domingo, diciembre 11, 2016

"Campus", de Silvio Mattoni

Cuatro fragmentos





De repente todo me lleva a escribir. Un tipo en silla de ruedas, rapado, de aspecto viejo, toma cerveza en una mesa con dos chicas y un chico, muy jóvenes. Una de las chicas parece exceder la situación con su rostro de cariátide perfecta. No puedo imaginar que ingresen a otra carrera que no sea la masiva y sociable logia del alma, la charla de la psiqué. Y yo espero la llamada de una empleada de banco que se atreverá a conocer el campus para darme una tarjeta de crédito. Se ríe la cariátide y la nuca del lisiado parece hablarle sin pudor. El chico joven, pálido, de rulos rubios, sonríe apenas, sabe que él sí podrá cazar a la cariátide.

Si se parara, si se levantara de la silla plegable del bar, sus piernas podrían sostener el techo del mundo.






Después de una hora y media, volví a la biblioteca. Me senté a leer los acordes de un arte soberano para mi clase de hoy. Y a las diez páginas, justo a mi izquierda, a dos metros, inclinándose, nadando en su lectura y en sus notas, seguía ahí la chica de musculosa negra. Si lo hubiera sabido, me sentaba enfrente para mirar su cara por encima de mi ensayo, de mi autor del día. Veo, en instantes robados al rabillo del ojo, que tiene una pequeña herida en la mejilla derecha, que su cara no deslumbra pero atrae, que es rubia y saludable, pero sobre todo, en un momento que reunió el azar de mi esporádico acto de alzar los ojos de la lectura con algo que ella leía, la veo reírse. Es alguien. Sonríe sola por lo que está leyendo, en silencio, y le entrega sus iluminaciones, la apertura de unos labios que no se saben mirados, a la nada en la sala de lectura. La observación entonces me confirma que la nadadora es una supernova.






Sé que en Chile me recibirá un mundo menos lírico, los formalismos y el combate perpetuo contra las formas: universitarios y poetas que allá no coinciden tan frecuentemente como acá en la misma persona. Planeo escribir sobre el libro de mi amiga, quisiera descansar en su tono menor, sus grandes blancos, su histeria de mujer madura que vuelve a querer ser amada, que sabe que la carne produce las simulaciones del espíritu, de los conceptos, las generalidades.

Nada de lo que hacemos pertenece a la historia. En el limbo de la sala de embarque, blanca, descuidada, subdesarrollada, se torna una evidencia que la agenda de los días es una pesadilla de la que debería despertarme, o al menos tratar. Pero como le dije una vez, en silencio, a un amigo de allá que vive aún en la bruma un tanto lumpen de los poemas, el alcohol y la ausencia de horarios fijos, no pido más que un verso, el sueño de que levante un penúltimo pie, después el otro y salte, para que suba un ojo, un dedo desde las simples palabras que tenemos, desde nuestras tonadas diferenciadas, y señale la posibilidad de una cosa presente: pescado frito y un endecasílabo.






Las pequeñas catástrofes anuncian el fin de otro año que sigue su marcha hacia el máximo brillo y el enfriamiento inexorable. Me cuesta dormir hasta tarde y ahora mantenerme despierto en la biblioteca, mientras espero la hora de una reunión heteróclita que yo mismo convoqué. Pero otras cosas misteriosas pasan en la crueldad del último mes: tormentas muy intensas, súbitas, de granizo y de viento; nuestro gato negro que se duplicó; crisis sociales violentas que un viejo poeta llamaba los (s)aqueos, acampando en los alrededores de la ciudad amurallada.




2016






Silvio Mattoni
Campus
La Plata, Argentina














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