Autopista sin más
El frío entró en nosotros con su dura intemperie
como extensa llanura,
con sus frases ya hechas. Con sus constelaciones
de ciudad alejándose. Un frío descampado, un frío
cibernético, paisajes repitiéndose
en medio de la nada. Paneles luminosos, apartados,
señales que conducen a una sola carretera.
El frío de noviembre que ahora dice tu nombre
y vacía las cosas
y nos hace minúsculos,
indigentes, cobardes;
y ha quebrado los días.
Un mundo que se rompe
y nos muestra su grieta:
un mundo sin sonido, un mundo
fracturado.
Poética sísmica
Un rumor progresivo, un temblor que nos coge
con lo puesto: una gran
sacudida de magnitud alta, que detiene
las horas, nos golpea
de nuevo, removidos de pronto. Su revés
deja un roto, tanta vida deshecha, escombreras, mansiones
derrumbadas, cayéndose (nuestro edificio
ya es esto, es esta casa
derruida). Y gritamos
en seco, respiramos despojos con los labios
quebrados, hormigón desmigado, rajaduras
del alma. Conmovidos, inversos, las palabras
sangrando aún…
Y por qué,
y hacia dónde: no saber por qué nada, por qué tú,
por qué todo. Las preguntas no al aire, que se las lleve el
viento, sino a ras
muy de tierra, si es que hay alguien
que escuche: si es que hay alguien ahí afuera, en el lugar
del llanto.
Restos de un incendio
Migala
Ahora que entro, por cierto
en tu cuerpo, aún más hondo, libremente, al final
de mí mismo, a ese incógnito
ático, al lugar
más secreto de ti, más profundo, a este arcano
de quietud y silencio: ahora –escucha– que digo
con mi vida tu nombre, he juntado palabras
de mi carne en tu carne, penetrada y desnuda,
desnudándome a mí, por si acaso, hasta dentro
como nunca, al final, siempre lejos, más
hondo, a un paisaje reunido
anchamente. Te amo: he juntado residuos, restos solo
de un fuego, el fulgor de un incendio
que no acaba en sus llamas.
en Colección Visor de Poesía, 2014
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