No sé sino llorar, a veces
en que un anís de angustia nos consume,
en que tú vienes y ordenas el pan
que clama por
el cielo,
en que yo ordeno mis salmos dolorosos
como huesos de
hebreos
en que una manzana enviuda de su piel
y el mercader del trigo retorna a su país
entre espuelas de aceite y hachas de borde cruel.
¡Ah!, olvidé mi ser entre estos puros recursos del retorno
¡y nada existe ya, nada, nada;
sólo la quintaescencia imposible del hombre!
en
Pavana del gallo y el arlequín, 1967
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