viernes, septiembre 21, 2018

«Caballos al viento», de Horacio Aige







Puro, como a lo lejos la curva que al mar encierra,
me quedé imaginando una llanura con caballos.
Los hocicos ávidos de pasto, las crines libres al viento,
las colas jugando ante el paisaje verde de los pinos.
Mientras, como vírgenes a punto de ser prostituidas,
sobre los tejados de una capilla triste,
centelleos blancos del sol aparecieron,
manteniendo los caballos, las nubes, las hojas,
firmemente arraigados, aunque todos ellos fluían
hacia el este como las olas en el mar,
cuando de pronto, sobre mi cuerpo giró un sueño,
variando en mí cada pasaje visionario.
Entonces, empecé a ver
un caos de formas bajo una amargura cálida:
exóticos como animales mitológicos
caballos delirantes en el verde girante
llorando en los márgenes
nostalgias de tiempos mejores.
A poco, el sueño me excitó, me lanzó, me sacó de mí,
lejos de mi propio centro. Y en su sucesión, yo mismo
y los caballos y las nubes y las hojas y todos los planetas
girando avanzamos desesperados.
Luego, como si aquellas lágrimas no pudieran quitarla,
nuevamente fue la nada, sólo angustia.
Tan unida a mí, como una parte más de mi cuerpo,
circulando pura en mi sangre
ante lo que era y lo que sería.
Instante grave, crucial, a partir del cual
queriendo cambiar, ser otra cosa,
desesperadamente me esforcé.
Pero todo fue inútil, cada vez tan sólo
el perfecto sucesivo orden de la misma nada.
Así las cosas, lo que entonces deseé
es lo que había sido
antes que los años, antes que la lucidez,
antes que el bien y el mal
trágico me colocaran ante aquel incidente:
tan sólo caballos de pinos al viento
despacio girando
fuera del tiempo, más allá de la mente.














1 comentario:

Gustavo Cosolito dijo...

Excelente, y no me canso de elogiar un poema cuando me emociona. La transmisión de una emoción como si fuera una descarga eléctrica que conmociona y desconcierta. Así leo mal o bien este poema. El título, por otra parte, es la mitad del mérito que arrebata cualquier crítica.