Primero, señor Rulfo,
¿quisiera usted comentar un poco su formación como escritor?
Bueno, en realidad es un poco difícil buscar el origen
de esa formación. No fue una formación formal, sino más bien arbitraria, si se
quiere, basada en lecturas no sistemáticas sino de cuanta cosa me caía en las
manos. Por lo tanto no hubo una disciplina formal -una búsqueda tal vez de algo
que gustara, que tuviera aspectos humanos coincidentes.
¿Entre estas lecturas
más o menos caóticas, pues, había algunas obras que tuvieran una importancia
especial?
Pues sí. Entre ellas, las obras de Knut Hamsun, las
cuales leí -absorbí realmente- en una edad temprana. Tenía unos catorce o
quince años cuando descubrí este autor, quien me impresionó mucho, llevándome a
planos antes desconocidos. A un mundo brumoso, como es el mundo nórdico, ¿no?
Pero que al mismo tiempo me sustrajo de esta situación tan luminosa donde
vivimos nosotros -este país tan brillante, con esa luz tan intensa. Quizá por
cierta tendencia a buscar precisamente algo nublado, algo matizado, no tan duro
y tan cortante como era el ambiente en que uno vivía. Entonces, de los autores
nórdicos, Knut Hamsun fue el principio, pero después continué buscándolos,
leyéndolos, hasta que agoté los pocos autores conocidos en ese tiempo, como
Boyersen, Jens Peter Jacobsen, Selma Lagerlof. Para mí fue un verdadero descubrimiento
Halldor Laxness -fue mucho antes de que recibiera el premio Nobel-. De modo que
yo sentía una especie de simpatía hacia esos autores. Me daban una impresión
más justa, o mejor, más optimista que el mundo un poco áspero como era el
nuestro.
Y en literatura
mexicana, por ejemplo en la novela de la Revolución Mexicana, ¿hizo lecturas
también?
Sí. Efectivamente, la novela de la Revolución Mexicana
me dio más o menos una idea de lo que había sido la Revolución. Yo conocí la
historia a través de la narrativa. Ahí comprendí qué había sido la Revolución.
No me tocó vivirla. Reconozco que fueron esos autores, hoy subestimados, los
que realmente abrieron el ciclo de la novela mexicana. Por ejemplo, Rafael F.
Muñoz, Azuela, Martín Luis Guzmán, López y Fuentes, sobre todo en Campamento, más que en el resto de su
obra. De Muñoz es importante Se llevaron
el cañón para Bachimba. También su novela histórica sobre Santa Anna, que
trata irónicamente a este personaje de la historia mexicana.
¿Y había leído a Yáñez
antes de empezar a escribir?
Sí, había leído Al
filo del agua antes de escribir Pedro
Páramo.
¿Podría dar una idea
de cómo llegó a encontrar la manera de escribir Pedro Páramo?
Pues en primer lugar, fue una búsqueda de estilo. Tenía
yo los personajes y el ambiente. Estaba familiarizado con esa región del país,
donde había pasado la infancia, y tenía muy ahondadas esas situaciones. Pero no
encontraba un modo de expresarlas. Entonces simplemente lo intenté hacer con el
lenguaje que yo había oído de mi gente, de la gente de mi pueblo. Había hecho
otros intentos -de tipo lingüístico- que habían fracasado porque me resultaban
poco académicos y más o menos falsos. Eran incomprensibles en el contexto del
ambiente donde yo me había desarrollado. Entonces el sistema aplicado
finalmente, primero en los cuentos, después en la novela, fue utilizar el
lenguaje del pueblo, el lenguaje hablado que yo había oído de mis mayores, y
que sigue vivo hasta hoy.
¿Cómo ve usted el
hecho de que algunos críticos digan que Pedro
Páramo es una novela oscura?
Bueno, para mí también, en realidad, es oscura. Creo
que no es una novela de lectura fácil. Sobre todo intenté sugerir ciertos
aspectos, no darlos. Quise cerrar los capítulos de una manera total. Se trata
de una novela en que el personaje central es el pueblo. Hay que notar que
algunos críticos toman como personaje central a Pedro Páramo. En realidad es el
pueblo. Es un pueblo muerto donde no viven más que ánimas, donde todos los
personajes están muertos, y aun quien narra está muerto. Entonces no hay un
límite entre el espacio y el tiempo. Los muertos no tienen tiempo ni espacio.
No se mueven en el tiempo ni en el espacio. Entonces así como aparecen, se
desvanecen. Y dentro de este confuso mundo, se supone que los únicos que
regresan a la tierra (es una creencia muy popular) son las ánimas, las ánimas
de aquellos muertos que murieron en pecado. Y como era un pueblo en que casi
todos morían en pecado, pues regresaban en su mayor parte. Habitaban nuevamente
el pueblo, pero eran ánimas, no eran seres vivos.
Otra pregunta para mí
importante: ¿cómo se compagina la visión de un mundo muerto, y por implicación
de un México muerto; la visión tan pesimista en donde se niega la progresión
del hombre en el tiempo… cómo compaginar esa interpretación tan amarga con la
de Juan Rulfo, persona e individuo?
Bueno, es que en realidad nunca he usado, ni en los
cuentos ni en Pedro Páramo, nada
autobiográfico. No hay páginas allí que tengan que ver con mi persona ni con mi
familia. No utilizo nunca la autobiografía directa. No es porque yo tenga algo
en contra de ese modo novelístico. Es simplemente porque los personajes
conocidos no me dan la realidad que necesito, y que me dan los personajes
imaginados.
