Hace ya un par de años, decir que leo a Miguel Serrano
me ha causado problemas. Desde mis mejores amigos y amigas, con los que he
caminado interminablemente por todas las carreteras, calles, y por supuesto con
los que frecuentan “el mundo literario”. Recuerdo que en el taller de la
Fundación Pablo Neruda, se cuchicheaba este hecho, era acusado de nazi,
especialmente entre quienes, como supe después -en Madrid donde ahora vivo-
ingresaron a esta institución, haciendo puntos inmediatos y con hilo de pescar,
para recibir hogaño el premio que lleva el nombre de nuestro segundo y último
Premio Nobel.
Está de más decir que no soy nazi, tampoco comunista,
socialista, pasando por todos los niveles de la deleznable clase política. No
creo que haya un artista, que por más que lo diga, esté cerca de alguna
derecha. Eso es sólo cosa de conveniencia, comodidad –tal como ir haciendo
puntos concertacionistas-, un lugar más fácil, pero tan mísero e inaceptable
como cualquier lugar de poder para un poeta.
Me considero artista, bueno o malo, da igual, pero esa es mi militancia. Aunque cada acto que realizamos es político, desde comprar una peineta, ver fútbol o no, caminar o andar en micro, el término política, me suena a dinero, a la repartición del dinero y claro está, este es completamente desproporcional. Los ladrones de terno y corbata son los peores.
Creo que la pobreza, en todo su amplio sentido, no será jamás superada por una cuestión económica, ni por los políticos de nuestro país. Chile es quizás el país con mayor desarrollo de los últimos diez años, y este desarrollo no ha traído más que consumismo, enfermedades sicológicas, asesinatos, esquizofrenia social, Yingo, estupidez generalizada, que a todos nos afecta de una u otra manera.
Recuerdo cuando mi abuela, Carmen Craig Solar –gran admiradora de Miguel Serrano, abogada que dedicó gran parte de su oficio a la Vicaría de la Solidaridad, que puso la bandera de Allende después del golpe colgando de su oficina, que daba ni más ni menos al ex Congreso Nacional- me regaló “Los Misterios”. Esa bella edición hecha en los talleres de Gandhi. Me maravillé a tal punto, que conseguí la mayor cantidad de libros de Miguel Serrano, encontrándome con secretos lectores, que tenían un par de títulos medios apartados de sus bibliotecas. Es que nadie quiere meterse en las patas de los caballos. Nadie confía en su fortaleza, en su sinceridad, en su madurez al leer un libro, en la duda –esta última, quizás una de las mayores enseñanzas de Lihn-, aunque no tuvimos problemas para leer a Pound, Ungaretti, Céline, Hamsun, por dar un par de ejemplos. ¿Nadie le dijo nada a Teillier, su libro favorito no era “Ni por mar ni por tierra”?
Tal como dijo Warnken, creo que al poeta Miguel Serrano lo traicionó la lealtad que hoy hemos perdido hasta los artistas. Su lealtad a La flor inexistente, pero equivocada: el nazismo. Una flor seductora, como la mujer que baila y baila hasta desacralizar al hombre, esa de la que tanto escapó, lo tomó sin saberlo hasta su último momento. Mi homenaje a Miguel Serrano es pronunciarme, decir algo y eso es algo que muy pocos han hecho. Hasta donde yo sé Armando Uribe y Cristián Warnken. Tampoco pude ofrecerle mis respetos. Recuerdo con tristeza cuando el pintor Gonzalo Ilabaca me dijo que en su funeral casi no hubo escritores.
Recuerdo con exactitud mi quiebre frente a la noticia de la muerte de este poeta, a principios de 2009. Cito la maravillosa crónica de mi amigo Mauricio Emiliano Valenzuela “Un espíritu que hoy ha perdido parte de su corazón al dejarnos este poeta, hombre y mago a quien tenemos que empezar a leer dejando de lado el rencor y la conveniencia”.
Serrano me abrió las puertas de Oriente, una sabiduría desconocida, en un momento que nadie, o muy pocos frecuentaban esos conocimientos. No era el tiempo de Los Mayas, del 2012, ni del Yoga, ni del Círculo de Fotones. No eran los tiempos de “El Secreto” y la estantería de Autoayuda. Serrano entregó testimonios invaluables y hasta íntimos de Hermann Hesse y Carl Jung (El Círculo Hermético, 1965), que sin él jamás hubieran existido.
No leer gran parte de la obra de Miguel Serrano, es no creer en la premisa Rilkiana de La Flor Inexistente– que es más flor que todas las demás, porque es la única que puede ser la que debería-, es no creer en la belleza de la infancia, es no creer en la generación del 38, tan generación X como suele llamarse la nuestra, es no creer en la religión de la amistad, es no creer en el Kairos, es no creer que el sexo es más que un placer carnal, es no creer en Héctor Barreto – el color de la sangre no se olvida- ,es no creer en Elella, es no creer que los mares, ríos, lagos, árboles y montañas nos hablan.
Es extraño saber de antemano esta conversación del hombre Sudamericano con la tierra, más los poetas; porque cuando los edificios, el consumo y la vida posmoderna nos come y aliena, buscamos alcohol, una hierba, un hongo, un cactus, un paseo a la playa, la soledad, para poder hablar con el torrente, para poder hablar con el gigante que duerme en los Andes, para poder hablar con los que no abren la boca.
Hasta la hora soberbia de los esqueletos, Miguel Serrano.
30 de noviembre de 2009,
Madrid
en Letras.s5, 2009
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