Sobre Sara
Moncada, de Cecilia Gajardo
Una clínica estética y una clínica de maternidad. Eso fue Sara
Moncada durante años y hoy, como casi todos los terrenos de la ciudad, es un
proyecto inmobiliario. La casa estilo neotudor
se mantendrá, pero alrededor de ella van a erigirse edificios comerciales y de
habitación. Sara Moncada es quizás la madre de su fundador, Santiago Arias
Moncada, quien podría haber bautizado el recinto en su honor. Sara Moncada es
una casa que ni el capitalismo va a botar. Sara Moncada es una maternidad. Sara
Moncada es una madre. Sara Moncada es una casa que en cualquier momento puede
desaparecer.
La
poeta Cecilia Gajardo en este, su segundo libro, parece haber aunado todos
estos conceptos que vertebran el lugar: madre, casa, desaparición. Les dio un
cuerpo de mujer que, como la clínica hoy, también agoniza. Bajo la complejísima
diada madre-hija, Sara Moncada se desliza como un poema medianamente extenso
que narra la agonía y fallecimiento de la madre. Visitando la casa
hospitalaria, la hija comienza el relato susurrándole al cuerpo enfermo de la
mujer: "Te quiero contar de mis logros", le confiesa con una cándida
confianza. Esos logros van resbalando de la boca de la hija y vívidamente nos
explican la relación entre estas mujeres: "Han llegado personas a verte/
aprendí a saludar y a mirar a los ojos/ incluso a esa señora que no se sabe mi
nombre/ y a la que dice que no nos parecemos/ saludé a la que me dijo que
parecía tu hermana mayor/ a todas saludé" (13). Se nos dibuja una madre
narcisista que, como en Golpéate el
corazón de Amélie Nothomb, "Le encantaba ser el centro de todas las miradas, provocar la envidia de las demás".
La casa que acoge a los enfermos es sólida, también lo fue la
madre. Es una firmeza que alguna vez existió, pero que en el poema se desvanece
entre sábanas y tímidas recriminaciones: "Madre, responde a tu desprecio,
por favor" (27). Los rasos de seda que alguna vez la vistieron (23) son
ahora las sábanas que la hija se desvive por blanquear: "He procurado
todos los días que se cumpla la pulcritud./ Una aureola de transpiración con la
forma de tu cuerpo./ Me recosté sobre ella pero no quiero ver tu cuerpo sin
vendaje" (25). Hay en Sara Moncada
una intensa correspondencia entre el cuerpo moribundo y las sábanas que lo
soportan que hace recordar una escena de hace varios siglos atrás. Se trata del
momento en el que Úrsula Suárez, monja clarisa del siglo XVIII, cuida a su
padre enfermo:
Salí del
dormitorio con toda priesa; abrí la selda como si estuviera despierta, y abrí
una caja donde tenía la[s] sábanas; y al abrirla veí dentro de la caja una cosa
muy alba, ensima de un lienso delicado y nuevo; nunca veí este género de
lienso: no era cambray ni bretaña; afiguróseme a la holanda, y parecióme panal
lo que estaba ensima desta holanda: mirélo con atención; veí no era panal, y
afiguróseme hostia grande, como las con que disen misa. Yo discurría qué sería
cosa tan linda, porque, aunque más y más la miré, no pude entender qué cosa era
(...) Mi padre me tenía los ojos clavados, callado. Púseme de rodillas sobre su
cama para ponerle las sábanas, y estaba fatigada y cansada, como cuando a un
enfermo le mudamos cama. Después desto caí en acuerdo que, habiéndolo tentado
todo, no le hallé cuerpo, y dije: “¿Qué es esto?: ¿mi padre no tiene cuerpo? (Relación autobiográfica, 211-12).
Me permito
adjuntar este fragmento porque pareciera que tanto sor Úrsula como la hija del
poemario construyen la relación con el padre y madre enfermos a través de esta
"cosa muy alba" que la religiosa no puede identificar. Algo hay entre
las sábanas de los moribundos que es hermoso pero ignoto. Quizás ahí aparece el
espacio intermedio entre la intimidad -diseñada por las habitaciones, las
sábanas y la casa- y la relación filial, ese "apego feroz" (Vivian
Gornick) establecido desde la madre a la hija, una herida abierta por una sábana
blanca. La necesidad de limpiar detalladamente estas sábanas enfrenta a la hija
con esa herida, con su inevitable sobre adaptación: "Limpié el piso del
hogar con cloro/ saqué el polvo para entrar tu cuerpo" (53). Cecilia Gajardo
logra tejer con elegancia ese vínculo despiadado que es hoy un terreno vendido,
un proyecto que no se sabe cómo va a terminar. Como la hija, como la madre.
Sara Moncada
Cecilia Gajardo
Ediciones Carlos Porter
Santiago, 2019
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