Los había conocido
y extrañado de su madre. Besaba en las dos mejillas o en la mano a toda mujer
indiferente que le presentaran, había respetado el rito prostibulario que
prohibía unir las bocas; novias, mujeres le habían besado con lenguas en la
garganta y se habían detenido sabias y escrupulosas para besarle el miembro.
Saliva, calor y deslices, como debe ser.
Después la
sorpresiva entrada de la mujer, desconocida, atravesando la herradura de
dolientes, esposa e hijos, amigos llorones suspirantes.
Se acercó,
impávida, la muy puta, la muy atrevida, para besarle la frialdad de la frente,
por encima del borde del ataúd, dejando entre la horizontalidad de las tres
arrugas, una pequeña mancha carmín.
en Cuentos completos, 1968
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