lunes, febrero 15, 2016

"El fénix chino", de Jorge Luis Borges





Los libros canónicos de los chinos suelen defraudar, porque les falta lo patético a que nos tiene acostumbrados la Biblia. De pronta, en su razonable decurso, una intimidad nos conmueve. Ésta, por ejemplo, que registra el séptimo libro de las Analectas de Confucio:

"Dijo el Maestro a sus discípulos: ¡Qué bajo he caído! Hace ya tiempo que no veo en mis sueños al príncipe de Chu".

O ésta del libro noveno:

"El Maestro dijo: No viene el Fénix, ningún signo sale del río. Estoy acabado".

El "signo" (explican los comentadores) se refiere a una inscripción en el lomo de una tortuga mágica. En cuanto al Fénix (Feng), es un pájaro de colores resplandecientes, parecido al faisán y al pavo real. En épocas prehistóricas, visitaba los jardines y los palacios de los emperadores virtuosos, como un visible testimonio del favor celestial. El macho, que tenia tres patas, habitaba en el sol.

En el primer siglo de nuestra era, el arriesgado ateo Wang Ch'ung negó que el Fénix constituyera una especie fija. Declaró que así como la serpiente se transforma en un pez y la rata en una tortuga; el ciervo, en épocas de prosperidad general, suele asumir la forma del unicornio, y el ganso, la del Fénix. Atribuyó esta mutación al "líquido propicio" que, dos mil trescientos cincuenta y seis años antes de la era cristiana, hizo que en el patio de Yao, que fue uno de los emperadores modelo, creciera pasto de color escarlata. Como se ve, su información era deficiente o más bien excesiva.

En las regiones infernales hay un edificio imaginario que se llama Torre del Fénix.





en El libro de los seres imaginarios, 1957










No hay comentarios.: