¿Por qué preocuparse? –demandó ella. ¿Por qué toda esta inútil preocupación? Puedes hacer lo que te plazca. No es el toilet de los hombres sino tu propia habitación. Tu cuchitril. Es tu especial y pequeña atalaya…
Jenn sacó un taburete y se sentó, desparramando su rubia trenza sobre los hombros, se inclinó hacia delante, presionó con sus pulgares sobre los elásticos del diamante forrado de sus calcetines rosa, que le llegaban hasta la rodilla y tiró de ambos un par de centímetros.
-¿Mi atalaya? –repitió sorprendido Gene.
-Es un poco raro, ¿pero no te lo parece? Jenn contempló su alrededor, frunciendo el ceño. Quiero decir que tienes una oficina con una larga ventana que va a dar justo a las letrinas.
Se torció hacia los lados, presionando sus manos sobre el estante que corría sobre la ventana y miró a través de él. En ese preciso instante se abrió la puerta del toilet y entró un hombre que vio a Jenn asomada a la ventana, dio un giro rápido de 180º y se marchó.
-Bueno te suplico que vengas a ver algo extraordinario.
-Desde luego que parece extraño, Jenn, dijo Gene mientras trataba de controlar el sarcasmo del que estaba teñido su voz. Estoy en los toilets para trabajar –dijo, haciendo señas a las fregonas, no para pervertir a los pobres clientes todo el día.
-¿Pero por qué habría una ventana si no fueras a mirar a través de ella? –preguntó Jenn.
-¿Puede la gente mirar? Gene hizo una peligrosa conjetura ¿Para pedir por ayuda, quizás?
-¿Pero por qué querrían ellos hacer eso?
-No tengo ni idea –se encogió de hombros Gene.
2012
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