La voz vendría a quedar, de esa manera, en suspenso. Y un trueno,
en su lugar, se dejaría oír, en la casa de la historia,
poniendo, como quien dice, un temblor,
hasta en los rincones más escondidos o más frágiles. Que la voz,
más bien, ininterrumpida, acompañe la explosión, la haga más que ruido,
dotándola de una dimensión de modestia, de error o soledad,
de modo tal que la finitud complete las estrellas codiciadas.
Y porque, también, pasado el estruendo, en el silencio que,
por obra de alguna revisión pudiese, gélido, imperar,
esa voz finita y sin fin siga sola cintilando hacia el cielo,
de modo tal que ayude, en la noche eventual,
a romper, o a desplegarse más bien,
firme, y hasta una nueva noche, el amanecer.
en El arte de narrar: poemas (1960-1987), 1999
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