Querido Telémaco,
la Guerra de Troya
ha terminado; no recuerdo ahora quién la ganó.
Los griegos, sin duda, pues sólo ellos podrían dejar
tal cantidad de muertos lejos de su propia tierra...
Aún así, mi camino a casa ha resultado ser demasiado largo.
Mientras perdíamos el tiempo, el viejo Poseidón
pareciera que se estiró y dilató el espacio.
No sé dónde estoy o qué puede ser
este lugar. Podría ser alguna isla inmunda,
con arbustos, construcciones y grandes cerdos gruñendo.
Un jardín asfixiado por la hierba; cierta reina u otra.
Césped y enormes piedras… Telémaco, ¡hijo mío!
Para un vagabundo los rostros de todas las islas
se parecen. Y la mente
viaja contando las olas; dolidos por los horizontes del mar,
los ojos no cesan de llorar, y la carne de las aguas me tapa los oídos.
No recuerdo cómo acabó la guerra,
ni cuántos años tienes, no recuerdo.
Crece entonces, Telémaco, y hazte fuerte.
Sólo los dioses saben si nos veremos
otra vez. Hace mucho que dejaste de ser aquel niño
ante el cual detuve los toros que ahí araban.
Si no hubiese sido por el truco de Palamedes,
nosotros dos podríamos aún vivir en un mismo hogar.
Pero tal vez estuvo en lo correcto: lejos de mí
estás bastante a salvo de los arranques de pasión de Edipo,
y tus sueños persisten ajenos a la culpa, Telémaco mío.
1972
Contribución a DscnTxt de Melissa Castillo
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