El Estado del bienestar fue un subproducto de la Segunda Guerra Mundial.
El National Health Service británico se puso en marcha durante el bombardeo
alemán de Londres y el pleno empleo fue consecuencia de la leva militar
obligatoria. El igualitarismo de posguerra fue una secuela de la movilización
de masas durante la guerra.
Echemos la vista atrás, al siglo XIX, a la época que medió entre el
final de las guerras napoleónicas y el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Esa larga era de paz en Europa fue también un período de enorme desigualdad. La
mayoría de la población vivía en una situación muy precaria y solo los que eran
muy ricos estaban asegurados contra la pobreza repentina. Hoy, casi todo el
mundo vive mejor. Pero la agitada existencia de la mayoría dista tanto
actualmente de la seguridad de la que disfrutan los realmente adinerados como
en la época victoriana.
En las economías ricas y de elevada tecnología, las masas resultan
superfluas, incluso como carne de cañón. Quienes libran las guerras ya no son
los ejércitos de reclutas obligatorios, sino los ordenadores, y en los Estados
arruinados que cubren gran parte de la superficie del planeta, los harapientos
ejércitos irregulares de los pobres. Esa mutación de la guerra ha hecho que se
relajara la presión para mantener la cohesión social. Los ricos pueden pasarse
así toda la vida sin entrar en contacto con el resto de la sociedad. Y mientras
no supongan una amenaza para los ricos, a los pobres también se les puede dejar
que hagan lo que les venga en gana.
La socialdemocracia ha sido reemplazada por una oligarquía de los
ricos como parte del precio de la paz.
en Perros de
paja, 2012
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