merodear en esta zona fantasma del lenguaje y recolectar palabra por palabra, recordar aquellas cosas que nuestros parientes nos decían, visitar lugares donde la gente huilliche socializa o dialogar con longevos comuneros. Estas son instancias en las que se tiene la posibilidad de aprender y recuperar pequeñas semillas de un idioma que recién hace una década ha comenzado a reactivarse.

Si bien escribo en castellano chileno porque ese es mi idioma de crianza (un idioma franco que en el sur tiene todavía incrustaciones del che zungun, del alemán de laguna y un vocabulario arcaico proveniente del proceso de Conquista), en algunos de mis libros el mapuzugun y el che zugun se ayuntan con el español, proponiendo una visión champurria o mestiza de la realidad, la historia y el lenguaje. En este sentido, el castellano no es un impedimento infranqueable para transitar por la memoria mapuche, sino que es un viaje que tiene caminos de ida y vuelta desde espacios culturales que unas veces se atraen y otras, lisa y llanamente, se repelen.

Continuando con lo anterior, ¿qué ocurre, por ejemplo, con las traducciones al italiano y al inglés de tus libros Puerto Trakl y Fanon city meu?
Eso mismo me pregunto yo. A esos textos, por curiosidad, gentileza o interés de ciertos editores y traductores, les ha tocado viajar y mudar de piel, ofrecer sus sonidos y sentidos a personas que solo el viento del azar me haría conocer alguna vez. Creo que especialmente un libro de poesía traducido, es otro libro, un texto distinto que se descubre, se descifra, se valora, se olvida o se detesta según logre o no adecuarse al cuerpo de un idioma extranjero, a las expectativas y estados de ánimo de lectores avisados o desprevenidos, casi siempre eventuales. Un libro propio en lengua extraña es un hijo ignorado, a la intemperie y sin defensa posible de parte de su autor.

Su más reciente publicación es La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos (FCE, 2016), que junto al poemario que da el título al libro, incluye otros anteriormente editados: Puerto Trakl (Lom, 2001) y Fanon city meu (Das Kapital, 2014). Esta unión no es azarosa, puesto que para el autor los tres poemarios comparten un mismo lenguaje, con espacios ficcionales construidos desde personajes vinculados a la poesía, la política y la historia occidental del siglo pasado. Hablamos del poeta austriaco Georg Trakl y de Frantz Fanon, psiquiatra, revolucionario y escritor martiniqués. La biografía de ambos permite a Huenún desplegar pueblos ficticios que vienen a ampliar la mirada ante los temas tratados en sus libros anteriores y encontrar experiencias comunes de desarraigo; de modo que la historia del pueblo mapuche aquí es extrapolada a la de otros sujetos que igualmente se han forjado a partir de la anulación o fractura de sus identidades.

En Puerto Trakl el autor nos sitúa en una melancólica aldea, lugar de transición entre la vida y la muerte, donde el poeta se configura como un ser errante, parte de una realidad desgarrada, decadente. En Fanon city meu, en tanto, los poemas abordan el fracaso de las revoluciones a través de una ciudad distópica, punto de encuentro de exguerrilleros, narcotraficantes, prostitutas y delincuentes, donde tienen lugar el delirio y la violencia. La calle Mandelstam, finalmente, recoge a modo de homenaje la figura de Osip Mandelstam, poeta ruso desaparecido en un campo de trabajos forzados en 1938, para abordar, entre otros temas, la relación entre el poder de la poesía y el poder político o policial.

¿Qué motiva tu escritura, a optar por la poesía o la crónica más que por el cuento o novela?
Creo que mis libros de poesía están anclados en relatos, personajes y atmósferas que bien podrían pertenecer a novelas o cuentos. Sin embargo, como señala Salvatore Quasimodo, no es sólo el uso del verso o de ciertos tropos lo que otorga condición poética a la escritura, sino su inmersión en honduras y realidades humanas que la narrativa la mayoría de las veces solo alcanza a describir e imitar. La poesía, aun en sus manifestaciones irónicas o desencantadas, es el territorio del mito, de lo erótico y lo tanático conjuntados. Su guardián predilecto no es el poeta, sino una suma de voces que tratan de iluminar los enigmas, las espesuras de la vida y la muerte. La tragedia, el drama y la farsa adquieren una tesitura y una densidad atemporal, decadente y esplendente a la vez. Tal vez en ello estribe su reducido, pero inexorable poder de seducción.

