En un mundo lleno de películas infantiloides en las que
los protagonistas dudan sobre qué vestido de boda ponerse, intercambian sus
cuerpos con su amigo solterón o trabajan como agentes secretos que escalan
hoteles gigantescos en Dubai, un puñado de creadores aún luchan por hacer cine
de Hollywood para adultos, con personajes complejos y traumas familiares, y sin
dejar ni un momento que el espectador se aburra. En ese terreno, David Fincher
(Denver, 1962) es Dios. Más aún, es el Coppola del siglo XXI.
Y lo mismo le da el showbusiness
informático (La red social) que un relato corto de Fitzgerald (El curioso caso de Benjamin Button)
o una panoplia de asesinos en serie (Alien
3, Seven o Zodiac). Fincher habla del hombre, de sus contradicciones,
y era lógico que el productor Scott Rudin le ofreciera la versión
estadounidense de Millennium: los hombres que no amaban a las mujeres. Si
hablamos de traiciones, periodismo de investigación, venganza, dolor y
violaciones, Fincher parece la opción correcta.
Millennium, que se estrena en España el
viernes 13, está protagonizada por Mikael Blomkvist, ese periodista íntegro que
probablemente jamás firmaría un embargo de crítica de cine... hecho habitual en
el reino de los grandes estudios de Hollywood y que el crítico de la revista The New Yorker, David Denby, se saltó
para publicar antes que nadie su reflexión sobre Los hombres que no amaban a las mujeres, para
la molestia del director, que explica airado mediante una interminable
perorata: "Entiendo el mundo en el que vivimos, de velocidad constante y
de ser el primero en dar la noticia. De acuerdo, pero no deberíamos quitar ese
placer al espectador. Más aún, es que a mí no me interesa la crítica en
absoluto. No quiero que nadie analice y destripe una película. Solo quiero que
me digan 'tienes que verla' esas cinco o seis personas cuyo criterio y gusto
respeto. No es cierto que democraticen las múltiples voces que se escuchan en
el mundo del cine. La crítica de Denby fue buena, pero ese no es el asunto. El
asunto es que si valoras el sentarte en una sala a oscuras con otras 750
personas a disfrutar de una experiencia emocional, no debes hacer nada por
anularla. Cuanta más gente cuchichee sobre la película, más se degrada la
experiencia para el resto. Y, por Dios, los críticos hablan de los filmes
cuando ya están rematados. Su opinión no sirve de nada. Cuando se estrena una
película, ten la seguridad de que alguien ya sabe cómo recuperar su
presupuesto. Y en esos planes no entran los críticos".
El cineasta descansa tras un día de mesas redondas con
la prensa y entrevistas televisivas. Desecha una inmensa mesa preparada para la
entrevista y decide ni levantarse del sofá donde descansa su cuerpo de oso grizzly. Lo que sigue es un intento poco
fructífero por transcribir y comprimir 35 minutos de charla en los que Fincher
solo respondió a seis preguntas: si su cine es complejo, sus respuestas aún
más. No existe el sí o el no en su mundo, sino el discurso prolijo, repleto de
secuencias de títulos míticos que explican visualmente lo que quiere contar. Y
lo que quiere contar, normalmente, es duro, serio. "Crecí en una época en
la que nos moríamos de ganas de que estrenaran El padrino o Alien. Me
gustaba aquel sentimiento, aquellas colas esperando a comprar la entrada... Ya
sé que el cine ha cambiado. Todo hoy se centra en franquicias, en juguetes... y
yo me muevo en otra... No sé escoger una palabra, porque formo parte de
Hollywood, y tampoco creo en eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. He
tenido una suerte enorme, trabajo con grandes presupuestos, con quien quiero, y
me gusta lo que dirijo. Algunos lo llaman arte porque no recauda mil millones
de dólares, y no es cierto: a La red
social le fue increíblemente bien en taquilla -en EE. UU. recaudamos el
doble de lo que nos costó-, aunque, en cambio, El club de la pelea supuso un desastre en su estreno. El truco es
filmar algo que a ti te interese, y mirar más allá de los personajes y de lo
obvio".
Fincher rechaza conscientes ecos shakespearianos en su
obra: "Gracias, pero no lo conozco tanto. Por supuesto que hablar de
amigos que traicionan a amigos es un tema clásico, o que en Seven había reflexiones sobre el mal
como puro mal. Pero creo que añado toques posmodernos, al menos sin tanto
alarde como en mis inicios, cuando era un bebé de treinta años. Me gustan los
clásicos, pero me gusta más hacer disfrutar a esa persona que se sienta en una butaca,
tras haber visto un tráiler, que se deja llevar por una experiencia emocional
creada por gente que pretende ser otra, y que jugará con sus
sentimientos".
En Millenium,
rodada en sus escenarios naturales suecos, pero con un reparto hollywoodiense
comandado por Daniel Craig, Robin Wright, Christopher Plummer y, derrotando a
un puñado de actrices que se pegaron por su personaje, Rooney Mara como Lisbeth
Salander (Mara encarnó a la chica que deja a Zuckerberg al inicio de La red social), el mal anida en la
familia Vanger. "Me he centrado en el thriller. Cuando salió la novela,
claro que se acentuó su crítica social o su ataque antimisógino. Pero es
necesario saber cómo Suecia superó la Segunda Guerra Mundial, y eso es el background de los personajes, no la historia.
La historia está ahí, los sentimientos están ahí. Trata de hombres, de mujeres,
de una chica que está más allá del dolor, que no siente, que es la costra de
una herida que ya se cerró...".
La charla llega a su fin: tras confesar que no sabe
cuál es su siguiente proyecto, si 20.000
leguas de viaje submarino o Cleopatra,
con Angelina Jolie, el cineasta aún recuerda cómo le sorprendió La ventana indiscreta a los once años,
cuando su padre le llevó a un cine a verla. "Lograr que un niño vaya de
asombro en asombro, que descubra lo que pasa en el edificio de enfrente en un
viaje emocional para el público... Eso es hacer cine".
en El País, España, 5 de enero de 2012
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