El no sentirse en casa en el propio
hogar forma parte de la moralidad.
Theodor Adorno, Minima Moralia
Ahora voy a hablar de
leyes. No se asusten, apenas son un par y, al menos una de ellas, es más o
menos inofensiva.
Como ustedes saben ―aquí va la primera ley― Aristóteles dijo
que la poesía es superior a la historia, vale decir: “más filosófica y elevada
que la historia; pues la poesía dice más bien lo general, y la historia, lo
particular”. La superioridad de la poesía radicaría en que dice lo posible, lo que podría suceder, y no lo
que ha sucedido, como la historia. Entonces, en esta primera legislación de la
literatura, en algún sentido se reconoce la potencia ilimitada de la palabra de
la poesía al compararla con la limitación del discurso de la historia.
Segunda ley: como ustedes
saben, o debieran saber, el artículo 33 del capítulo III de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos dice
así: “el Ejecutivo de la Unión tendrá la facultad exclusiva de hacer abandonar
el territorio nacional, inmediatamente y sin necesidad de juicio previo, a todo
extranjero cuya permanencia juzgue inconveniente. Los
extranjeros no podrán de ninguna manera inmiscuirse en los asuntos políticos
del país”.
Pues
bien: estas dos leyes las quiero dejar en suspenso un momento, para regresar a
ellas armado de Paraíso Inc.
Porque,
como ustedes saben, o sabrán cuando lean este libro, Manuel Illanes pregunta:
“¿De qué arcilla está amasada esta lengua? ¿Cuál de todas las palabras
arrancadas / a ese español que es como un escupitajo / lanzado a la vereda que
pisas / sirve para nombrar extrañeza / en la extrañeza, exilio en el exilio?”.
Teniendo
en cuenta estos antecedentes, voy a ser bastante esquemático, quiero decir, muy
poco poeta para hablar de Paraíso Inc. En
primer lugar, retomaré dos palabras de dos de los anteriores títulos de Manuel:
crónica y memorias. Crónica de
Tollan (2012) y Memorias del
inframundo (2016). Las retomo para poner en entredicho, o quizá para
confirmar, la normativa de Aristóteles.
Tanto
crónica como memorias dan cuenta de un registro, o al menos de una voluntad por
historizar con poesía. Es decir que la superioridad de la poesía sufre aquí una
abrupta caída hacia la inferioridad de la historia, que en ocasiones suele ser
mucho más sucia y maldita que la poesía. Sin embargo, este registro jamás deja
de escribirse como poema: entre el plano de la historia, o más bien de la
historiografía (de la cual, dicho sea de paso, Manuel es un estudioso
permanente), se cuelan los recursos propios del lenguaje poético, en ocasiones
asumiendo una rigurosidad lírica cuya superioridad, la verdad, ya poco importa.
Hay
un título muy bueno (hay varios) en Paraíso
Inc: “DICEN QUE ESTE POEMA HABLA DE UNA FUNDACIÓN”. Me parece bueno porque,
por un lado, simula una recepción que ya supuestamente sucedió, vale decir, se
anuncia una historia; y por otro, al
mismo tiempo se anuncia su desmentido: es como si el título se retractara de sí
mismo, degradando su presunto valor épico para pasar directamente a la calle.
Asimismo, el poema “Hidalgo” también se dispone así, aunque de manera mucho más
abrupta; ahí la celebración de la Independencia de México “arrastra su cola
embetunada de vómito” y el grito de Hidalgo “se funde con el alarido de las
patrullas que recorren Iztapalapa”, por ejemplo.
Ahora
bien, estos versos, esta caída o más bien esta sola degradación de semejante
símbolo patrio, puede ser motivo de aplicación inmediata del Artículo 33. Porque
eso es meterse en política interna; es, como dice la Constitución con una
palabra muy precisa, “inmiscuirse”. (Los presentes pueden aprovechar para
despedirse, aquí y ahora, de Manuel).
Así
las cosas, voy a aventurar, de forma harto rimbombante, es decir ahora sí como
poeta, que la expulsión de México ocurre en este libro como correlato de la
expulsión del Paraíso. El poema es el lugar donde se decreta la expulsión y el
exilio. Desde luego “Paraíso Incorporated” constituye una empresa gigantesca, a
veces inmaterial, una cara del infierno y una aspiración de nuestro
subdesarrollo, la sucursal central del Capital o de Ciudad Capital, como diría
Manuel. Pero la notificación de la expulsión propiamente dicha, creo yo, se
resuelve en el poema, así como la expulsión de México, o la migración obligada
de la población latinoamericana, no se resuelve sino en Latinoamérica: la
precariedad, nuestra precariedad, es algo así como un estandarte de la
soberanía continental.
El
exilio entonces aparecerá de manera recurrente en este libro. El exilio de
haitianos en Chile, por ejemplo, esos “cités llenos de migrantes”, o el camino
de La Bestia hacia Estados Unidos. Pero también se lee aquí una forma
particular de exilio, una forma que en la poesía chilena se presenta ya de
forma rotunda, desde luego en otro contexto, con los poemas setenteros de
Enrique Lihn: la del meteco, la del extranjero rezagado que llega tarde a todo,
especialmente a una cultura otra, en este caso, ya arruinada; es el que no
comprende el lenguaje ni los gestos de su nueva tierra, incluso abastecido de
la misma lengua. Esa es, diríamos, su “Carta de residencia”, tal cual dice un
poema de Paraíso INC: “Eres el que
entiende todo a medias / o malinterpreta los gestos, las frases. / Eres el que
aún no deja de asombrarse / de ver a los muchachos enterrar/ su cabeza y brazos
sobre una sábana / de vidrios molidos para ganar / unos cuantos pesos mientras
el rugido / del metro en movimiento despedaza / su frágil discurso”. Quizá el
más complejo de los aspectos de la mirada asombrada
de la extranjería en la Ciudad de México se presenta en el momento del choque
silencioso contra la indiferencia de los mexicanos en cuanto espectadores de
números cotidianos como el descrito en el poema (del cual el poeta extranjero
no logra, y se resiste, a apartar la
vista); tenemos así una doble sorpresa, un asombro aún más profundo: el
provocado por el espectáculo en sí mismo y el provocado por los indiferentes,
como si éstos, a los ojos del extranjero, también formaran parte de aquel
número fallido).
Pero
el meteco es el que también no olvida, no puede olvidar de dónde viene. “Santiago” aún está “tatuado en tus huesos”, dice el
mismo poema de Manuel. “Nunca salí de nada”, escribe Enrique Lihn en un poema
escrito en Manhattan; y también, en un poema escrito en Madrid: “El español con
el que me parieron / padre de tantos vicios literarios / y del que no he podido
liberarme / puede haberme traído a esta ciudad / para hacerme sufrir lo
merecido: / un soliloquio en una lengua muerta”.
Entonces,
para terminar, la pregunta de Manuel Illanes por la arcilla de esa lengua,
permanece. Estamos en una lengua muerta, en una lengua que casi no logra
desentumecerse de lo circundante (y digo casi,
pues creo que aquí esa lengua aparece y vive); y eso es un exilio permanente,
el exilio de la poesía en la historia, el exilio de latinoamericanos en
Latinoamérica, o como diría Bolaño, de mexicanos perdidos en México. Un exilio
en la propia tierra; un exilio que se redobla, o se repliega, al leer una
larga, interminable carta de resistencia escrita muy lejos de casa.
Texto
leído durante la presentación de Paraíso
Inc., de Manuel Illanes
México,
Ojo de Golondrina, 2018
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