Sobreviene otro vuelco en la caída,
un sobresalto más en la sustancia donde delira el sol,
otro tumbo en la escena donde se desarrolla la derrota
de los días contados;
algo que a tientas cruza por mi cuerpo
y lo traspasa y casi desaloja como un cambio de guardia.
Descorrida de mí, desatinada,
estoy sin toda yo, vaciando el centro, invadiendo un costado,
tan ajena al comienzo y al final como nadie,
apenas más asida a las últimas plumas del mundo que ninguna.
Es como si la muerte me ganara terreno
y antes de dar al otro el sitio donde estuve me encerrara hacia fuera.
En esta desplazada razón ya no hago pie.
Inmensa la tiniebla que me acoge y escurre para deshabitarme;
intransitable la lustrosa noche que me despeñará.
¿Dónde había memoria de unos ojos en los que confluía el universo,
de alguien que presidía estos dominios como estrella polar?
¿Dónde quedó la sombra de cuanto me encumbraba en mi sola persona,
de todo cuanto giraba alrededor?
Es inútil buscar. No acierto con mi visión ni atino con mi mano.
Tal vez justo en el medio de la improbable trama se borró mi lugar:
un alterado espacio que se va, que ya no me retiene.
Pero algo se resquebraja en mitad de mi espalda.
Siento que un ala negra se desprende.
¿Empezaré a caer hacia lo alto?
en En el revés del cielo, 1987
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