En el instituto leí el libro de Robert Henri El espíritu del arte, que abordaba la idea de la vida artística.
Para mí, vivir la vida del arte significaba dedicarse a la pintura: con una
dedicación plena que convirtiera todo lo demás en secundario.
Creía que era la única manera de profundizar y descubrir cosas. Por
tanto, según este modo de pensar, cualquier cosa que distraiga de la senda de
descubrimientos no forma parte de la vida artística. La vida artística es
libertad. Y parece, creo yo, un poco egoísta. Pero no tiene por qué serlo,
simplemente implica que necesitas tiempo.
Bushnell Keeler, el padre de mi amigo Toby, solía decir: «Si quieres
disfrutar de una hora de buena pintura, necesitas disponer de cuatro horas
seguidas sin interrupciones».
En esencia, es así. No se empieza pintando. Primero debes sentarte un
rato y esperar a que se te ocurra alguna idea para poder comenzar y realizar
los movimientos correctos. Y necesitas tener un montón de materiales
preparados. Por ejemplo, tienes que fabricar un bastidor para el lienzo.
Preparar la superficie para pintar puede llevar mucho tiempo. Luego te pones
manos a la obra. La idea tiene que bastar para ponerte en marcha porque, para
mí, le sigue un proceso de acción y reacción. Es siempre un proceso de
construcción y destrucción. Y luego, de esa destrucción, se descubre algo sobre
lo que se construye. La naturaleza juega un papel determinante en ello. Juntar
materiales difíciles -como cocer algo al sol o emplear un material que se opone
a otro- provoca una reacción orgánica. A continuación, es cuestión de sentarse
a estudiarla, estudiarla y volver a estudiarla hasta que, de repente, te
descubres saltando de la silla para pasar a la siguiente cosa. Eso es acción y
reacción.
Pero si sabes que dentro de media hora tendrás que estar en alguna
otra parte, no hay manera de conseguirlo. Por tanto, la vida artística
significa libertad de tener tiempo para que pasen las cosas buenas. No siempre
queda tiempo para otros asuntos.
en
Atrapa el pez dorado, 2008
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