«¡Estoy como un tigre!», brama James Ellroy (Los Ángeles, 1948)
mientras despacha periodistas y repite a quien quiera escuchar que no hay casi
nadie que le pueda hacer sombra como escritor. ¿Como escritor de novela negra?
No. Como escritor. A secas. «He escrito 19 libros y todos son obras maestras.
Soy el rey de la ficción negra», dirá horas después, justo antes de recoger
ayer el premio Carvalho. «Como ve, no sólo soy un gran escritor, también soy
muy humilde», bromea durante una entrevista en la que, lejos de las salidas de
tono y titulares hiperbólicos de la rueda de prensa, exhibe su cara menos
histriónica y amenazante. Sigue siendo, al menos a ratos, «el perro diabólico
de las letras estadounidenses», pero la edad parece haber amansado aquella
brutalidad que palpitaba en novelas como La
Dalia Negra y L. A. Confidential
y a la que el propio Ellroy buscó explicación en Mis rincones oscuros. El libro, publicado originalmente en 1996 y
reeditado ahora por Literatura Random House, no sólo revive las pesquisas para
intentar arrojar luz al crimen sin resolver de su madre, asesinada en una
cuneta de Los Ángeles en 1958, sino que también airea los desmanes de una
adolescencia entregada al pillaje, los vicios al por mayor y el voyerismo
militante. Un relato de «formación» que, a falta de mayor novedad, se presenta
como la relectura ideal para entretener el año largo que falta hasta que vea la
luz la continuación de Perfidia,
novela con la que el más más ambicioso y desmesurado de los autores estadounidenses
estrenó su segundo Cuarteto de Los
Ángeles.
¿Qué supone reencontrarse con
un libro tan personal como Mis rincones
oscuros casi dos décadas después?
Es aburrido y cansador. Escribí el libro hace más de 20 años,
así que ya he pasado la página. Estoy muy contento con esta edición, pero no
hay nuevas noticias sobre la muerte de mi madre. Se acabó. Ya está. Finito.
En cualquier caso, ¿existe
algún tipo de diferencia entre sus novelas y los libros de corte más
biográfico?
Es mucho más fácil escribir un libro como este. El hecho de que
sea sumamente personal y que trate sobre un elemento traumático de mi pasado no
me exige la misma preparación que una novela. Además, desde muy al principio me
di cuenta de que era muy poco probable que acabáramos descubriendo al asesino
de mi madre, así que el libro tenía que servir para encauzar el cambio en la
relación con mi madre.
¿Fue necesario pasar por
todo lo que narra en Mis rincones oscuros
para convertirse en el escritor que es?
Nunca pienso en hipótesis. Si pasó así es que solo podía pasar
así. No puedo dar marcha atrás ni cambiar la vida que he vivido. ¿Qué puedo
decir? Todo ha salido bien.
Le cito: «Quería dejar los
estudios definitivamente y vivir dedicado a mis obsesiones». ¿Escribir es,
sobre todo, una cuestión de obsesión?
Para mí sí. Busco la perfección. Soy muy perseverante y
metódico. Escribo novelas de obsesión con policías obsesivos, historias de amor
obsesivas… Los libros son cada vez mejores porque yo soy cada vez más maduro.
Mi carrera abarca casi cuatro décadas y supone unos avances significativos en
la novela negra, y eso sólo lo podía haber hecho yo.
En el libro apunta a que
fue su apetito voraz por la lectura lo que despertó sus ganas de escribir.
Aprendes a escribir leyendo, pero en realidad no le puedo decir
cómo aprendí yo. Simplemente creo que Dios me dio un don. No fue la muerte de
mi madre lo que me dio el talento para escribir, sino que llegó de forma
misteriosa a partir de los libros que leí.
¿Alguna lectura de aquellos
tiempos que recuerde con especial cariño?
Las primeras novelas de Joseph Wambaugh, los libros de Ed
McBain, algunos libros sobre crímenes reales, Libra de Don DeLillo…
Está en Barcelona como la
gran estrella de un festival de novela negra, pero siempre defiende que lo suyo
tiene más que ver con lo histórico.
Veamos: el Cuarteto de
Los Ángeles mezcla novela negra e historia; la Trilogía de los Bajos Fondos de Estados Unidos fusiona novela
negra, historia y política. Y el segundo Cuarteto
de Los Ángeles, el que estoy escribiendo ahora, son romances históricos.
La historia es la
constante.
En efecto. Estoy muy contento de estar en Barcelona en el año
2018, pero realmente mi vida está en Los Ángeles en 1942. Me importa una mierda
el presente, siempre he vivido en el pasado. Para mí, la historia y el pasado
es un lenguaje en sí mismo, y no tiene nada que ver con el presente.
¿Qué tiene el crimen para
que le haya dedicado toda su carrera literaria?
No me pregunto el porqué de mis obsesiones: vivo en ellas.
Cuando era un niño de seis o siete años miraba las fotos de las revistas de
justo después de mi nacimiento, durante la Segunda Guerra Mundial, y me sentía
transportado. Y ahí es adonde me sigo transportando.
En ese sentido, ¿se puede
desligar la historia americana de la historia del crimen?
Eso son grandes preguntas que es mejor dejar a los académicos e
intelectuales. Lo que hacen mis libros es retratar la infraestructura humana
que se esconde en acontecimientos globales.
Entonces, ¿qué historia de
Estados Unidos escriben sus novelas?
Mis libros no pretenden hablar del hombre medio americano;
retratan a hombres y mujeres americanos atrapados en momentos impetuosos.
«Saqueé la cultura popular
y con el botín que obtuve amoblé mi mundo interior», escribe en Mis rincones oscuros. ¿Se ha convertido
ya James Ellroy en otro ingrediente más de la cultura popular?
Sin duda mis libros son populares y yo tengo una sensibilidad
popular. No soy muy refinado excepto en lo que respecta a la música así que,
sí, soy una figura de la cultura popular.
¿Por qué esa fama de
escritor duro y peligroso?
Porque mis libros son peligrosos. Son obsesivos, retratan los
dramas del mundo y son difíciles de leer. También están llenos de riesgos y
giros lingüísticos. Piense que aquí los leen traducidos, aunque mucha gente que
habla inglés tampoco los podría leer en versión original.
Algo así pasó cuando
tuvieron que subtitular episodios de «The Wire» en Inglaterra.
¡Oh, no! «The Wire» está tan llena de mierda... No entiendo
cómo la gente puede ver eso.
Hablando de cosas que no le
gustan, creo que no se quedó muy contento cuando le dieron el Nobel a Dylan.
Es que no es un novelista. Escribe canciones. Y tiene esta vocecilla
(imita a Dylan)... Además, parece una rata. ¡Es un hombre rata! Se lo podrían
haber dado a Philip Roth o a Don DeLillo. ¡O a mí, claro! (ríe).
en
ABC Cultura, 2 de febrero de 2018
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