¡Qué
gusto armonizar el sonido 
y el valor de las palabras!
Para
ello hay que instalarse 
en
lo más hondo de la tierra, 
en sus entrañas, 
y fijarse cómo brota la hierba,
cómo cantan las aves,
cómo el follaje reverdece,
cómo los ríos sus aguas arrastran,
y
oír lo que los jóvenes ansían
hasta
por el canto de las ranas.
Si
no, se seca triste el corazón 
y no tienen sonido ni valor las palabras.
en Antología de la poesía soviética, 1974
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
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