Aunque lo hayamos dicho en otras relaciones
vale esta pena de la reiteración
para que se hagan huellas en la memoria;
eran los años de la guerra a muerte en Concepción
y como la ciudad se transmutaba en paraíso
vinieron los ritos de la expulsión;
con picotas y barrenas arrancaron los adoquines
como si fueran dientes enfermos,
tumores de una corrompida imaginación;
sólo quedó la tierra y las luces rojas
de nuestros faroles como sangrando la tierra
y cercados de mallas y señas de prohibición;
nos pusieron una escuela al frente
y la clínica Santa Mariana como un
mudo convento testigo de nuestro mal amor;
nos fuimos desmoronando
como estaba prescrito
por la prohibición;
caímos por los eriazos junto al Cementerio General,
por el Valle Nonguén,
por el callejón Diego de Oro;
pero volveremos, desde los márgenes,
cuando esta ciudad entera
sea margen,
en sus madres, en sus hijas, en sus diócesis;
dijeron que estábamos enfermas,
que portábamos la alucinante peste del amor,
la buena peste de la pasión;
dijeron que las ratas azules anidaban
en lo más profundo
de nuestras casas,
que las ratas azules cubrirían la ciudad;
todas esas pequeñas mentiras
en provecho
de la Nación.
en Cipango, 1996
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