Pero se supone que una
novela refleja la visión del mundo que tiene su autor.
Tal vez en lo profundo haya algo que no esté planteado
en forma clara en la superficie de la novela. Yo tuve una infancia muy dura,
muy difícil. Una familia que se desintegró muy fácilmente en un lugar que fue
totalmente destruido. Desde mi padre y mi madre, inclusive todos los hermanos
de mi padre fueron asesinados. Entonces viví en una zona de devastación. No
sólo de devastación humana, sino de devastación geográfica. Nunca encontré ni
he encontrado hasta la fecha, la lógica de todo eso. No se puede atribuir a la
Revolución. Fue más bien una cosa atávica, una cosa de destino, una cosa
ilógica. Hasta hoy no he encontrado el punto de apoyo que me muestre por qué en
esta familia mía sucedieron en esa forma, y tan sistemáticamente, esa serie de
asesinatos y de crueldades.
Volviendo al arte de
escribir novelas, ¿cómo es el proceso de creación de un personaje?
No puedo saber hasta ahora qué es lo que me lleva a
tratar los temas de mi obra narrativa. No tengo un sentido crítico-analítico
preestablecido. Simplemente me imagino un personaje y trato de ver a dónde este
personaje, al seguir su curso, me va a llevar. No trato yo de encauzarlo, sino
de seguirlo aunque sea por caminos oscuros. Yo empiezo primero imaginándome un
personaje. Tengo la idea exacta de cómo es ese personaje. Y entonces lo sigo.
Sé que no me va a llevar de una manera en secuencia, sino que a veces va a dar
saltos. Lo cual es natural, pues la vida de un hombre nunca es continua. Sobre
todo si se trata de hechos. Los hechos humanos no siempre se dan en secuencia.
De modo que yo trato de evitar momentos muertos, en que no sucede nada. Doy el
salto hasta el momento cuando al personaje le sucede algo, cuando se inicia una
acción, y a él le toca accionar, recorrer los sucesos de su vida.
Cambiando un poco el
enfoque de esta conversación, ¿diría usted que Pedro Páramo es novela de negación?
No, en lo absoluto. Simplemente se niegan algunos
valores que tradicionalmente se han considerado válidos. Para mí, en lo
personal, estos valores no lo son. Por ejemplo, en la cuestión de la creencia,
de la fe. Yo fui criado en un ambiente de fe, pero sé que la fe allí ha sido
trastocada a tal grado que aparentemente se niega que estos hombres crean, que
tengan fe en algo. Pero en realidad precisamente porque tienen fe en algo, por
eso han llegado a ese estado. Me refiero a un estado casi negativo. Su fe ha
sido destruida. Ellos creyeron alguna vez en algo, los personajes de Pedro Páramo, aunque siguen siendo creyentes,
en realidad su fe está deshabitada. No tienen un asidero, una cosa de dónde
aferrarse. Tal vez en este sentido se estima que la novela es negativa. Esto me
hace pensar en aquellas personas que piensan que la justicia más justa es la
mejor de todas las justicias, cuando es la más grande de las injusticias. Así,
en estos casos la fe fanática produce precisamente la anti fe, la negación de
la fe. Debo hacer una advertencia. Yo procedo de una región donde se produjo
más que una revolución -la Revolución Mexicana, la conocida-, en donde se
produjo asimismo la revolución cristera. En ésta, los hombres combatieron unos
en contra de otros sin tener fe en la causa que estaban peleando. Creían
combatir por su fe, por una causa santa, pero en realidad, si se mirara con
cuidado cuál era la base de su lucha, se encontraría uno que esos hombres eran
los más carentes de cristianismo.
Puesto que ya se
refirió a su región (Jalisco), ¿no quiere elaborar un poco la personalidad
histórica de esa zona?
Sí, porque hay que entender la historia para entender
este fanatismo de que hemos venido hablando. Yo soy de una zona donde la
conquista española fue demasiado ruda. Los conquistadores ahí no dejaron ser
viviente. Entraron a saco, destruyeron la población indígena, y se
establecieron. Toda la región fue colonizada nuevamente por agricultores
españoles. Pero el hecho de haber exterminado a la población indígena les trajo
una característica muy especial, esa actitud criolla que hasta cierto punto es
reaccionaria, conservadora de sus intereses creados. Son intereses que ellos
consideraban inalienables. Era lo que ellos cobraban por haber participado en
la conquista y en la población de la región. Entonces los hijos de los
pobladores, sus descendientes, siempre se consideraron dueños absolutos. Se
oponían a cualquier fuerza que pareciera amenazar su propiedad. De ahí la
atmósfera de terquedad, de resentimiento acumulado desde siglos atrás, que es
un poco el aire que respira el personaje Pedro Páramo desde su niñez. Ahora,
para cerrar esta plática, vuelvo al punto del posible negativismo de Pedro Páramo. No creo que sea negativo,
sino más bien algo como lo contrario, poner en tela de juicio estas tradiciones
nefastas, estas tendencias inhumanas que tienen como únicas consecuencias la
crueldad y el sufrimiento.
Publicado
originalmente en Siempre! La cultura en
México, 1973
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