empequeñecidas,
arrimadas a la proa de la Esperanza
tristes,
de ola en ola, de corriente en corriente
y
de viento único y única muerte
en
una lámpara oscura, una sal que todo devoraba
un
vacío que dejaba su oquedad en las almas
una
pluma agrietando el corazón, entrando
como
un cuchillo, breve y silencioso
hacia
dentro, hacia lo oscuro
donde
caía todo, todo, envuelto en llamas
haciendo
ríos, olas de sangre
llevando
el curso de lo ciego, lo inmolado
establecido,
hasta la copa de la muerte
donde
afluentes éramos, unos y otros
bebidos
sorbo a sorbo.
en El cementerio más hermoso de Chile, 2008
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