jueves, junio 30, 2016

“Lucrecia Borgia”, de Pedro Antonio González






I

Era la noche. Sembraba el miedo con el desmayo
la cauda obscura de un pavoroso, fatal querube.
Zumbaba el viento, rugía el trueno, vibraba el rayo,
de golfo en golfo, de monte en monte, de nube en nube.

Lucrecia Borgia, tras la postrera y ardiente danza,
fue a reclinarse junto a su lecho de oro y caoba,
y hundió sus grandes ojos azules en lontananza
por la ventana medio entreabierta de su amplia alcoba.

Sin miedo al rayo que desgarraba los nubarrones,
se alzó de pronto con un extraño vaivén satánico,
y aspiró, ansiosa, con sus lozanos, rojos pulmones,
el formidable, vertiginoso soplo huracánico.

Lanzó al espacio con voz sonora dos carcajadas
que retumbaron en los lejanos, vagos confines,
como las locas notas de plata de las cascadas,
como los regios compases de oro de los clarines.

Y entonó un himno de estrepitosas, raudas cadencias,
que dilataron por la siniestra noche sombría,
sus arrebatos, y sus transportes, y sus demencias,
mientras inmóvil, tras las tinieblas, Satán reía…


II

Yo cruzo altiva, como una diosa de mármol griego,
por los soberbios, resplandecientes, vastos salones,
dejando en torno, con mis miradas llenas de fuego,
hechos pavesas, hechos cenizas, los corazones.

Yo, cuando danzo, dejo en el aire rumores de alas,
yo toco apenas con mis pies raudos la muelle alfombra;
yo me deslizo tras los compases, tras las escalas,
como un querube, como un ensueño, como una sombra.

El foco de oro de las arañas lanza a porfía
sus claras ondas, llenas de ritmos, llenas de efluvios,
como una rauda, trémula lluvia de pedrería,
sobre el penacho de mi diadema de bucles rubios.

Yo lo soy todo, porque soy bella. Yo soy satánica;
yo llevo el soplo de la soberbia borrasca loca;
yo llevo el soplo de la candente llama volcánica,
que despedaza, que pulveriza la dura roca.

Yo arranco al fondo de los sepulcros y los ocasos
sombras que crecen y que se empujan y que batallan.
Yo desparramo con mis miradas, ante mis pasos,
dudas que lloran, odios que rugen, celos que estallan.

Es mi gran triunfo ver sobre el polvo que altiva piso
caer al hombre bajo mis plantas, rendido y tierno;
y allá a lo lejos mostrarle el fondo de un paraíso;
y en sus transportes, en vez de cielo, darle un infierno.

Cuando entro al templo como una reina, como una Diosa,
tiemblan las novias que se desposan en los altares;
se pone blanca como la nieve su tez de rosa;
se bambolean sobre su frente los azahares.

Es mi gran triunfo clavar en ellas mi dardo extraño,
y herir de muerte sus ilusiones, sus alegrías;
y en las tinieblas crepusculares del desengaño,
contar a solas, una por una, sus agonías.

¡Oh, negra noche! Yo te bendigo cuando tú velas,
yo te bendigo cuando sacudes tus hondas calmas.
Somos amigas, somos hermanas, somos gemelas:
tú arrojas sombras en los abismos y yo en las almas.

Las dos cruzamos con unos mismos lóbregos pasos,
robando al astro y a la esperanza sus rayos pulcros:
tú por el cielo, como la esfinge de los ocasos;
yo por la tierra, como la esfinge de los sepulcros.


en Poetas chilenos, 1902






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