En relación con lo anterior, ¿consideras que el poeta ha cumplido un rol particular que trasciende a las culturas en las que se enmarcan?
La poesía vive un tiempo cruel, aunque no terminal. Las elites de las sociedades latinoamericanas, en las que se ha entronizado el modelo neoliberal, promueven lenguajes tecnocráticos, economicistas, policiacos, faranduleros, publicitarios, patrioteros y a la vez interesadamente transnacionales, todos refractarios a los susurros o los aullidos de la poesía. En este orden de cosas, el poeta solo puede hacerse visible en la medida que se construya como un personaje anómalo, excéntrico y mediático; ojalá publicando textos inmediatistas o efectistas. Siempre es tentador pisar esos palitos, obviando lo que la escritora negra Toni Morrison señala: «Morimos. Ese debe ser el significado de la vida. Pero construimos lenguaje. Esa debe ser la medida de nuestras vidas».

En Ceremonias y Reducciones abordas el motivo de la memoria y su vinculación con la palabra hablada, sobre cómo relatos y conocimientos son transmitidos, por ejemplo, a través del nütram. En este sentido, ¿qué gana y qué pierde un texto al pasar de la oralidad a la escritura?
La transmisión, interpretación y recreación oral de relatos y cantos es hasta hoy en día un acto comunicacional que permite la cohesión identitaria de comunidades, pero también un campo verbal que alimenta y muchas veces determina la escritura literaria. En un texto poético o narrativo, personajes y voces deben, necesariamente, anclarse en las hablas de sus tribus; de no hacerlo, lo más seguro es que acaben en el acartonamiento y la fosilización. Se puede, cómo no, inventar lenguajes, extremar el artificio lingüístico, pero eso no le garantiza vitalidad a la novela o al poema. El delicado equilibrio entre oralidad y escritura es una de las búsquedas principales de los escritores indígenas, equilibrio que depende de la pericia e intuición de los autores y de las demandas que exigen ciertas temáticas. Con todo, debo decir que si bien para los indígenas la oralidad ha sido el medio natural de transmisión cultural, muchos pueblos originarios –en especial el mapuche– han convivido con la escritura alfabética por casi dos siglos, haciéndola finalmente suya por hecho y por derecho.

Anteriormente entrevistamos a Carmen Berenguer, quien nos comentó que concibe al «libro como máquina de guerra». En tu caso, ¿cómo concibes al libro y las distintas voces que es capaz de contener?
Para mí, por ahora, escribir es recordar, unir voz y alfabeto, memoria colectiva e individual. Lo que yo escribo es claramente una poesía vinculada a memorias personales, familiares y comunitarias; eso le otorga una carga política a los lenguajes que utilizo. No estoy diciendo que mi escritura se arrogue la representatividad de algún grupo humano –por lo demás, algo muy mal visto por los actuales censores y tabuladores de poesía–, sino que todo lenguaje literario es político. La poesía, a pesar de sus probables límites sociales y de lectoría, circula en y desde las esferas públicas y privadas, configurando la imagen de un momento histórico que atañe no sólo al alma, al verbo o intelecto del poeta. Las crisis, las contradicciones y las convicciones estéticas individuales también son expresiones políticas. Quizás la poesía fijada en un libro no sea sino lenguaje en continua contradicción y metamorfosis, buscando su destino, su forma y propósito final en la lengua y la memoria de un individuo o de una comunidad.

Finalmente, nos gustaría saber sobre tus próximos proyectos literarios.
Trabajo en un libro de poesía que está en la órbita de Reducciones, un texto plurigenérico, híbrido y situado en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX. También en un breve volumen que amplía o cierra, vaya uno a saber, el imaginario y lenguaje de Puerto Trakl. En lo inmediato, el sello Alquimia está editando una selección de prosas dispersas que debiera publicarse antes de fin de año. En cualquier caso, claro está que en la trastienda de la escritura literaria nada es definitivo y lo que hoy parece un proyecto sólido, mañana quizás sea solo un ensayo más y haya que seguir esperando la esquiva piedad de las musas.






en Fundación La Fuente [web], 5 de enero, 2018





Fotografía original de Álvaro de la Fuente
en www.escritoresindigenas.cl

















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