jueves, septiembre 20, 2018

“Carta de resistencia”, de Martín Cinzano





El no sentirse en casa en el propio hogar forma parte de la moralidad.

Theodor Adorno, Minima Moralia


Ahora voy a hablar de leyes. No se asusten, apenas son un par y, al menos una de ellas, es más o menos inofensiva.

Como ustedes saben aquí va la primera ley Aristóteles dijo que la poesía es superior a la historia, vale decir: “más filosófica y elevada que la historia; pues la poesía dice más bien lo general, y la historia, lo particular”. La superioridad de la poesía radicaría en que dice lo posible, lo que podría suceder, y no lo que ha sucedido, como la historia. Entonces, en esta primera legislación de la literatura, en algún sentido se reconoce la potencia ilimitada de la palabra de la poesía al compararla con la limitación del discurso de la historia.

Segunda ley: como ustedes saben, o debieran saber, el artículo 33 del capítulo III de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos dice así: el Ejecutivo de la Unión tendrá la facultad exclusiva de hacer abandonar el territorio nacional, inmediatamente y sin necesidad de juicio previo, a todo extranjero cuya permanencia juzgue inconveniente. Los extranjeros no podrán de ninguna manera inmiscuirse en los asuntos políticos del país”.

Pues bien: estas dos leyes las quiero dejar en suspenso un momento, para regresar a ellas armado de Paraíso Inc.

Porque, como ustedes saben, o sabrán cuando lean este libro, Manuel Illanes pregunta: “¿De qué arcilla está amasada esta lengua? ¿Cuál de todas las palabras arrancadas / a ese español que es como un escupitajo / lanzado a la vereda que pisas / sirve para nombrar extrañeza / en la extrañeza, exilio en el exilio?”.

Teniendo en cuenta estos antecedentes, voy a ser bastante esquemático, quiero decir, muy poco poeta para hablar de Paraíso Inc. En primer lugar, retomaré dos palabras de dos de los anteriores títulos de Manuel: crónica y memorias. Crónica de Tollan (2012) y Memorias del inframundo (2016). Las retomo para poner en entredicho, o quizá para confirmar, la normativa de Aristóteles.

Tanto crónica como memorias dan cuenta de un registro, o al menos de una voluntad por historizar con poesía. Es decir que la superioridad de la poesía sufre aquí una abrupta caída hacia la inferioridad de la historia, que en ocasiones suele ser mucho más sucia y maldita que la poesía. Sin embargo, este registro jamás deja de escribirse como poema: entre el plano de la historia, o más bien de la historiografía (de la cual, dicho sea de paso, Manuel es un estudioso permanente), se cuelan los recursos propios del lenguaje poético, en ocasiones asumiendo una rigurosidad lírica cuya superioridad, la verdad, ya poco importa.

Hay un título muy bueno (hay varios) en Paraíso Inc: “DICEN QUE ESTE POEMA HABLA DE UNA FUNDACIÓN”. Me parece bueno porque, por un lado, simula una recepción que ya supuestamente sucedió, vale decir, se anuncia una historia; y por otro, al mismo tiempo se anuncia su desmentido: es como si el título se retractara de sí mismo, degradando su presunto valor épico para pasar directamente a la calle. Asimismo, el poema “Hidalgo” también se dispone así, aunque de manera mucho más abrupta; ahí la celebración de la Independencia de México “arrastra su cola embetunada de vómito” y el grito de Hidalgo “se funde con el alarido de las patrullas que recorren Iztapalapa”, por ejemplo.

Ahora bien, estos versos, esta caída o más bien esta sola degradación de semejante símbolo patrio, puede ser motivo de aplicación inmediata del Artículo 33. Porque eso es meterse en política interna; es, como dice la Constitución con una palabra muy precisa, “inmiscuirse”. (Los presentes pueden aprovechar para despedirse, aquí y ahora, de Manuel).

Así las cosas, voy a aventurar, de forma harto rimbombante, es decir ahora sí como poeta, que la expulsión de México ocurre en este libro como correlato de la expulsión del Paraíso. El poema es el lugar donde se decreta la expulsión y el exilio. Desde luego “Paraíso Incorporated” constituye una empresa gigantesca, a veces inmaterial, una cara del infierno y una aspiración de nuestro subdesarrollo, la sucursal central del Capital o de Ciudad Capital, como diría Manuel. Pero la notificación de la expulsión propiamente dicha, creo yo, se resuelve en el poema, así como la expulsión de México, o la migración obligada de la población latinoamericana, no se resuelve sino en Latinoamérica: la precariedad, nuestra precariedad, es algo así como un estandarte de la soberanía continental.

El exilio entonces aparecerá de manera recurrente en este libro. El exilio de haitianos en Chile, por ejemplo, esos “cités llenos de migrantes”, o el camino de La Bestia hacia Estados Unidos. Pero también se lee aquí una forma particular de exilio, una forma que en la poesía chilena se presenta ya de forma rotunda, desde luego en otro contexto, con los poemas setenteros de Enrique Lihn: la del meteco, la del extranjero rezagado que llega tarde a todo, especialmente a una cultura otra, en este caso, ya arruinada; es el que no comprende el lenguaje ni los gestos de su nueva tierra, incluso abastecido de la misma lengua. Esa es, diríamos, su “Carta de residencia”, tal cual dice un poema de Paraíso INC: “Eres el que entiende todo a medias / o malinterpreta los gestos, las frases. / Eres el que aún no deja de asombrarse / de ver a los muchachos enterrar/ su cabeza y brazos sobre una sábana / de vidrios molidos para ganar / unos cuantos pesos mientras el rugido / del metro en movimiento despedaza / su frágil discurso”. Quizá el más complejo de los aspectos de la mirada asombrada de la extranjería en la Ciudad de México se presenta en el momento del choque silencioso contra la indiferencia de los mexicanos en cuanto espectadores de números cotidianos como el descrito en el poema (del cual el poeta extranjero no logra, y se resiste, a apartar la vista); tenemos así una doble sorpresa, un asombro aún más profundo: el provocado por el espectáculo en sí mismo y el provocado por los indiferentes, como si éstos, a los ojos del extranjero, también formaran parte de aquel número fallido).

Pero el meteco es el que también no olvida, no puede olvidar de dónde viene. “Santiago” aún está “tatuado en tus huesos”, dice el mismo poema de Manuel. “Nunca salí de nada”, escribe Enrique Lihn en un poema escrito en Manhattan; y también, en un poema escrito en Madrid: “El español con el que me parieron / padre de tantos vicios literarios / y del que no he podido liberarme / puede haberme traído a esta ciudad / para hacerme sufrir lo merecido: / un soliloquio en una lengua muerta”.

Entonces, para terminar, la pregunta de Manuel Illanes por la arcilla de esa lengua, permanece. Estamos en una lengua muerta, en una lengua que casi no logra desentumecerse de lo circundante (y digo casi, pues creo que aquí esa lengua aparece y vive); y eso es un exilio permanente, el exilio de la poesía en la historia, el exilio de latinoamericanos en Latinoamérica, o como diría Bolaño, de mexicanos perdidos en México. Un exilio en la propia tierra; un exilio que se redobla, o se repliega, al leer una larga, interminable carta de resistencia escrita muy lejos de casa.



Texto leído durante la presentación de Paraíso Inc., de Manuel Illanes

México, Ojo de Golondrina, 2018











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