jueves, octubre 11, 2018

«La lírica analítica de Cociña», de Pedro Gandolfo







La antología Poesía Cero –que reúne una selección que representa fielmente la trayectoria poética de Carlos Cociña desde 1971 al 2016– confirma un itinerario consistente y arriesgado de un autor que ha optado por situar su discurso presionando los márgenes de lo que la poesía pretende y señala en medio de tanta proliferación de textos literarios y paraliterarios.

De entrada, Cociña, sin tematizar, pone en escena la banalidad con que usualmente se traza la distinción entre poesía y prosa. Así, visto en una primera mirada, la mayoría de sus escritos adoptan la sintaxis, la disposición gráfica e incluso el léxico de un discurso en prosa, pausado, conectado lógicamente, con un discurrir que parece propio de la observación científica, con una subjetividad muy en sordina, es decir, se aleja de las convenciones en curso acerca de la poeticidad de un escrito, sin desarrollar tampoco poemas en prosa ni menos prosa lírica, lo cual sería reintroducir por la ventana aquello que se ha expulsado por la puerta. Se trata, como era de esperar, de una opción meditada y rigurosamente llevada al papel, porque también hay ejemplos de poesía versificada al modo más tradicional y, por lo demás, de impecable factura.

La poesía de Cociña nos impulsa, pues, a reflexionar sobre la naturaleza de lo poético. Es por ello que en una continuidad notable –que esta antología deja de manifiesto de modo muy afortunado–, Cociña poetiza, precisamente, en torno al nudo, la médula, el fundamento trémulo del decir humano, del habla, nuestro don más precioso y peligroso: la difícil, irresoluble y siempre urgente adecuación entre la conciencia, el lenguaje y el mundo. Es en las fisuras y desplazamientos de esa encrucijada triple donde acaece la poesía y es ese terreno movedizo el cual Cociña merodea una y otra vez a lo largo de su trayectoria.

El decir poético de Cociña, con gran despliegue imaginativo, se aparta de la ilusión referencial, de la creencia ingenua en que la palabra puede representar de manera mimética lo real, lo cual, a su turno, pueda ser entendido como una entelequia independiente de la conciencia. El poema de Cociña aparece, así, como un objeto en sí mismo, meticulosamente construido, con su autonomía interna y sus propias reglas, poniendo en juego permanente las fisuras que se abren entre el yo, la mirada, la cosa y la palabra que la nombra.

Los recursos y estrategias a que apela para llevar a cabo esta límpida provocación son múltiples y aplicados con una metodología a la cual se apega con certidumbre. Cociña se concentra en las temáticas típicas de la lírica tradicional –la naturaleza, el paisaje y los afectos– y, empleando los mismos componentes lingüísticos que ocupa la tradición –mar, montaña, agua, ciudad, aire, viento, amor, muerte, violencia, dolor o el deseo–, los somete a una secuencia de operaciones que transgreden las relaciones usuales de las palabras y las cosas, pero sin arbitrariedad, sino que encajadas en una red que muestra otra posibilidad de ser que se halla oculta al tráfico usual del idioma. Superada la perplejidad inicial, llevado el oído por la lógica sonoridad de sus elocuciones, los escritos poéticos de Cociña deslumbran porque parecen describir, con científico rigor, otro mundo posible, paralelo a este, elucidado en base a una recombinación, trastocación y resignificación de los componentes familiares del mundo, en particular, el cuerpo, los sentidos, las divisiones territoriales y las fronteras conceptuales.

Por ejemplo, dice: «Citadinos, en su ruralidad, avanzan en un océano cuadriculado, con sabor a nieve, en un corredor entre montañas. Trashumantes en su barrio, quietos en el aire, cual villas que prolongan las montañas de trigo y cebada. Poblados de agricultura enfrentados por el río, en casas apartadas entre vecinos. Un extenso puerto lejos del mar». El lector puede advertir cómo las oposiciones convencionales «ciudad/ campo», «urbano/rural», «barrio-quietud», «aire-trashumancia», «villa-Tierra», «puerto-mar», aparecen superadas y subvertidas, mientras emergen combinaciones inesperadas como «océanos cuadriculados con sabor a nieve» o «casas apartadas entre vecinos» en la formulación de un paisaje de una belleza a la vez familiar y paradójica. En el plano de los afectos –que son dilucidados con la misma delicadeza, precisión e imaginación– proyecta una discreta melancolía, porque sus poemas se construyen siempre en torno a una ausencia, a un vacío, a un hueco del que pende el tejido de su filigrana de nombres que se estiran para intentar palpar lo innombrable.

La poesía de Cociña es un caso singularmente aislado en la tradición de la poesía chilena, un poetizar analítico, renovador del lenguaje poético y de sus recursos formales, cuyas fuentes hay que pesquisarlas a menudo más allá de la literatura, pero, en ningún caso, un decir ensimismado y hermético, sino, al contrario, iluminador de dimensiones escondidas del mundo porque «las cosas que no existen están en el origen de las palabras».





en Revista de Libros de El Mercurio, 29 de Octubre de 2017













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