Regresé a casa en la madrugada, cayéndome
de sueño. Al entrar, todo oscuro. Para no despertar a nadie avancé de
puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas
puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica
a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo
en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de
caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo
iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos
un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de
él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos
era falaz. «¿Quién sueña con quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos
simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de
caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar
al que venía subiendo, que era yo otra vez.
en El gato de Cheshire, 1965
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