Soy yo,
no la pobre bestia ahí tirada
aullando de dolor,
el que me trae de golpe a mí mismo
como la explosión
de una bomba, una bomba que
ha de arrasar al mundo.
No puedo hacer nada
sino cantar
y así dar alivio
a mi dolor.
Un adormilado entumecimiento ahoga mis sentidos
como si hubiera
bebido cicuta. Pienso
en la poesía
de René Char
y todo lo que debió haber visto
y sufrido
que lo llevó
a hablar sólo de
ríos cubiertos de juncos,
de narcisos y tulipanes
cuyas raíces riegan,
hasta el río que fluye
baña las raicillas
de aquellas fragantes flores
que pueblan la
vía
láctea.
Recuerdo a Norma
la setter inglesa de mi infancia
sus sedosas orejas
y ojos expresivos.
Una noche tuvo
una camada de cachorros
en nuestra despensa y yo pateé
a uno de ellos
pensando, alarmado,
que estaban
mordiendo sus tetillas
para destrozarla.
Recuerdo también
un conejo muerto
que yacía inofensivamente
en la extendida mano
de un cazador.
Mientras permanecía
mirándolo
sacó su cuchillo de caza
y con una carcajada
lo clavó
en las partes íntimas del animal.
Casi me desmayé.
¿Por qué pensaría ahora en eso?
Debo bloquear
lo mejor que pueda
los aullidos del perro que agoniza.
René Char
eres un poeta que cree
en el poder de la belleza
para corregir todos los males.
Creo en eso también.
Con ingenio y coraje
superaremos a las ínfimas y estúpidas bestias,
deja que todos los hombres lo crean,
como también me has enseñado
a creerlo.
en The Desert Music and Other Poems, 1954
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