¿Círculo o cuadrado?
El exceso de luz pervierte las formas: entra por el pequeño agujero en la pared, desbordándolo. Beatriz ya no reconoce si es esto o aquello, solo una habitación oscura interrumpida por un punto. Un punto brillante. Un punto confuso. Dura situación la suya. Amordazada y amarrada —pies y manos a la espalda—, está en una posición invertida, idéntica al Colgado del tarot.
Beatriz pensó, atada de forma parecida hace algunas semanas, que el shibari hecho por un principiante dejaba de ser excitante y pasaba a ser una perfecta forma de tortura. Se lo dijo a Fabián en ese momento y él, con una sonrisita impúdica entre los labios, le puso un trozo de tela en la boca y continuó tensando las cuerdas. Ahora no está en esas: no hay espacio para bromas. Su cuerpo se ve comprimido por la gravedad y así, la sangre emprende un viaje de vuelta al corazón que lo bombea en bajada hasta agolparse en la nuca, la deja chueca, aturdida y con la visión nublada.
Recuerda un golpe, la imagen de una mujer y retazos de cierta cabellera vasta, pulposa y tentacular que hacían de aquella sombra la sombra de un mito. Y es el mito el que aparece, carga el aire con su espesor. A Beatriz, entonces, le empieza a importar una mierda el bendito agujero en la pared, el punto brillante, los círculos o cuadrados. No ve los cuerpos aproximándose —la luz que pervierte el agujero no alcanza siquiera para entrever la figura de la mujer y al par de formas difusas que la acompañan—, pero siente que arrastran una silla justo frente a su rostro. Tapan el círculo o el cuadrado.
Es el mito quien habla:
Disculpa, Beatriz, que te tengamos de esta forma, pero debes saber que somos adictos al drama. Aunque antes del final, de que el telón se cierre, es importante que nos escuches. ¿Me entiendes, Beatriz? Es necesario que me escuches, a mí y a nuestra historia.
Publicado por PorNos Ediciones, 2017
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