Ya nada me gusta.
¿Debo ataviar una metáfora
con una flor de almendro?
¿Crucificar la sintaxis
sobre un efecto de luz?
¿Quién se romperá la cabeza
por cosas tan superfluas?
He aprendido a ser sensata
con las palabras que hay
(para la clase más baja)
hambre deshonra
lágrimas tinieblas.
Con los sollozos no depurados,
con la desesperación
(y desespero de desesperación)
por tanta miseria,
por el estado de los enfermos,
el costo de la vida,
me las arreglaré.
No descuido la escritura,
sino a mí misma.
Los otros saben
dios lo sabe
qué hacer con las palabras.
Yo no soy mi asistente.
¿Debo aprisionar un pensamiento
llevarlo a la iluminada celda de una
frase?
¿Alimentar oídos y ojos
con bocados de palabras de primera?
¿Investigar la libido de una vocal,
averiguar el valor de amateur de
nuestras consonantes?
¿Tengo que, con la cabeza apedreada,
con el espasmo de escribir en esta
mano,
bajo la presión de trescientas noches
romper el papel, barrer las urdidas
óperas de palabras,
destruyendo así: yo tú y él ella lo nosotros
vosotros?
(Que sea. Que sean los otros).
Mi parte, que se pierda.
en Últimos
poemas, 1999
Traducción de Cecilia Dreymüller y Concha García
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