Soy el oso de los caños de la casa, subo por los caños en las horas de
silencio, los tubos de agua caliente, de la calefacción, del aire fresco, voy
por los tubos de departamento en departamento y soy el oso que va por los
caños.
Creo que me estiman porque mi pelo mantiene limpios los conductos,
incesantemente corro por los tubos y nada me gusta más que pasar de piso en
piso resbalando por los caños. A veces saco una pata por la canilla y la
muchacha del tercero grita que se ha quemado, o gruño a la altura del horno del
segundo y la cocinera Guillermina se queja de que el aire tira mal. De noche
ando callado y es cuando más ligero ando, me asomo al techo por la chimenea
para ver si la luna baila arriba, y me dejo resbalar como el viento hasta las
calderas del sótano. Y en verano nado de noche en la cisterna picoteada de
estrellas, me lavo la cara primero con una mano, después con la otra, después
con las dos juntas, y eso me produce una grandísima alegría.
Entonces resbalo por todos los caños de la casa, gruñendo y contento, y los
matrimonios se agitan en sus camas y deploran la instalación de las tuberías.
Algunos encienden la luz y escriben un papelito para acordarse de protestar
cuando vean al portero. Yo busco la canilla que siempre queda abierta en algún
piso; por allí saco la nariz y miro la oscuridad de las habitaciones donde
viven esos seres que no pueden andar por los caños, y les tengo algo de lástima
al verlos tan torpes y grandes, al oír cómo roncan y sueñan en voz alta, y
están tan solos. Cuando de mañana se lavan la cara, les acaricio las mejillas,
les lamo la nariz y me voy, vagamente seguro de haber hecho bien.
en Historias de
Cronopios y Famas, 1962
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